Desde muy temprana edad iniciamos un diálogo silente con nosotros mismos que va creando una narrativa, una historia en la que se van plasmando ideas, creencias, sentimientos acerca de nuestras vidas y la de los demás. No es una bitácora que recoge momentos de la vida, es la “obra” de la que somos protagonistas.
Esa historia se va construyendo de los significados que nos atribuimos a nosotros, nuestras circunstancias y con quiénes las vivimos. Generalmente se inicia en el contexto del hogar. Por supuesto, el colectivo social más amplio: familiares, amigos y conocidos de los diferentes contextos formarán parte de ella en un sentido u otro.
Las características que distinguen el vínculo que se desarrolla con nuestros padres o quienes fueron los responsables de la crianza en los primeros años, inician la conformación de nuestra identidad personal y con ella nuestra valoración personal, es decir, nuestra autoestima.
Otros factores coadyuvaran de una u otra manera en todo este proceso, como ciertas predisposiciones biológicas y lo que podríamos identificar como el “espíritu de la época” y los contextos sociales y culturales concretos, sin asumir, por supuesto, ningún tipo de determinismo. Son todos factores co-ayudantes de dicha historia.
Muchos sucesos que acontecerán irremediablemente en nuestras vidas ratificarán o podrán cambiar esa historia, esa narrativa que nos acompañará siempre y que, al mismo tiempo, condicionará nuestra manera de enfrentar, comprender y actuar en el mundo de relaciones en que nos vamos desenvolviendo y desarrollando.
No es una simple historia, ni un simple relato, entonces. Es un marco de predisposiciones, de ideas y creencias, que irá orientando nuestra vida y nuestro accionar concreto ante nosotros mismos y los demás. Conformará el estilo de nuestra actuación, esa manera particular que caracteriza a cada uno de nosotros.
Las características y los contenidos que distinguirán ese relato es una cuestión de importancia, pues ella matizará nuestro estilo de actuación, como aquellos aspectos que median en el esfuerzo y motivación que tengamos para hacer las cosas y alcanzar los propósitos que nos damos.
No es ni será una narrativa estática, por el contrario, su carácter dinámico estará mediado por aquello que llaman los psicólogos dialécticos el carácter regulador de la conciencia, el cual se pone de manifiesto de dos maneras distintas que, aunque actúan muy unidas más no son una identidad única.
Por un lado, el carácter regulador inductor que como bien sugiere el concepto, son todos aquellos aspectos de la vida mental que nos impulsan, dirigen, motivan, orientan, como sostienen nuestra actuación, como son nuestras necesidades, sentimientos, intereses personales, entre otros.
Por otro lado, el carácter regulador ejecutor que hace que nuestro comportamiento se haga cónsono a las condiciones contextuales en que se desarrolla, dándonos el cómo de la actuación, siendo estos, entre otros, las sensaciones, percepciones, pensamientos, como nuestras habilidades y hábitos.
Ambos procesos se relacionan, se interpretan e influyen recíprocamente, pero no se pueden deducir uno del otro en razón de sus propias especificidades. Puedo parecer afable, atento incluso hacia una persona determinada o, por el contrario, tosco, sin que por ello se pueda deducir directamente mis sentimientos hacia ella.
El proceso de socialización, ese camino de incorporación o de reorganización de valores y actitudes, de ideas y creencias, de aprendizaje de nuevos comportamientos, es decir, de conformación de lo que somos en el ámbito personal y social, va moldeando nuestra imagen, nuestra Gestalt, forma y configuración.
Puede estar centrada en el gusto por las cosas, la alegría y los afectos, el buen trato y el sentido del humor, como, por el contrario, en el dolor, la pena, el rencor, la culpabilidad perenne, la tristeza. Una u otra persona pudo vivir en contextos familiares distintos, como incluso en el mismo, solo que el efecto es muy personal.
A final de cuentas, uno y otro, andará por el mundo repartiendo afectos y alegrías, o rencores y tristezas. Nuestra narrativa personal, ese diálogo interno, esa conversación que cada persona tiene consigo misma, va conformando nuestra actuación personal y social, es decir, con nosotros mismos y los demás.
Mientras el primero nos hace florecer y crecer, el segundo nos debilita, haciéndonos más propensos a alterar nuestro estado de ánimo y con ello, afectarnos a nosotros mismos y a los demás. Ambos son capaces de alterar nuestro propio cerebro y con ello estar encaminado en uno u otro sentido.
En muchas otras ocasiones y con más frecuencia de lo que podríamos esperar, crecemos en un entorno social plagado de miedos y temores de situaciones reales o no, que generan comportamientos que pueden permanecer hasta la vida de adulta de necesidad de sobreprotecciones y baja autoestima.
¿Es posible cambiar nuestra narrativa, nuestra historia, es decir, nuestro diálogo interno? ¿Qué se puede hacer para mejorarlo respecto a nosotros mismos, en primer lugar, y con respecto a los demás? ¿Esos miedos y temores tienen irremediablemente que acompañarnos durante toda nuestra vida? Por supuesto que no.
En primer lugar, detenerse, pensar, reflexionar acerca de cómo te hablas, cómo te piensas, en sentido general. Darte la oportunidad de que pueda haber otras historias distintas, positivas de su tu vida y que permanecen en la sombra de ese discurso negativo que llevas dentro. Sé más flexible, busca que al final encontrarás.
En segundo lugar, procura ser más reflexivo, más flexible respecto a esas ideas introyectadas en ti. Trata de ser más amoroso y comprensivo contigo mismo; date la oportunidad de ser más compasivo hacia ti, date el respeto por la persona que eres o puedes llegar a ser.
Tercero, trata de recordar las personas y situaciones que han sido parte de esa historia y que de alguna u otra manera, han sido influyentes en dicho relato. Y aún siendo comprensivas con ellas, sin necesidad de justificarlas, hazte ver que ése es tan solo su punto de vista y nada más, que es posible otra manera de ver y entender las cosas.
Cuarto, date la oportunidad de escuchar otras versiones distintas, otras maneras de comprender tu propia vida, pues además de ser posible, te permitirá relativizar las historias construidas y así iniciar el camino de la creación de un nuevo relato, una nueva historia sobre ti mismo.
Quinto, desarrolla un sentido del humor, eso siempre será importante. Mírate como en un espejo y atrévete a reír de lo que ves, rompe con los estigmas y las versiones limitadas de la vida que has construido, date la oportunidad de que hay otras situaciones vividas que son distintas y pueden ayudar a construir un nuevo relato.
No debes olvidar el valor que tiene el humor en la vida pues, además de que alivia situaciones tensas, nos abre a la posibilidad de relativizar las cosas y colocarnos en un mejor estado de ánimo soltando emociones que obstaculizan y abrir nuestra mente a otras emociones que expanden nuestra propia conciencia.
Si esto te resulta difícil, quizás entonces es necesario que te procures la ayuda terapéutica profesional, que de seguro creará las condiciones propicias para que ese nuevo diálogo interno sea posible como posible pueda ser la construcción de un nuevo relato, una nueva narrativa más esperanzadora y abierta a nuevas situaciones posibles.