
Este nuevo libro de Eloy Alberto Tejera, Patadas de ahogado, impreso en la editora Búho, 2025, primera edición, no nos sorprende, más bien nos da grata satisfacción de que todavía alguien escriba sobre su oficio con la libertad que tiene, internamente; labor en la que tiene décadas y en la que medita. Corrector de estilo, reportero, corresponsal en NY, coordinador de prensa de televisión y director de Relaciones Públicas y Comunicaciones, de ahí provienen estas meditaciones del oficio, más su acervo cultural, pues no bien se tiene este libro entre las manos, se recibe una patada moralmente, tanto quien comparte el oficio del autor como aquel que lo estudia en este momento y aquel que ya no lo ejerce, ¿profesión? Pienso que el calificativo anterior mecaniza lo que el autor ha pretendido hacer, hizo y pretende seguir haciendo. Pues el autor comenzó muy joven el ejercicio del compromiso con la palabra que encierra una denuncia, un reconocimiento, una prevención. De ahí que, una vez tuve el libro, como dije, entre las manos, me dije, los capítulos que componen esta declaración de principios debieron ser publicados como artículos, bajo el riesgo que los compañeros de oficio, tanto los vivos, por morirse y los desencantados, rieran sin atinar que, si lo tratado les tocó, algo del oficio ha estremecido en el interior moribundo del que comparte y compartió el oficio de periodista. De ahí, el autor, bajo el amparo de un lado moral que siempre le ha acompañado en sus relaciones consigo mismo, estas reflexiones son las que le permiten estar a flote dentro de él mismo y la sociedad que le sirve para meditación, pues a esos son a quienes estas patadas de ahogado van dirigidas, desde al joven periodista hasta a aquel que ha ejercido con entrega, con ética naufragada o no.
El autor se permite, por su experiencia, orientar, en un oficio que por el desarrollo de una nueva manera apabullante trae cuestionamiento y que “todo pasado fue mejor”. Yo no me atrevo ni tengo la osadía de decir qué es ser, en ejercicio, periodista ahora mismo.
Los temas a tratar en cada capítulo del libro llaman la atención por la preocupación intrínseca a la personalidad del autor, que van desde nostalgia por la máquina de escribir, en este caso tiene un nombre, Olivetti, hasta la pérdida de fe en los medios de comunicación, destacando una capacidad crítica y autocrítica.
Podría decirse que algunos de los capítulos están envueltos en la aureola de la nostalgia, ¿nostalgia de qué? Sabrá Dios, sabrá Dios. Al periodista le acompañan los cuestionamientos del que ejerce el derecho, que no enumeraré aquí, por supuesto, en lo que uno y otro representan tanto para la sociedad en la índole que sea; que todo el que se ha detenido a pensar ambos “servicios” lo sabe.
Eloy Alberto Tejera le da su toque muy personal a cada tema tratado en el libro, partiendo de su cultura general y conocimiento de la materia que trata, reiterando los temas tocados dicen qué piensa el autor de alguien que ejerce o está envuelto desde muy joven en los medios escritos. De ahí que su prosa evidencia una provocación como en otras áreas en las que es ducho, con escalpelo en mano.
Meditar más de la mitad de su vida el ejercicio de lo que le ha permitido dar la cara a sí mismo como a la sociedad y hacerlo con cierto escepticismo del creador de contenido en la literatura de ficción, que también cultiva, no dice que el autor sea un escéptico y que la profesión de periodismo se jodió, sino de hacer su trabajo y que juzgue el pasado recién y el presente.
Patadas de ahogado, más que una “patada”, es un empujón a la reflexión de alguien que ha amado, ama su oficio sin importar desde qué lugar lo ejerza.
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