A sus noventa años, Ari Benyehuda accedió a ponerse de pie frente a la cámara en su patio en Tel Aviv, el mismo día que Isabel Grace, con un añito, balbuceó un feliz cumpleaños a la misma persona desde St. Louis, Missouri. En sus respectivos jardines en Santo Domingo, las tías Melba y Lourdes Noboa se organizaron para regalar sus palabras y sonrisas. En el caso de la elegante tía Evelia Pagán, Lucy mi cuñada tuvo que hacerle un video a modo paparazzi rápidamente, a la salida de una parroquia.

Guaroa Noboa Pagán cumplía sesenta años el pasado miércoles y lo felicitarán a distancia. Sus mensajes fueron agrupados junto a unos sesenta más de parientes, antiguos compañeros del Colegio Dominicano De La Salle, vecinos de calle la donde crecimos y otros allegados. En poco tiempo estas personas accedieron a participar de la sorpresa. Como apuntó Jesús Pelliccione, sobrino del cumpleañero, el festejado es una persona carismática.

La pequeña “pandenial” Isabel Grace es la primera bisnieta de nuestros padres. No sabe quién es mi hermano Guaroita, nunca lo ha visto. De hecho, no sabe qué es la República Dominicana. Aun así, sé que ella y los otros bisnietecitos de mis progenitores de camino, algún día lo elegirán el tío abuelo más genial, según criterio lírico-musical cantado por nuestra sobrina Leticia Mariel (Letón Pé para su público), en la producción sorpresa para el cumpleañero.

Hay consenso entre los sobrinos. Mi hermano es the coolest uncle. Pone a mi hijo Simón a articular palabras de afecto que no anda regalando. Alicia, la mayor, le envía desde Texas un mensaje cargado con la plenitud de su estado de gravidez y madurez. Desde Canadá, Marcel lo resume de hombre a hombre: Tío, I love you, I love you, I love you. Luis Arturo lo dice desde la sonrisa con un sincero “quiero llegar a ser como tú”. Marco le pide permiso a su visitante la ómicron, para dirigirse a su tío; mientras los maratonistas Giulio y Andrea conectan con el corredor, y Verónica le baila.

Hace un par de años, cuando me atreví a escribir una primera columna con temas distintos al derecho, el cine o la literatura, un lector de Acento se quejó amargamente con el diario digital en Twitter. Reclamó al periódico por qué motivo publicaban mi trabajo sobre el cumpleaños de mi hermana Leticia, la hija predilecta. Que él supiera, manifestaba el lector, ni la autora, la cumpleañera y los otros hermanos de mi relato le habíamos prestado un servicio a la patria. El enojado caballero tenía absoluta razón y por eso no le he olvidado. Entre los Noboa Pagán no hay patriotas. Si cada familia dominicana sale a ocupar espacios en la prensa nacional con sus pequeñeces, el diario no está cumpliendo con su misión informativa. Olvidé su nombre, mas no su punto de vista. No lo sabe, pero es mi anónimo y más importante crítico.

Al año siguiente, cuando escribí otro artículo celebrando la llegada a los sesenta años de mi hermana Amanda, Imágenes en el view-master, me quedé esperando su reaparición. Lo busqué en todas las redes de Acento. No lo encontré, pero percibo que sigue enojado con Acento y conmigo. Con profundo respeto, hoy le escribo sobre mi hermano Guaroa.

Guaroa Noboa Pagán, mi hermano.

Es cierto. Su queja es motivada. Relatar el sexagésimo cumpleaños de mi hermano no es una noticia nacional. Tampoco es crónica literaria, por ejemplo, la anécdota enviada por Joey Peralta, que reclamó al cumpleañero esta semana desde Florida que una delación suya le provocó la pela más inolvidable que le propinó su papá, cuando éramos vecinos en la calle La Cantera. O comentar que los cuatro hermanos Murillo, los guatemaltecos de ese cul de sac, se organizaron para grabar un mensaje simultáneo desde distintos puntos de Costa Rica para el festejado, su querido amigo de infancia, Guaroita.

No puedo rebatir a ese lector tan solo diciéndole que nunca me había dado cuenta de que, para mi cuñado Roberto, mi hermano ha sido el suyo y viceversa; o que cuando Calincito Ginebra o Alfonso Peralta, sus amigos de infancia, le hablan con el corazón, yo también veo a un hermano. Bien lo explica nuestra tía Melba Noboa, sentada frente a la cámara desde su jardín. En la sabiduría que traen los años, quiso que su decendencia la acompañara y la escuchara decirle a su sobrino “nos sentimos protegidos contigo”.

Sin haberla oído, los primos, los lasallistas y sus colegas arquitectos concurren. Buscando cómo explicárselo a usted, mi esposo sugirió: “solo dile a ese lector que tu hermano es un círculo”. ¿Un círculo? Le pregunté. “No tiene aristas, respondió, se abre fácilmente y por eso Lucy, Luis Arturo y tú pudieron armar ese video tan rápido. Todo el que allí le dijo “mi hermano”, lo siente.

