La poeta Sabrina Román es una mujer valiente.  Con su interés y su talento por la escritura, abordó primero la poesía como campo de expresión. Su libro Palabra rota  fue prologado por Antonio Fernández Spencer. Porque era y sigue siendo una mujer interesada en aprender y expandir la conciencia, cuando tenía unos cuarenta años se tomó en serio la frase de una profesora de literatura sobre la gran cantidad de ensayos, poemas y novelas que describen la vejez como una etapa triste de la vida y se decidió a visitar algunos asilos para conocerlos mejor y presentarlos bajo una óptica más atractiva.

De esta manera surgió el poema “Carrusel” que, al ser leído en una actividad pública, fue valorado favorablemente por la productora teatral Germania Quintana quien sugirió que este podía transformarse en pieza de teatro, recomendación que, en un nuevo acto de osadía, Sabrina decidió aceptar a pesar de no haber estudiado dramaturgia antes.  Así surgió “Carrusel de mecedoras” (exhibido en 1989 y publicado más tarde) y tuvo un impacto en muchas personas, entre ellas, algunas responsables de la asignación financiera a asilos estatales, lo que se tradujo en un aumento de la dotación presupuestaria. Ese fue un primer ejemplo de premiación por la valentía de haberse atrevido a afrontar una calamidad.

El siguiente terreno minado sobre el que se atrevió a publicar fue más traumático. Intentó conceptualizar en palabras las vivencias de su familia a partir del fin de la dictadura. Con el acicate de Ruth Herrera, en ese entonces coordinadora de la Editorial Santillana en República Dominicana, se decidió a escribir primero bajo la forma de novela y finalmente como relato en primera persona el significado y la trascendencia de haber crecido como biznieta de Julia Molina de Trujillo e hija de Pupo Román.

De ahí salió “Nuestras lágrimas saben a mar” (2016), donde ella se atrevió a hurgar en su experiencia de doble lealtad y doble incomprensión, y tratar de hacerla accesible para el público. Confió en la ayuda que le fueron dando diversas personas (asesores editoriales, revisión de los datos históricos) y todavía hoy está dispuesta a seguir hablando sobre ese tema.  En el libro se refiere al momento en que, a raíz de haber recibido una explicación disonante con respecto a todo lo que había oído toda la vida, decidió averiguar más: “Aprendí a meterme de cuerpo y alma en el ojo de la tormenta para evitar sufrir las consecuencias de sus ráfagas, a veces más feroces, sorpresivas y destructivas que su mismo núcleo. Dejé de huir de la realidad”. (P. 304).

Colegio San Luis Gonzaga, donde por primera vez vio la disonancia.

Nueva vez su valentía fue recompensada. Aunque la historiografía dominicana sigue siendo poco elogiosa sobre la participación del general Román en los hechos del 30 de mayo, artículos recientes presentan un matiz más comprensivo con respecto al rol de su padre en esos difíciles momentos. Le damos la bienvenida a que esta actitud valiente tenga también efecto en los parientes que de manera más obcecada han tratado de continuar interactuando con la realidad como si todavía estuvieran viviendo en la Hacienda Fundación.  Hasta ahora ha sido más que nadie ella, Sabrina Román, la que ha dado muestras de tener fuerzas y valor para oír, registrar y responder al dolor ajeno.