La facultad de juzgar se mide por la firmeza del yo. Theodor Adorno
La violencia tiene muchas formas de expresión, si nos atenemos a la mirada de Rousseau que plantea la violación del espacio del otro como detonante. Visto así, prolifera hoy la violencia del decir rastrero: innoble manejo de los medios más allá de las normativas comunicacionales que regía una vez la radiofonía y que hoy resulta inoperante ante parloteo disoluto. Derivan de esa práctica, no solo agresiones dirigidas a personas específicas, sino salpicaduras a todo el que espera un uso responsable y ético de medios sociales.
Si correlacionamos esa libertad de la ordinariez con las deserciones en las universidades, el incremento de la violencia doméstica, la proliferación de embarazos tempranos, y la baja escolaridad en la población predominantemente joven, tendremos una tendencia al crecimiento del deterioro que una vez la psicología social estudió como anomia, y que hoy se constituye en la nueva norma; tanto así que cualquier discurso ético es considerado demodé y ridiculizado, cuando no excluido, silenciado.
Vivimos el deplorable panorama del triunfo de la estulticia, el disparate como estética, la coprolalia como discurso y la inmoralidad como guía. Esto se torna todavía más perturbador cuando escuchamos agoreros personajes que, izando blasones para promover la escoria, insinuando insanias, profetizan curules para el frenesí y la oligofrenia, con tal desparpajo solo posible en una sociedad que ha depuesto sus noblezas y utopías realizables.
Un rumor de figuras presidenciables recorre los pasillos virtuales de las redes. Es sabido que la larga crisis de los partidos políticos y las prácticas históricas inmorales en el poder, han generado en la población una parálisis crítica, la aceptación de lo viciado hasta subvertir la norma en un tránsito desde la desesperanza hasta desembocar en un goce donde lo obsceno se convierte en imperativo sin que los aparatos del estado (educación, cultura, legislación) planteen una postura.
Ya no solo es lícito el insulto de mas baja estofa por medios públicos, sino que es la manera de hacer “comunicación exitosa”, entendido el éxito como festín de la gleba. No sabemos quienes sacan beneficios pseudopolíticos del deterioro, pero si sabemos que un sistema social contendrá la presión hasta que él mismo se acogote.
“Hay un país en el mundo que no merece el nombre de país”, clamaba el poeta en una época de ausencia de libertades públicas y de poder unánime representado en la figura de Trujillo. Más de medio siglo después de la escritura de este emblemático poema, y después de la instauración de la democracia eternamente en ciernes, nos preguntamos qué escribiría Pedro Mir si fuera testigo de la metástasis del cáncer que arrancó desde la fundación de este proceso.
Golpe de estado, triunvirato corrupto, dictadura ilustrada, sucesión del dolo, son los escenarios que nos ha brindado la democracia representativa. Con la secuela del síndrome de la codependencia y adaptación al desorden, hasta crear una distorsión cognitiva con la cual se asume una inversión donde lo normal termina siendo patológico, asuntos como formación profesional, familia, decoro, autorrespeto, pasan a generar vergüenza. Entre los jóvenes, el pudor, si es dicho, debe susurrarse con la cabeza gacha, con miedo al ridículo.
Parecería que es una enfermedad de la época y que no hay respuesta posible ante la muerte del alma social. Quizá ya se ha dicho: vivimos tiempos extraños. Las ideas generadoras de patología y sus detentadores son servidas en los medios como normas a seguir. Si quieres alcanzar el éxito, abandona las propuestas que hasta hace poco te servía la cultura, huye de la ciencia y sus predicamentos, y proponte la ilustre labor de ser un influencer. Eso sí, para ello debes recurrir al diccionario de la maledicencia y mancebía, mientras mayor es el deterioro lexical y moral, mayor cantidad de aprobación.
Los grupos de las praxis políticas, aunque sepan de todos estos disvalores, en su afán por aumentar el número de votos, garantía de poder en una “democracia representativa”, establecen contubernios con la baja estofa, y en esos escenarios del escarnio y la obscenidad termina entrevistado aun el primer magistrado de la nación, lo que garantiza impunidad a los detentadores del neo-poder de lo soez. Luego, llaman “política” a sus comparecencias al lupanar de la palabra. Asistir y fraternizar con los que brindan a nuestros hijos el lenguaje vulgar, envía un torcido mensaje.
No es posible saber cuándo empezó todo esto, pero es evidente que es un fracaso del sistema. Vemos con asombro, no que el disoluto asciende a curules, sino que las mismas descienden ante él. Sólo hace falta capital, sin importar su procedencia, para convertir a Malhechor Pocasfichas en presidenciable, y aunque nunca despertemos a la pesadilla de su ceremonia de toma de posesión, su sola mención ya es bastante lodo a los símbolos nacionales.
“Debemur morti nos nostraque”
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