Así es. Muchos dominicanos, sobre todo aquellos de la media-alta sociedad, quieren “orden”, aunque sea sin ley. Una cuestión que preocupa, porque hace justamente unos días, se cumplió el 64 aniversario del tiranicidio, evento que marcó el inicio del fin de una de las épocas más oscuras y sangrientas de nuestra historia republicana.
Sin embargo, los de mayor poder adquisitivo quieren que la “ministra” ponga “orden”, cueste lo que cueste. Ignoran que lo que hoy piden con sed y algarabía, mañana podría convertirse en su propio karma. Es lamentable que solo se enfoquen en las consecuencias y, como casi siempre, pretendan ignorar las causas.
Lo cierto es, que el desorden que actualmente se critica, ha sido el fruto de un Estado conformado por una clase política que decidió vendarse los ojos para concentrarse en la cháchara y convertir sus organizaciones políticas en maquinarias electorales con el fin de alcanzar el poder por el poder, nada más. Es decir, pudo más su ego y autoestima que los intereses colectivos.
¿Cómo puede avanzar un país que desde el año 2013 invierte el 4% de su PIB en educación y queda en el puesto 79 de 81 países evaluados según la prueba PISA 2022? ¿Cómo puede desarrollarse una nación que invierte a penas un 0,1% en innovación? ¿Cómo puede un Estado Social y Democrático de Derecho ver materializar su propósito cuando no existe en pleno siglo XXI, año 2025, un solo tema básico resuelto?
Asimismo, cabe preguntarse, ¿Cómo puede prosperar un territorio si su mercado laboral informal ronda el 55%? ¿Cómo se explica que una economía que en promedio crece 5%, siendo la envidia de la región, la canasta básica no pueda ser cubierta? ¿Cómo entender que un Estado como el dominicano no haya podido ponerse de acuerdo a través de un Pacto Fiscal como manda la Ley 1-12 de Estrategia Nacional de Desarrollo (END), el cual debió suceder a más tardar el año 2015?
Si, ese es el país en que vivimos. Aquel en el que una gran parte exige regular el derecho más preciado después de la vida: la libertad. Si, ese es el país donde sus nacionales en su mayoría no conoce sus derechos y deberes fundamentales, razón por la que aceptan de manera natural cualquier arbitrariedad y discrecionalidad de la Administración. ¡Ay si, señores! Aquí cualquiera puede ser funcionario, solo basta buscar muchos votos, ser “leal (ciego, sordo y mudo)" y decir si señor a todo, no importa qué.
En fin, hasta los extranjeros de todas partes reconocen que este es el mejor país del mundo, donde todo es posible y no pasa nada. Donde los servidores públicos de libre nombramiento se creen dueños de las instituciones y van a ellas a hacer lo mismo que ayer criticaron a sus opositores. Aquí aún no se entiende que desde el 2010 impera la ley, no la discrecionalidad de los gobernantes, pero a la gente no le importa. Lo que desean es “orden” cueste lo que cueste.
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