“Si nosotros somos tan dados a juzgar a los demás, es debido a que temblamos por nosotros mismos”.
Parto de este pensamiento del reconocido escritor irlandés Oscar Wilde para expresar algunas palabras sobre un tema en el que, al parecer, todos en este país poseen licenciatura, maestría y hasta doctorado.
Nos hemos vuelto expertos en criticar por costumbre, especialmente cuando se trata de educación. Todos opinan, todos saben, todos proponen… Pero desde la comodidad del hogar. En el discurso cotidiano, el maestro y la maestra siempre son los culpables: los que “no hacen nada”, los que “tienen demasiadas vacaciones”, los que “se lo ganan fácil”. Sin embargo, conviene preguntarse con seriedad: ¿qué está haciendo usted, en la práctica, para mejorar la educación de este país?
Resulta vergonzoso el nivel de irrespeto con que una parte de la sociedad trata al docente. Hombres y mujeres que, con recursos escasos y en condiciones muchas veces precarias, dan cada día lo mejor de sí en un aula, intentando formar no solo estudiantes, sino seres humanos.
La educación no se transforma con críticas vacías ni con mensajes incendiarios en redes sociales. Se transforma con participación, compromiso y ejemplo.
Y aunque parezca un discurso repetido, sigue siendo una verdad olvidada: la educación comienza en casa.
Ya basta de culpar al maestro por lo que muchos padres no hacen. Educar no es tarea de uno, sino responsabilidad de todos.
¿Quiere una mejor escuela? Empiece por ser una mejor familia, un mejor ciudadano y, sobre todo, un aliado de quienes cada día enseñan a construir el futuro.
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