Las musas

I.- MI MUSA Y YO

Tengo una musa muy hermosa, tierna, amigable y seductora a la que torturo cada día con malos versos y la obligo a corregir largas cartas de amor que nunca envío. Ella, a veces, se detiene en medio de un largo párrafo, amargo, desafiante y me pregunta, muy suavemente el porqué de esos arrebatos. Mi musa y yo hablamos en las madrugadas cuando todos se han ido a dormir, es entonces cuando tenemos los momentos más amenos, los diálogos más interesantes. Me pregunta, interesada, por mi inclinación a lo trágico, al desamor y a la soledad. Ella es consciente de que hay otro tipo de escritores menos cargados de pesimismo, con los cuales se le hace mucho más fácil su oficio. Yo le explico que no me interesa en absoluto la moda ni usar el mismo lenguaje fósil de la época, citar siempre a ciertos autores, repetir las mismas frases y palabras de estos tiempos. Odio con todas las fuerzas de mi pecho la palabra postmodernidad. Si pudiera colocarla frente a un paredón con mucho gusto la eliminaría. Es una palabra pestilente, que me provoca el vómito tan solo de oírla repetir. Mi musa, en esos casos, no me entiende y se hace la sorda. Sabe, por lo visto, que mi manera de ser no me va a permitir entrar en una de esas célebres capillas en las que se enciende incienso en los altares a respetables escritores del patio. Me tengo que acostumbrar cada vez mas a mi soledad y les juro, amigos lectores, que no la cambio por esa paz gregaria y perruna.

II.- UNA MUSA IMPÚDICA

Construimos estereotipos con tanta facilidad que hacemos de ellos verdades incólumes. Casi todos tenemos una idea de las musas como seres inmaculados, etéreos, frágiles y tiernos, volando sobre el papel, a punto siempre de preñar nuestra imaginación en el más inesperado de los momentos. En mi caso suele ser algo distinto.

Mi musa me asombra cada noche al visitarme, es bastante impúdica y atrevida. Entra en mi habitación, se quita los zapatos, enciende un cigarrillo, pone música a su gusto y me desafía. Me reta a escribir poemas poco convencionales, irreverentes como lo es ella misma. Ya comenté, en algún otro momento, que ella y yo nos quedamos a conversar hasta altas horas. En esas ocasiones se desviste frente al espejo de mi habitación y me recuerda que la poesía es un desafío, un arriesgarse a tocar las puertas que otros temen abrir; me cuenta las historias de los poetas malditos y me hace reflexionar sobre aquellos que pretenden dar lecciones de moral a través de los versos.

Mi musa es una iconoclasta, por eso la quiero. Hay días en los que le dan unos ataques de risa incontrolables al ver cómo me despeño por irracionales discusiones. Otros, me llama la atención susurrando en mi oído -deja que cada cual monte su caballo como mejor le parezca y yo le doy la razón. Luego, sin embargo, le explico que mi naturaleza me impide ver y callar lo que encuentro inadecuado de la vida. Le confieso que en el fondo soy un profundo solitario, un ser de difícil trato, un erizo tras la apariencia de un ser comunicativo en mi trato con los demás. Mi musa sabe bien que puedo ir a vivir a una isla con todas las tormentas dentro mi cabeza, sin necesidad de contacto humano alguno. Suena duro lo que digo, pero ella reconoce mi verdad. Ella sabe que escribir es una aventura en el más estricto sentido del término. Es crear un espacio  independiente a toda búsqueda, más allá del mundo creado para deleite individual.

Hacemos crecer en nuestro interior un bosque con sus pinos, sus lagos, sus lobos y helechos… Nos sentamos sobre la humedad del río,  contemplamos volar a las mariposas, admiramos al colibrí y es en esa absoluta soledad donde enfrentamos los demonios que nos asaltan en medio del paisaje. En realidad estas son algunas de las razones por las que se hace complicado vivir con un artista. Los escritores, por ejemplo, no necesitan salir de sí mismos. Cargan con un mundo tan poblado que, a veces, pudiera parecer que contienen cuanto necesitan. Solo las musas pueden ir a su encuentro. Solo ellas pueden descender a las profundidades de un océano dónde no existe el oxígeno.

David Pérez Núñez

Escritor

Poeta, narrador y ensayista. El autor está situado desde siempre al margen de movimientos literarios. De difícil ubicación nunca formó parte de ningún taller de literatura y poesía, no se unió a grupos ni a corriente alguna. Independiente, escritor desde la periferia, se le puede describir como un punto tangencial en el universo de las letras de su país.

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