Las manos de Dios
permanecen abiertas
para apoyar a los olvidados,
motivar a los que sufren desolación,
acariciar a los excluidos,
bendecir los seres de la creación.
Se conservan libres para
ayudar a los desamparados,
orientar a los perdidos,
respaldar al necesitado,
sanar el corazón lastrado.
Las manos de Dios
irradian luces del Espíritu,
reviven sentimientos muertos,
levantan a los vencidos,
labran surcos de ternura,
diseñan formas de inclusión,
construyen fuentes de dulzura.
¡Señor, tócame con tus manos!