A principios de semana, cuando se iniciaba el cónclave que eligió a León XIV, un doctor en filosofía vasco pronunció una frase demoledora: “133 hombres eligen otro varón como cabeza de una iglesia formada fundamentalmente por mujeres”. Lamentablemente, además de demoledora, la frase es justa. Afortunadamente, el papa Francisco actuó para matizar esa situación.
Durante su pontificado, Francisco nombró mujeres en el Dicasterio para los Obispos (el que dirigía Robert Francis Prevost Martínez antes de ser elegido a sus actuales funciones) y le concedió el derecho al voto a mujeres en el Sínodo de los Obispos. Otros nombramientos importantes fueron los de Francesca Di Giovanni como subsecretaria de la Sección para las Relaciones con los Estados del Vaticano, Raffaella Petrini como Secretaria General de la Gobernación de la Ciudad del Vaticano, Nathalie Becquart como subsecretaria del Sínodo de los Obispos, Alessandra Smerilli como número dos del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y Carmen Ros Nortes como subsecretaria en el Dicasterio de Religiosos.
Interrogado en el año 2023 sobre esta actitud del papa, Robert Prevost respondió: “Creo que estos nombramientos son más que un gesto por parte del papa para indicar que las mujeres están presentes en estas instancias. Estas mujeres están teniendo una participación genuina, real y llena de significado que contribuye a la discusión de los expedientes de los candidatos”.
Algunos comentaristas se refirieron a la posible influencia de una novia de juventud de Jorge Bergoglio en esta actitud tan abierta: Amalia Damonte, una vecina del barrio con quién él quería vivir en una casa blanca con techo rojo y cuyos padres no lo vieron con buenos ojos. La que sí lo vio con muy buenos ojos, al menos en el terreno profesional, fue Esther Ballestrino de Careaga, su supervisora en el laboratorio donde él trabajó antes de entrar en las órdenes religiosas. Según otro miembro de ese mismo equipo esta madre de tres hijas era una mujer muy atenta al buen desempeño laboral y a quien le gustaba hablar con los jóvenes de política, influida quizás por el hecho de que sus padres, paraguayos, eran exilados políticos en Argentina. Pasado el tiempo, el entonces padre Jorge pudo agradecer la contribución que Esther había hecho a su formación al ayudarla a esconder literatura que podía comprometer a Ana María Careaga Ballestrino, la hija que había heredado la pasión política de su familia y que era perseguida por el régimen. Pasado todavía más tiempo, Esther fue una de las primeras integrantes de las Madres de la Plaza de Mayo y eventualmente ella misma fue desaparecida.
Es indudable que Esther Ballestrino tuvo un profundo efecto en la manera en que Jorge Bergoglio conceptualizaba los aportes de las mujeres. Esperamos que la convivencia laboral del nuevo papa junto a la hermana Yvonne Reungoat, la Dra. María Lía Zervino y la ya mencionada Raffaella Petrini, aunque más tarde en su vida, haya sido igualmente trascendente y que la humanidad pueda continuar recolectando resultados positivos de ella.
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