Cuando el general José René Román Fernández, alias Pupo, a la sazón secretario de las Fuerzas Armadas, se enroló en el complot contra el dictador Rafael Leonidas Trujillo, hombres del valor de Antonio de la Maza, Salvador Estrella Sahdalá, los hermanos Juan Tomás y Modesto Díaz, Antonio Imbert Barreras, Luis Amiama Tió, Amado García Guerrero, y muchos otros, ya llevaban meses explorando diferentes modalidades para ejecutar el tirano.

 

Su compadre Luis Amiama Tió asegura que Pupo se enroló en febrero de 1961, apenas  4 meses antes del tiranicidio del 30 de mayo, cuando él y Juan Tomás Díaz le aseguraron en su finca de Villa Mella que la embajada norteamericana, envuelta también en la conspiración,  lo había aprobado para encabezar el nuevo gobierno que debía surgir tras la ejecución del Jefe. Al parecer esa noticia infló su ego y lo puso en lo que no estaba. En verdad no está del todo claro si la embajada realmente discutió  esa posibilidad en la forma que le fue comunicada o si fue una treta de Luis para vencer su indecisión y enrorarlo.

 

De todas maneras, el general se comprometió. Su papel debía ser usar sus vínculos militares para ejecutar a los principales funcionarios y familiares de Trujillo, como Johnny Abbes y Ramfis, y otros, y al mismo tiempo,  tomar el gobierno. Se trataba de la fase política que en la fuerza de los hechos sacaría el tiranicidio de lo estrictamente vengativo y lo elevaría a la categoría de golpe de Estado cívico-militar.

 

Pero puso una condición: la de ver el cadáver del Jefe antes de proceder con el golpe. Quería estar seguro de que el chivo estaba listo y servido. A partir de ese momento toda la conspiración gira en torno a matar a Trujillo y a enseñarle el cadáver a Pupo para que este, usando su alto cargo, procediera con lo acordado. Pero es el caso que Pupo se compromete, pero no hace gran cosa. No toma decisiones importantes en ese sentido. No enrola absolutamente a ningún jefe militar a la conspiración en la que ya está metido. Apenas hace uno que otro traslado, una que otra colocación de escasa significación estratégica, pero sin siquiera, como él mismo confesara posteriormente, atreverse a decirles el móvil real de esos traslados. Su compromiso no se convierte en hechos, en acciones, en conquistas, en reclutamientos de oficiales amigos. No tiene ni elabora ningún plan, y tampoco los complotadores, en este caso Luis Amiama Tió y Juan Tomás Díaz, que eran sus compadres y los responsables de conquistarlo, le presentaron ningún plan de acción.

 

Pupo, que no era precisamente un hombre de demostrado valor, y era al decir de muchos de acciones retardadas, no toma iniciativas importantes que pudieran facilitar las cosas cuando se presentara la hora de la verdad. Prefiere esperar a que los otros hagan el trabajo, tal vez convencido de que el grupo de Acción no lograría ejecutar al Jefe, por lo cual no se llegaría a la fase bajo su responsabilidad. Ahora bien, las cosas tienen que decirse como son. La verdad de la verdad era que no resultaba fácil conquistar hombres con mando y poder de fuego para la tarea que se le había encomendado. Es muy grande el cuidado que debe tener. No puede confiar en nadie pese a su condición del más alto jefe militar del país y de estar casado con Mireya, una sobrina  de Trujillo, hija de su hermana mayor, Marina.

 

El tiene rango, pero no fuerza, no poder, y todos en el régimen lo saben, incluyendolo a él. Puede mandar en lo intrascendental, no en lo escencial. Todos saben que Trujillo vive ultrajándolo, a veces incluso delante de sus subalternos. Todo el poder está en manos de Trujillo, y por delegación de él en el siniestro Johnny Abbes. También en Virgilio Alvarez Trujillo, jefe de la Fuerza Aérea, y en Tunti Sánchez, jefe del Ejército, ambos protegidos de Ramfis, y hombres de absoluta lealtad. La gente teme y respeta a Ramfis,  a Abbes, a Tunti y a Virgilio, no a Pupo. El poder represivo del régimen descansa absolutamente en la desagradable figura de Abbes. En todo esto Pupo es una figura decorativa, no pinta mucho.

