El viaje de mi etapa diplomática ha sido

circular. Empezó en Buenos Aires

y me encuentro de vuelta en el puerto

a punto de comprar una casa

que donaré a mi única hija.

Su hermano vive en Estados Unidos

donde tiene ya su casa. Y yo, un yo yo

entre dos mundos americanos,

un criollo siguiendo la idea

de mi amigo Chamoiseau

que soy también un criollo

americano. Y me siento fuerte

y en paz, ya no con la nostalgia

por aquel país de Ceilán perdido,

por el sueño nacionalista

de Eelam derrocado, por la identidad

definida por un matrimonio, aún

una lengua. Me siento libre,

hablando en los idiomas

del nuevo continente indio.