Me inspiro en el título de un cuento de García Márquez para referirme al que quizás fue el evento más sentido de la semana que acaba de pasar. Al igual que tantos, desde el lunes en la noche estoy triste por la partida de Rosa Gómez de Mejía, una gran dama que sentíamos cercana y querida. No esperábamos ver esa profusión de mensajes en las redes sociales, editoriales en los medios y una declaración de duelo nacional simplemente porque ella nunca buscó reconocimiento público y toda la colaboración que ofreció fue en respuesta a situaciones que se le iban presentando.

Uno sospecha que ella hubiese sido feliz en Gurabo, sin ni siquiera mudarse a Santiago, mucho menos a la capital y convertirse en la persona que formalizara la existencia del “Despacho de la Primera Dama”, pero los hechos la llevaron ahí y, ya que le tocaba el rol, lo desarrolló de manera institucional.  Como dijo en su momento un hombre allegado a ellos: “Ella es la mejor funcionaria de este gobierno y eso que está en un puesto al que no aspiró”. De hecho, falleció cumpliendo con compromisos surgidos por esa dedicación y con la seguridad y la satisfacción de estar rodeada de sus hijos, en un terreno que tiene importancia histórica para la ciudad que hoy día sindica su hija y que alberga la misión de estimular la niñez.

En un mundo donde se hacen tantos esfuerzos por ser popular –a veces por vanidad, a veces con sentido mesiánico, a veces con total vacuidad de propósito– es hermoso ver que una persona se haya ganado un sitio especial en el corazón de tantos compatriotas sin haber recurrido a manipulaciones, siendo genuinamente sencilla, elegante y centrada en unas prioridades que pueden parecer poco impactantes, pero que igual le demandaron gran dedicación, desprendimiento y convencimiento.

No suele asumirse como una proeza el ser buena esposa y madre, pero ella lo hizo con tanta generosidad y desde una motivación tan genuina que la población le reconoce su valor. En estos días nos la hemos pasado hablando bien de ella y en un último gesto, ella nos ha demostrado cuán agradecidos, nobles y elegantes podemos ser. Como todo lo demás, esto también se le agradece.