El lector quejoso estará esperando que le diga algo que al menos intente ser novedoso, y no una repetición de lo que ocurre en cualquier familia, y que resulta de nuestro exclusivo interés. Mencioné en mi primera línea a Ari Benyehuda. Don Ari, técnico israelí experto en irrigación, llegó al país en los años sesenta, cuando éramos niños muy chiquitos nosotros y sus hijos, nuestros vecinos de la calle La Cantera entre los años 1968 y 1970.

Guaroa Noboa padre e hijo.

Hasta los años noventa perdimos contacto con ellos, pero no fue hasta el surgimiento de Facebook que pudimos ver algo formidable. En 2009, don Ari nos mandó el único video que existe de nosotros, grabado por él con su cámara Súper 8. Sus hijos Zafi y Segali, con edades como las de Guaroa y yo, nos lo hicieron llegar.

Son cortitos mudos, en los que nos vemos bailando en su galería, jugando en su patio o sentados en la mesa de la familia judía con la que nos encariñamos. Cuando vi a don Ari, a sus noventa años, en su patio en Tel Aviv, de pie, felicitando a mi hermano, me estremecí y recordé el olvido. Le dije a mi cuñada que buscara el álbum de niñez de mi hermano, que, para mi sorpresa, ella nunca había visto en largos años de matrimonio.

Lo encontró tal como mi mamá lo organizó cuando Guaroa era chiquito. Es uno de esos hermosos álbumes hechos de cartulina negra, que separaban las fotografías blanco y negro de excelente resolución con papel cebolla, colocadas con esquineros para su buena conservación. Disfruté las felicitaciones de los jóvenes, de los compañeros de generación del cumpleañero, pero fueron las intervenciones de los más adultos, los que remiten al día que mis padres vieron a Guaroa nacer, y como todo padre o madre, soñaron que su hijo fuera siempre feliz.

Ni siquiera como familia ordinaria somos ejemplo o modelo a seguir, apreciado lector amigo. A pesar de eso, estoy frente al ordenador tratando de poner caracteres a algo más que una emoción para usted.

Tuve asignado el afortunado asiento de atrás de mi familia. Literalmente, en el viejo Saab de cinco puertas, un silloncito de espaldas que solo recogía mi pequeño cuerpo era mi asiento.  Una metáfora de lo que debía aprender, a mirar sin los sentidos, el viaje de traslación por la historia familiar. Llegué de último, para fascinarme con los caminos andados por los tres hermanos que me anteceden. El de mi hermano no es un camino, es un maratón de alegría. Es pura vitalidad. Nadie entendió mejor entre los cuatro, lo que dijo mi vecina doña Aurora Arenas el día que enterramos a mi papá. Nos dijo muy seria: “Su papá fue un hombre bueno, pero algo no menos importante, supo gozar la vida.”

Guaroa es lo que los padres soñamos, un hijo feliz. En el caso de mi papá, bautizado Guaroa Herasme y solo tiempo después reconocido como hijo de Diógenes Noboa, apenas puedo imaginar la alegría con la que el mismo día del nacimiento de su único varón fue a declararlo con su nombre y apellido, Guaroa Noboa, una rima que la abuela Encarnación esperó escuchar confiada.

Puedo ver su sonrisa frente al oficial del estado civil, cuando el 16 de febrero de 1962 o cuando inscribió en primero de primaria del Colegio Dominicano de la Salle a su hijo y tocayo. El tuvo que esperar varios años antes de aparecer en la lista escolar con el nombre que posteriormente recibió sin quejas ni reclamos. Además de un hijo querido, mi hermano fue la oportunidad de mi papá de dar más.

Las tías y don Ari lo saben. Guaroa es un triunfo especial de mis padres. Lo honra a diario. Levantarse a ser feliz siempre ha sido el alba de mi hermano. Su vida orientada a la familia, su honradez profesional, su amor por el deporte, y como su progenitor, su gusto enorme de hacer amigos no es heroísmo que otorga privilegios. Es la búsqueda de la felicidad, una legítima aspiración que alcanza cartas constitucionales y que inspiran estas líneas mi amigo lector.

Como seguro usted enseña a sus hijos, a nosotros nos compraban los cuadernos del colegio cada septiembre y se nos exigía cuidarlos durante todo el año escolar. A la semana, Guaroa había arrancado páginas para hacer avioncitos, recortar diseños de carritos, y en las últimas páginas de la mascota, llenarlas de dibujos. Tenía y mantiene un fuerte pulso, su caligrafía es de líneas largas y rectas como quien sabe dónde va.

Cansada de ver las mascotas en espiral de Guaroa flacas a mitad del año escolar, mi mamá nos obligó a usar cuadernos cosidos. Ante el temor de que las primeras hojas con las lecciones escolares salieran volando también, mi hermano dejó de arrancar hojas para encontrar formas tridimensionales. Ya no usa mascotas, diseña en computadoras, pero corre maratónicamente por la alegría de estar vivo, después de vencer el cáncer y salvarle la vida a su hijo en ocasión de un accidente.

Corre hacia el centro del cuaderno cosido, entre la sed de conocimiento que sigue llenando sus primeras páginas, y la de la imaginación que vuela en las de atrás de reverso, por su subconsciente imaginativo. No sé si es porque voy sentada al revés en el paseo de las traslaciones, observándolo desde otro punto de vista, para mí, la felicidad de mi hermano es algo más que un sentimiento. Feliz cumpleaños hermano querido