Imagínate que, un viernes de madrugada, bajas a la playa de Boca Chica, dejas la cartera y el celular sobre la arena y te metes al agua confiando en que nadie tocará tus cosas. Es exactamente lo que hacemos cada vez que escribimos contraseñas en un Wi‑Fi público o damos nuestro correo real a una tienda cualquiera. La orilla parece tranquila, pero las cifras revelan un oleaje de tiburones: solo en 2024 el FBI registró pérdidas por 16,6 mil millones de dólares, un salto del 33 % respecto al año anterior, con casi 860 000 denuncias formales de víctimas de fraude. Ese dinero equivale a doce veces el presupuesto anual del Ministerio de Salud dominicano; no es un asunto de “hackers de película”, sino de bolsillos cotidianos.
El problema crece porque somos muchos y estamos cada vez más conectados. La UIT calcula que 5,5 mil millones de personas el 68 % de la población mundial navegan hoy, mientras 2,6 mil millones siguen fuera de línea. El grupo más activo es la juventud: 79 % de los menores de 25 años está en Internet, frente a 66 % del resto de los adultos Esa exuberancia digital se combina con rutinas peligrosas: 78 % de los usuarios reutiliza contraseñas en varios servicios, y la mitad emplea la misma combinación en al menos tres cuentas . Basta que un sitio se filtre para que sus otras identidades caigan como fichas de dominó.
Las empresas tampoco ayudan. El costo medio de una filtración corporativa alcanzó 4,88 millones de dólares en 2024, la cifra más alta que ha medido IBM, aunque quienes invirtieron en IA defensiva ahorraron dos millones por incidente . Y pese a toda la automatización, la debilidad sigue siendo humana: el informe DBIR 2024 de Verizon confirma que el 68 % de las brechas comienza con un error o una manipulación de empleados . Es el equivalente a olvidar el preservativo “porque esta vez no pasa nada”.
La analogía sanitaria funciona: un alias de correo es como un condón desechable. Abres una dirección efímera —compras‑tienda@ejemplo.com y, si esa base de datos se vende en la dark web, tus mensajes verdaderos siguen ilesos. Un VPN confiable cifra tu tráfico y oculta tu posición, igual que cerrar la puerta antes de un momento íntimo. El doble factor de autenticación y un gestor de contraseñas son el control médico de rutina: detectan anomalías antes de que se vuelvan cáncer financiero.
También hay buenas noticias. Los ataques cuestan, pero la prevención es barata: la mayoría de los gestores de contraseñas cuestan menos que un combo en un food court, y los navegadores modernos incluyen bloqueadores de rastreo que se activan con dos clics. A nivel macro, la República Dominicana ha subido al puesto 24 del National Cyber Security Index con 71,67 puntos, pero la misma métrica la deja en el lugar 89 del Global Cybersecurity Index, señal de que todavía nos falta músculo defensivo . Iniciativas públicas como el CERT y las campañas del INDOTEL son pasos importantes, pero la primera muralla sigue siendo el usuario.
En el fondo, protegerse no es paranoia; es higiene. Nadie se arrepiente de haber usado preservativo ni de haber cifrado su conexión. Lo que sí duele es descubrir, meses después, que un extraño pidió préstamos a tu nombre o que tus fotos familiares sirven de carnada en un chantaje. La libertad digital como la sexual se disfruta cuando el riesgo está bien atado. Así que la próxima vez que pulses “Iniciar sesión”, pregúntate: ¿llevo puesto mi condón virtual o estoy nadando entre tiburones con sangre en el agua?
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