Muchos de nosotros soñamos con la posibilidad de que en el asueto de Semana Santa, y más después de la pasada tragedia, el número de fallecidos, heridos e intoxicados fuera estadísticamente igual a cero o muy bajo.
Las razones eran muy válidas y lógicas, pues el Gobierno, a través de los organismos correspondientes, realizó un extraordinario esfuerzo para movilizar, en labores de prevención, cerca de cincuenta mil personas, según recoge la prensa nacional.
Por otra parte, los dominicanos estábamos, y aún lo estamos, en un período de laceración y recogimiento mental y espiritual por lo ocurrido, producto de la tragedia del Jet Set, una semana antes de dicho asueto.
El fallecimiento de 32 personas en Semana Santa, 212 accidentes y cerca de 600 intoxicados, es un hecho que debe llamarnos poderosamente a preocupación.
Los dominicanos anhelamos ver un día una Semana Santa sin muertos ni heridos. Nadie tiene que morir por el hecho de que esta fecha sea tan importante en el marco de nuestra cultura y tradición.
Es importante tener estadísticas e indicadores sociológicos, antropológicos y culturales que nos permitan diseñar planes educativos preventivos para ponerle fin a esa tragedia que anualmente nos llega cada Semana Santa.
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