 

Esos importantes detalles eran extrañamente ignorados por los líderes políticos de la conspiración. Al parecer, entendían que llegado el momento, Pupo tendría todo amarrado y en capacidad para proceder. Ese sin duda fue un error de cálculo mayúsculo. Fue un grave error. Creer que Pupo tenía los contactos y el poder para enrolar a otros generales y coroneles con mando para una tarea de esa magnitud era desconocer como funcionaba el aparato militar de esa dictadura.

 

La noche del ajusticiamiento, Pupo acompañó al dictador en su habitual paseo por la Máximo Gómez y George Washington. Terminado el paseo, contra la costumbre de regresar a la casa, el dictador le ordenó que se montara con él en el carro. El chofer enfiló en dirección a la "Aviación". El Jefe había estado en la base por la mañana y había visto una llave tirando chorros de agua. Le enseñó esa anomalía a Pupo y lo recriminó airadamente, delante de subalternos. Era costumbre del jefe hacer tormentas de nimiedades.

 

Cuando por fin regresó a su casa Pupo estaba con toda la ira de un hombre humillado. Le contó a su mujer lo sucedido, y al ratico se acostó, sin ni por asomo imaginarse que a esa misma hora siete conjurados, en tres carros y armados hasta los dientes, esperaban en la Avenida a Trujillo para quitarle la vida y llevarle el cadáver para él iniciar su parte.

 

La historia no se puede acomodar caprichosamente. A favor de Pupo hay que decir que de alguna manera él debió ser avisado por sus compadres Luis y Juan Tomás de lo que se fraguaba para prepararse. ¿Por qué no le avisaron? ¿A quién atribuirle ese error?

 

El hecho es que Pupo estaba muy ajeno a lo que en breve iba a suceder en la Avenida. Por eso cuando Arturo Espaillat, Navajita, llega a su casa alborotado, estando él durmiendo, con la información de  que había sido testigo de una balacera en la que presume que han matado a Trujillo, Pupo se sintió perturbado. Debió causarle mucha confusión el que haya sido Navajita, y no Luis o Juan Tomás, quien llegara a su casa y le informara de la muerte de Trujillo. ¿Qué pensó o qué pudo pensar en ese momento? No lo sabemos. Lo que se sabe es que en esa inesperada y confusa circunstancia, no supo qué hacer. Dicen que debió matar a Navajita y juntarse con los conjurados para ver el cadáver y proceder con el golpe. Bueno, tampoco era tan fácil matar a un veterano como Arturo. Y en cuanto al golpe, ¿Qué podía hacer el pobre Pupo si no hubo planes reales para esa fase? A mi ver, lo que se podía hacer esa noche se hizo, que era matar al Jefe. Lo del golpe en realidad era una quimera. El heroísmo también viene acompañado de sueños y de ingenuidades.

 

Que se acobardó, que huyó, bueno, tal vez sí, tal vez no. Más no que sí, aunque en hechos de esa naturaleza siempre se tejen especulaciones. Es lo normal, y cada quien cuenta la historia a su manera. Al margen de eso, hay que decir, también a favor de Pupo, que la situación fue controlada rápidamente por los hombres de Johnny Abbes. Alrededor de la media anoche, con el interrogatorio a Pedro Livio Cedeño y los errores y las evidencias dejadas en la Avenida, el SIM no solo tenía control de la situación, sino además sabía que Pupo estaba involucrado. El propio Héctor B. Trujillo, pasada la medianoche, se lo dijo a la esposa de Pupo, su sobrina Mireya.

 

Por eso cuando convoca al presidente Joaquín Balaguer y a Héctor Trujillo al campamento 18 de diciembre para una reunión, nadie le hace caso. Balaguer, zorro y astuto como pocos, le dice que su asiento está en el Palacio y que si quiere reunirse con él ahí es que debe ir. Johnny Abbes le advierte a Héctor no asistir a esa reunión, y manda a sus hombres al puente Duarte con la orden categórica de no permitir el cruce de Balaguer ni de Negro por el puente.

 

A partir de ese momento el destino de Pupo estaba sellado: la muerte. Cinco días después, transcurridos los funerales de su papá, Ramfis, decidido a una venganza sin precedentes ordena prisión de Pupo, donde es torturado hasta lo indecible. El calvario de Pupo es terrible. Intenta suicidarse un par de veces sin lograrlo, hasta que por fin Ramfis, tras salvajes torturas, lo mata de varios disparos y su cadáver es echado al mar Caribe para que sea devorado por los tiburones.