El formato del bloque de preguntas y las exposiciones de casi todos los participantes en el reciente debate entre los candidatos a senador por el Distrito Nacional constituye una demostración de hasta dónde ha penetrado en nuestro país la onda ultraconservadora que se expande en todo el mundo. Por las posiciones del algunos, el debate fue una suerte de tribuna tendente a condicionar las agendas de los poderes Ejecutivo y Legislativo del próximo cuatrienio, una trampa en la que estos no deberán caer. Ello así, porque el país requiere urgentemente una política decididamente inclusiva en los planos social y económico para fortalecer su identidad como comunidad plural, algo que solo se logra en un contexto de pleno ejercicio de libertad y de consensos políticos.
Las tres preguntas iniciales del debate, en su formulación, estuvieron claramente sesgadas, recurriendo a la fábula de la conspiración mundial para imponer la “ideología del género”, siguiendo con los temas de las tres causales y el migratorio que son parte de la agenda de esa “conspiración”, según los sectores del ultra conservadurismo cerril. Son temas generalmente tratados con marcado simplismo de parte de esos sectores para negar derechos, en que confluyen sectores del más diverso espectro político, social y eclesial del país, propensos todos al autoritarismo y a debilitar toda posibilidad de convivencia y de necesaria cohesión social. Aunque en auge a nivel mundial en algunos países se enfrenta con determinación, no deja de causar tensiones, distracciones y fragmentación social.
Esto obliga a fijar posición contra esa tendencia, diferenciarse de ella y con un proyecto de sociedad realmente democrático, algo que no solo concierne a un partido en particular, sino a cualquier líder político, sea este presidente en ejercicio o candidato a ese cargo. A ese propósito, resulta pertinente plantearse el tema de la situación de los actores políticos fundamentales del sistema, no solamente de los más grandes, sino de todos y de todo signo. Los partidos políticos del país, sin excepción, necesitan un proceso de reafirmación/reconstrucción de sus identidades, de lo contrario corren el riesgo de más fragmentación y/o de dispersión que podrían arrastrar algunos hacia la irrelevancia o ineficacia política a coarto o mediano plazo para producir cambio, y a otros hacia su desaparición.
En el caso del PLD, este que fue fundado con un pecado original: ser un partido pretendidamente exclusivo, diferente y opuesto a los demás (básicamente al entonces PRD), de esa condición de “exclusividad” degeneró en excluyente, esencialmente. Para expiar ese pecado e intentar regenerarse, sus buenos activos, que los tiene, deberán asumir una posición frontal ante esa onda conservadora mundial que paulatinamente se aposenta en el país. El PRD nació buscando la inclusión de los hijos de machepas y posteriormente tuvo como principal figura un verdadero hijo de ella, al cual se le negó el derecho a la representación. En el caso del PRM, a pesar de tener en su seno a figuras señeras del entonces PRD de las luchas contra el conservadurismo balaguerista, algunos sectores se piensan exclusivos. Ironía de la historia
Si ese vicio se expande, podría convertir esa colectividad en estructuralmente excluyente, como en su momento lo fue el PLD. Sabemos las consecuencias. Y es que en este mundo de generalizada incertidumbre y sin las grandes ideas/guía de otros tiempos, muchos recurren nostalgia del autoritarismo, ya al ataque a la democracia como práctica política. Las direcciones de los dos partidos referidos, al igual que otros pequeños, pero que se reclaman progresistas o de izquierda no pueden subestimar el activismo de una gama de ultraconservadores que pululan en el país y que tienden a reagruparse. Algunos lo hacen vistiendo camisas negras, como hacían los fascistas en tiempo de Mussolini y que aún lo hacen en la actual Italia, haciendo su desafiante saludo romano de brazo en alto y mano abierta.
La deriva ultraconservadora va al corazón de la democracia y cuando llega a un país no se ahorra ningún partido que no se sume a sus designios, por tanto, ninguna colectividad política o social está a salvo de la ferocidad del ultra conservadurismo, sobre todo los de signos progresista. El presente gobierno, de reconfirmarse en el poder, cosa altamente probable, hasta ahora tiene la urgente necesidad de evitar los efectos corrosivos del conservadurismo contra esta sociedad, definiendo la única herramienta que puede ser efectiva contra ese flagelo: políticas públicas orientadas hacia el gasto para disminuir de la desigualdad, que es la expresión más ofensiva de la pobreza, y defender firmemente las conquistas en materia de derechos humanos.
A ese propósito, Gabriel Boric, cuando se le preguntó cuál es el legado que quiere dejar como presidente de Chile, respondió: “…haber tomado medidas que avancen en mayor justicia social y una mejor distribución del ingreso. Además, espero que podamos formar una coalición de largo plazo para un proyecto progresista en Chile”. Es una posición de coherencia política y personal, al tiempo de ser un programa mínimo para cualquier proyecto progresista en este momento en que la democracia es el escenario fundamental para la lucha política y contra la nostalgia autoritaria. De todo signo…