Hoy viernes es el día en el que, una vez más, mi amigo Kenny Flower será el ganador de nuestro juego nocturno de ajedrez que tendrá lugar en mi trabajo. Esta tarde de otoño se presenta luminosa. Es uno de esos días en los que nos sentimos conectados con el mundo y en el que sabemos que todo irá bien. El clima, el aire limpio, las personas que circulan y hasta el olor, tan agradable y propio de la estación en la que estamos, se percibe por todos los rincones. Es nuestro tiempo, el tiempo en el que reinamos y en el que esta reina para nosotros. Los neoyorquinos parece que se comen este día delicioso sin calor y con una brisa suave que inunda las calles. No se ven rostros desolados, la amargura no tiene cabida en ellos y la belleza se siente hoy indescriptible.

He llegado a la parada del tren y solo debo caminar cinco minutos. A lo lejos diviso la figura zigzagueante y ese caminar torpe tan característico de William Watson, uno de mis pacientes. Veo que entra en un supermercado y temiendo que pueda causar problemas, le sigo. Ya en el interior del local observo que tiene un refresco de soda en sus manos. Dos jóvenes le rodean. Me acerco y pregunto qué ocurre e instintivamente William se aproxima para refugiarse en mí. El gerente del supermercado me explica que con frecuencia toma un refresco sin pagar, se autolesiona y que ha llegado incluso a hacerlo con algunos de sus empleados. Pago el refresco, salimos y ambos caminamos con tranquilidad, ya alejados del establecimiento, hasta Contemporary Guidance, lugar donde trabajo en Long Island. Nuestra institución lleva a cabo labores terapéuticas con personas discapacitadas –borderline– afectadas por un trastorno de personalidad que presenta conductas desajustadas y erráticas. Dichas personas desarrollan trabajos sencillos de carácter rutinario en fábricas y empresas, percibiendo por ello un salario modesto mientras viven, de manera autónoma e independiente, en la residencia. Además de Williams tengo tres pacientes más con los que trabajo técnicas de modificación de conducta y que, como él, son personas afectadas por algún tipo de minusvalía. De mi amigo Kenny Flower no se puede decir, sin embargo, que sea uno de los pacientes asignados a mi control.

Kenny es un joven afroamericano que, al igual que el resto de los internos, sufre discapacidad presentando un déficit conductual y epilepsia. Es famoso en el centro por su temperamento volátil y en ocasiones muy violento. Una de aquellas jornadas, mientras administraba la medicación nocturna a todos los pacientes, se me acercó Kenny. Tenía entre las manos un tablero de ajedrez y le pregunté si sabía jugar. Rápidamente me invitó a jugar una partida y le prometí que un poco más tarde lo haríamos. Vi la oportunidad de usar el juego como una forma de terapia y hablé de tal posibilidad con el director y su ayudante. Planificamos que jugaría con él al considerar que dicha estrategia podía introducir cambios, mejorar su autocontrol, modificar su carácter violento y lograr que poco a poco se integrara mejor en el centro.

He comenzado este artículo señalando que es viernes y en realidad así es. Sucede que hoy, por lo tanto, es el día en el que Kenny gana el juego, en una más de esas partidas que todas las noches disputamos. El resto de la semana, de lunes a jueves, gano yo. Los psicólogos conductistas saben que estoy utilizando un refuerzo de conducta de razón fija. Durante la semana él solo piensa en ganar y su comportamiento está conectado a la eventualidad del juego en la noche. Este hecho, ha producido grandes cambios en su conducta y suele abrazarme cuando nos encontramos. Su encargado está maravillado por la colaboración y la dulzura que muestra Kenny. Hoy viernes, por tanto, es un día de fiesta para él, pues se corona campeón y me espera jubiloso hasta el lunes con evidente deseo de vencerme. Mientras, una felicidad inmensa le acompaña durante todos los fines de semana. Su hermano, un militante de los Panteras Negras, vino una tarde a conocerme. Kenny habla constantemente de mí cuando va a casa de visita, una vez al mes, para no perder el contacto familiar.

Las partidas de ajedrez que disputamos, de ocho a nueve de la noche, son para nosotros un tiempo hermoso. Se produce entonces un silencio que bien pudiera tocarse con los dedos de lo intenso que es. Es nuestro momento compartido en la noche tranquila y ceremoniosa, una hora en la que nuestro Centro parece adquirir la sacralidad de una iglesia. Jugamos sin decir una palabra, inmersos en una partida encarnizada. Si le como la dama muy temprano Kenny no lo acepta y me devuelve la jugada. Si es al contrario y es él quien toma la delantera tengo que empeñarme en ganar con esa desventaja.

Cuando comenzamos a jugar ajedrez, descubrí muy pronto que él poseía ciertas destrezas que me obligaban a usar todas mis facultades para vencerlo. Y así fue por buen tiempo, pero un día, desafortunadamente, fue preciso que yo regresara a mi país. Confieso esto porque no tuve la valentía ni pude decir adiós formalmente a mis cuatros pacientes y mucho menos a mi buen amigo Kenny Flower. La emoción y el enorme afecto que llegué a sentir por todos ellos era tan fuerte que tuve el temor de no poder resistirlo. Confieso sin ningún rubor que lloré profundamente y con inconsolable dolor ese último día de mi despedida. Ese mismo día en el que no logré despedirme.

Salvador Pérez Nuñez

Psicólogo clínico

Psicólogo clínico. Me gusta la honestidad y escribir, ocasionalmente, poesía y análisis políticos.

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