Aristóteles, filósofo de la antigüedad, reflexionando sobre la salud, escribió: “Se prudente y para mantener en buen estado tu cuerpo y tu espíritu, trata siempre de que tu alimento sea tu medicina”. La sobrevivencia implicó la observación y la acumulación de conocimientos, en una relación de los seres humanos entre ellos, con la naturaleza y con lo sobrenatural.
Los observadores más sobresalientes de las comunidades se convirtieron en sabios, adquirieron los conocimientos de la vida y todos los secretos de la salud y de la enfermedad. Había conocedores especializados conocidos como “curanderos” y /o “brujos”., pero al mismo tiempo la cotidianidad democratizó conocimientos genéricos para la sobrevivencia, patrimonios familiares, celosamente guardados por las abuelas, transmitidos de generación en generación.
Ellas sabían las respuestas a los malestares, a las enfermedades, teniendo al mismo tiempo una visión preventiva. Las tisanas, los tés por las mañanas eran obligatorios, el café y el jengibre eran terapéuticos para la tranquilidad y catarsis existenciales, para las intimidades, para mantener el equilibrio familiar, la amistad y la paz, donde las reconciliaciones y se resolvían los problemas era compartiendo un café.
Las reuniones familiares, la bienvenida de un amigo, familiar o visitante al hogar, implicaba un brindis de un café. Al tiempo que era una delicia un desayuno de pan, casabe o arepa con café. Y cuando la ansiedad y la tensión se hicieron familiares en la vorágine de la ciudad, el café como equilibrio se hizo obligatorio, a tal punto que todas las reuniones institucionales, los encuentros de intimidad, la presencia del café se hizo un ritual imprescindible.
Esa tradición, esa costumbre ancestral campesina y pueblerina de compartir el café era el equilibrio y la catarsis para la sobrevivencia de Aristóteles Ponserrate en una selva de cemento deshumanizada llamada ciudad de Santo Domingo, donde todo el mundo era desconocido y los contextos eran inhóspitos, incluso algunas calles y no como en Dajabón donde todo el mundo era “familia”, conocido o amigo.
Ponserrate realizó sus estudios primarios en el colegio La Altagracia y la secundaria en el Liceo Manuel Arturo Machado, ambos en Dajabón. Allí fue miembro de la Tropa Capotillo de los scouts en comunicación intima con la naturaleza, cuando la inocencia caminaba por las praderas, los ríos y las montañas. Esto duró hasta que entró al liceo secundario, donde la política lo contaminó y pasó a ser militante del Frente Estudiantil Flavio Suero (FEFLAS), apéndice del Movimiento Popular Dominicano.
Al terminar sus estudios secundarios se trasladó a la UASD a estudiar Ingeniería Civil, fragua de la juventud contestaria universitaria, donde fue miembro fundador del grupo de liberación Amin Abel (FELABEL), llegando a ser integrante en dos periodos de la Secretaría de Bienestar Social de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED).
Aunque Ponserrate era militante político, su pasión era el arte, la poesía y el teatro. Por eso, en la primera oportunidad en la UASD, entró como miembro del grupo de teatro que dirigía el maestro Jafe Serrulle, patrimonio nacional, orgullo de la nación, gloria del teatro de nuestro país y al grupo de teatro “Jaqueca”, bajo la dirección del maestro Carlos Castro Medina.
Ingresó como promotor social para la formación de grupo de teatro populares en el Centro Dominicanos de Estudios de Educación (CDED), formando más de 60 grupos a nivel barrial, al tiempo que era director del Teatro Estudio y Poesía Coreada del Movimiento Cultural Universitario en la UASD. Además de ingresar a la carrera administrativa de esa institución, se graduó de Agrimensor y Licenciado en Derecho, con una maestría en Derecho y Procedimiento Civil, profesión ejercida con timidez porque es demasiado soñador, su mundo es la poesía y el teatro, donde ha llegado a ser actor, director, promotor y dramaturgo.
Como intelectual es docente universitario, lector incansable e investigador audaz. Ha publicado varios libros de poesía y ensayos pedagógicos, artículos en periódicos y revistas, así como obras de teatro. No duerme, sueña, se pasa días enteros en las galaxias con Silvio y come de casualidad, ensimismado, lleno de nostalgias, jamás ha olvidado sus utopías y sus recuerdos de Dajabón, donde hay vivencias, raíces, recuerdos y sueños.
Con utopías que terminaban siempre en amaneceres, buscando caminos de realizaciones, entró sin querer un día en “La Cafetera” en la calle del Conde, en la ciudad Colonial, donde reencontró la política, jóvenes políticos, la poesía, el teatro y la presencia del café como catarsis para el dialogo y la compensación de la tradición del café en los espacios y los momentos sagrados, rituales de intimidades, recueros de su terruño natal, donde el café era una catarsis y una costumbre ancestral. ¡La Cafetera se convirtió en su espacio de compensación existencial!
“Amor-atado”, en la más reciente recopilación de diversos poemas del artista Aristóteles Ponserrate, en una sección bautizada como “Buenos Días con Café”, donde el poeta reproduce sus intimidades, redefine sus nostalgias pueblerinas que arropan gran parte de su vida, se rencuentra con las añoranzas, convirtiéndose La Cafetera en su espacio más íntimo, de más recuerdos, en catarsis existencial de nostalgia, de sueños y de utopías.
Soñador por ser poeta, aún hoy, La Cafetera está permanentemente en su memoria: “! La Cafetera no ha muerto, vive en el ardor de cada/corazón que atesoró sus momentos!”.
El olor apasionado del café, su aroma de mulata sorprendida, el color contestario de su magia, su poder de dialogar y redefinir sonrisas para resolver problemas, la vida hace obligatorio al café, Ponserrate, como yo, no podemos vivir sin él, el cual no es solo un líquido sino una catarsis, donde la felicidad y el amor hacen su presencia.
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