En lo que llega el último día, la nefasta noticia, el huracán implacable y la tierra removida en abrazos, nos queda el aliento.
Mientras esperas la sorpresa y la mano compasiva y todos los caminos que aún faltan, entre abrigadoras nubes moradas y rosáceas y la lluvia que gentil llega a tu cara, nos queda la mirada.
En lo que piensas y te imaginas, construyéndote castillos infinitos rodeados de verdes arboledas y perfumes eternos de rosas blancas, nos queda la palabra.
Mientras aguardas una línea luminosa de un horizonte apagado, que se apaga y se prende como cualquier estrella distante del cielo, nos queda el oyimiento.
En lo que presumes tener y no tienes y esperas alcanzar mientras callas en silencio por las noches solitarias y ese deseo de tocar otro cuerpo; nos queda el pensamiento.
Mientras intentas controlar los sentidos, amarrándolos con ilusas sogas y te enredas entre millares de sueños que apuestan al olvido, nos queda la esperanza.
En lo que termina la jornada y el esfuerzo de vivir entre otros animales tan perdidos y dotados de las mismas sensaciones y distorsionados lamentos, nos queda la mañana.
Mientras tanto, en lo que llega el misterio y ese abismo inenarrable e inexplicable y tu alma se sacuda de ti y te deje abandonado después de tantos intentos, y todo se apague, acércate y disfrutemos el momento.
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