Los pueblos son muy sabios. Desde tiempos inmemoriales han sido celosos de los legados de sus antepasados. Sienten respeto y admiración por monumentos, acciones, expresiones y escenarios trascendentes de su historia. Hay una memoria social colectiva, sin letreros, que, sin estar escritos, recuerdan sus hazañas, asumen conciencia de su herencia con orgullo e identidad. Los miembros de esos lugares saben de su significado y trascendencia. Solo cuando le arrebatan su derecho de pertenencia, asumen indiferencia.
En Europa, cuando la llamada Segunda Guerra Mundial, cuyo escenario fue una Europa irracional que destrozó sus ciudades y murieron en esta barbarie miles de personas, se asumió conciencia del significado trascendente del legado de generaciones anteriores, del valor de la identidad, se definió una profunda campaña por su defensa, sobre todo, cuando estos conflictos armados implicaron el saqueo de los bienes y tesoros de los pueblos vencidos, profundizados por las ocupaciones militares, cuyos invasores se dedicaron al robo de piezas que pudieran ser transportadas. Hoy, bajo la apariencia de imperios “civilizados”, modelos aparentes de la dignidad humana y “respeto” del pasado, sus museos y colecciones, paradójicamente contienen los mejores patrimonios sin pudor de los países saqueados, exhibidas al público desfachatadamente, con la bendición cómplice de algunas instituciones culturales y del Estado.
A nivel internacional, surgió la UNESCO en 1945 para la defensa de la cultura, la identidad, el respeto a los bienes y tesoros patrimoniales, pero sus buenas intenciones se han quedado en la mayor parte en declaraciones, con Estados que solo aprueban compromisos que ellos no cumplen y que sus autoridades desconocen. El historial de la UNESCO es muy noble, componen un capital de abstracciones conceptualizadas. Hasta la fecha, han elaborado y emitido por lo menos 10 convenciones; 17 cartas culturales; 10 declaraciones; 11 recomendaciones; 2 principios y 9 documentos sobre la cultura.
Como en todos los organismos internacionales, la “neutralidad”, la inocencia no existe en la UNESCO. Está insertada en visiones ideológicas y coincide con conceptualizaciones sobre la cultura, su papel y su relación en los pueblos, la sociedad, el Poder y el Estado. Incluso, la nomenclatura, las visiones que usa, tienen una relación con corrientes y escuelas definidas a nivel ideológico de las ciencias sociales.
A pesar de que muchos países son miembros y financiadores de la UNESCO, realmente trabaja con los Gobiernos y no con los pueblos, de tal manera que la UNESCO, mantiene relaciones con una dictadura o una “democracia”, un espacio socialista o con uno capitalista.
En realidad, el problema básico es político, ya que, en las reuniones internacionales de Paris, Francia, van ministros y altos funcionarios públicos a firmar acuerdos, declaraciones de compromiso, que luego no las aplican y que algunas veces cambian por procesos electorales, donde los nuevos funcionarios desconocen que existen los documentos oficiales de la UNESCO.
Estos funcionarios medios de los nuevos gobiernos, son nombrados muchas veces en puestos que desconocen y por eso, las declaraciones y aplicaciones de políticas culturales públicas de la UNESCO, aunque han sido firmado por los Estados, gran parte de los nuevos funcionarios no saben de su obligatoriedad.
Desde el periodo trujillista, se han elaborados propuestas con patrimonios culturales de identidad nacional, aspectos que trataremos en otros trabajos. Se han dado pasos posteriores importantes a nivel del Estado, como la creación del Museo del Hombre Dominicano, la Oficina de Patrimonio Cultural y el Ministerio de Cultura, pero ha dejado mucho que desear las aplicaciones de los documentos y declaraciones de la UNESCO en la definición de políticas culturales dominicanas públicas de salvaguarda.
El Ministerio de Cultura ha presentado propuestas a la UNESCO sobre nuestros patrimonios cultuales que han sido aprobados y colocados en el listado de esta institución como patrimonios orales e intangibles de la humanidad. Han sido aprobados, la ciudad colonial de Santo Domingo (1990), el espacio cultural de la Cofradía del Espíritu Santo de los Congos de Villa Mella (2001), el teatro popular danzante de los Cocolos (Guloyas) de San Pedro de Macorís (2005), la música y el baile del merengue (2016), la música y el baile de la bachata (2019) y el año pasado, junto con otros países, al casabe, como expresión culinaria Taína.
A pesar de eso, hay una ausencia en la definición por parte del Estado de nuestros patrimonios, en parte desconocidos y menos estudiados. Incluso en algunas instituciones oficiales existen listados que son una vergüenza y una falta de respecto al país, definidos por personas sin conocimiento sobre este tema.
Algunas de estas propuestas han sido conjuntares, no han obedecido a una visión del significado y trascendencia de una política cultural coherente con el contenido cultural de nuestra identidad. Por ejemplo, todavía hay cubanos riéndose por la ocurrencia de presentar oficialmente a nuestro país la candidatura en la UNESCO sobre el “Son dominicano”, al margen de Cuba, expresión desconocida por las últimas generaciones en nuestro país y que solo existe en minorías de algunos pueblos y la mente e idealización de algunos artistas e investigadores.
Posteriormente, lo insólito fue que, a solicitud nuestra se presentara como propuesta la candidatura del carnaval de la ciudad de Santo Domingo a la UNESCO, aprobada por el ministro de Cultura Pedro Vergés, pero increíblemente funcionarios medios la ignoraron, cuando este era una segura ganadora de esta distinción internacional (y sigue siéndola), por ser el “primer carnaval de América”, que todavía hoy sobrevive.
Nosotros tenemos diversos patrimonios culturales trascendentes que deben ser presentados a la UNESCO para el listado de patrimonios culturales intangibles e intangibles de la humanidad como la Sarandunga de Baní, la manifestación más importante del cimarronaje colonial, expresión de identidad nacional.



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