Cada papa que muere es motivo de tristeza, sobre todo para los católicos. Ha muerto Francisco, el padre Jorge Bergoglio.
Murió el papa cercano, el papa humilde, el papa sencillo, el papa de los pobres, el papa de los desamparados, el papa de los abandonados, el papa de los apartados, el papa revolucionario. El papa austero.
Desde el inicio de su papado, fue diferente. Desde optar por vivir en Santa Marta y no en el apartamento en donde vivían los papas. Escogió ahí porque decía que no le gustaba la soledad, podía comer con los demás instalados en esta casa, compartir con ellos, conversar, escucharlos hablar.
Murió Francisco, el papa de las selfies, el papa futbolero, el papa de la esperanza, el papa conciliador, el papa de la paz, el papa de todos.
Murió Francisco, el papa de los niños, el papa de los jóvenes, el papa de los ancianos, el papa de los discapacitados, el papa de las mujeres.
El papa que le pedía a los jóvenes que hicieran líos, el papa que quería una iglesia abierta que acogiera a todos.
Murió el padre Jorge, el cura de los argentinos, el que montaba en autobús, el de los zapatos gastados, el que acogía a los recogedores de cartón, el que se paraba en un quiosco a comprar el periódico, el que hablaba de fútbol con cualquiera, el que caminaba por los barrios sin temor.
Murió Francisco, murió Jorge, el cura diferente, el papa diferente. El que no quiso usar las vestiduras de lujo, el que renunció a carros costosos, el que no quiso llevar el anillo papal, el que dejó sin usar los vistosos zapatos, el que cuando debió cambiar sus espejuelos se fue en un carro al centro de Roma a una óptica, el que no le molestaban los niños, el que acariciaba a una anciana, el que abrazaba al pobre, el que alojó a los indigentes y también el humano que le dio por la mano a la china que lo halaba y no le soltaba.
Murió Francisco, el que quiso imitar a Cristo y a Francisco, el pobre de Asís.
Hoy, sábado 26 de abril deja su cuerpo en la tierra, pero estará con nosotros por siempre en nuestros corazones.
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