Nelle strade e sotto le stelle costruiamo L’Ordine Nuovo- canción anónima del 1891

Mientras miro a través de la lámpara de gas, la calle se transforma en una suerte de prisma lleno de recuerdos que parpadean interminablemente como luces tenues de una ciudad inexistente, luces apenas perceptibles en la inmensidad de la noche. Los códigos del barrio fluyen atraídos por las llamas de un tiempo en el que tus carcajadas se escuchaban a la vuelta de la esquina.

Ahora las melodías de mi Duarte con París y sus buhoneros resuenan en mi cabeza, tum tum tom tom tam tam tam, esa cacofonía nuestra marcada por la pasión y el anhelo de vivir y gozar cada segundo de la vida sin hacerle mal a nadie. En esta mañana, luego de hojear El Nacional y leer las aventuras de vikingos y soldados yanquis como si fueran los mejores chistes, pienso en aquella frase que dijiste, querida Lizzie, antes de abandonar el silencio de la noche, algo así como que las amarguras y las preocupaciones valían la pena.

Sin embargo, me pregunto, ¿alguna vez te detuviste a pensar acerca del jardín de flores que armamos con tijera, agua y papel? Recuerdo nuestros paseos serpenteantes por callejuelas oscuras y el calor y la brisa fresca acariciando nuestros rostros. Allí, entre risas radiantes, despreocupadas, nos balanceábamos irónicamente en un trampolín.

Mirando a través del vidrio que nos separa, mis pensamientos se derraman como torrentes de agua viva hacia aquellas calles rotas donde nos susurramos bien bajito nuestros más íntimos deseos y miedos y fusionamos nuestras voces con el ritmo alegre de jóvenes merengueros de un barrio que ya no está.

Veo rostros que alguna vez reconocí, pero ninguno de esos rostros posee el brillo de ese vínculo estrecho que tú y yo llegamos a forjar. Entonces es en esta precisa hora– tan incierta como las horas del reloj antes de la caída del Muro de Berlín– que deseo triturar en mil pedazos el retrato falso que sostiene mis manos porque no quiero dejar páginas en blanco y porque tengo tantas ganas de alzar la voz en medio del aire cálido y silencioso que por el momento arropan las calles domingueras de Santo Domingo a unas cuadras del Malecón.

Nuestro código barrial trascendía lo terrenal y elevaba nuestro apego y lealtad a un ámbito más allá de lo normal.

Mientras pienso en ti, observo detenidamente la mirada de los obreros haitianos y dominicanos que madrugan por una taza de tisana de Doña María o un huevo hervido como los que vendía mi padre (el de los dedos bolos) durante la gesta del ‘65. Quizás los transeúntes de la Duarte con París notan en nuestros gestos el bolero mudo, bailable; e interrumpen para escuchar el chisme, telón de fondo de esta nueva sensación impregnada de estrellas centelleantes.

En esta ocasión te estoy llamando desde otra calle distante pero la operadora me vuelve a informar que la línea sigue ocupada como en horas anteriores. Trago mis palabras y respiro el aire cargado de mugre que emana de las minas de carbón. Todo lo que queda son pequeñeces a primera vista: los sonidos fugaces de un amor sinfónico y efímero. Y a través de este cristal busco cierta claridad a tus palabras que darían sentido a esa parte de nosotros que aún permanece intacta como una piedra preciosa la cual vale la pena pulir y conservar en medio de las sombras.

Y entonces, como un espectro que cruza el desierto de las horas, el tono de tu voz se traslada hasta aquí desde un fonógrafo que no para de tocar. Son las llamitas discretas y firmes que representan tantas cosas lindas que juramos no olvidar. Sin embargo, en lugar de un destello sutil, las notas se mueven como estacas de madera que detienen el ajetreo cotidiano. Lizzy, existes no solo en el pasado, sino también acá en este instante, en esta calle de barro sin rostro que estoy construyendo entre palabras que bailan al compás de las llamas y abren la puerta a otras calles en espera de tus abrazos, besos y caricias.

Amaury Rodriguez

Escritor, educador y traductor

Amaury Rodríguez es escritor, educador y traductor. Estudió historia y educación bilingüe en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Desde hace años, lleva a cabo una labor de difusión de la historia contemporánea dominicana.

Ver más