La seguridad es la panacea del que se piensa desde su bienestar, imaginada o real, confiando más de lo debido en el que es depositario de ella.
Es la promesa encerrada en un huevo de dinosaurio por la sociedad en que se vive, por las creencias o hasta por la fe de tal o cual proyección emocional; como una promesa a largo o corto plazo, para que alumbre nuestro destino inmediato en la persona que se elige para proporcionar “seguridad”, y que tanto quien elige como quien es elegido tienen que creérselo, cosa que no es difícil.
El que promete seguridad lo hace porque el que lo elige cree que la necesita, que lo convierte al depositario en profeta de las circunstancias del vivir. El que es depositario de la seguridad y a la vez la garantía, es el Dios del acumulamiento y como el acumulamiento no importa cómo, es el altar situado en el rincón más iluminado del claroscuro de nuestra cotidianidad. Todos los parabienes imaginados y reales van a dar a ese rincón.
Está de moda ofrecer seguridad, incluyendo a los intestinos. Es la palabra preferida de nuestros gobernantes, del amado a la amada, de cualquier negociado del tiempo, principalmente donde esté envuelto un negocio espiritual o material.
Para creer en la seguridad, el que la recibe, debe sentirse inseguro con lo que tiene, con lo que aspira a tener. Es el juego de nuestra naturaleza psíquica. No hay manera de evitarlo, excepto no creer en la seguridad ni en sus profetas.
Como derivamos a que aquel que se siente seguro nos gobierne y nos garantice el bienestar anhelado, de ahí el respeto al exitoso con el cuchillo en la boca. ¿Para sentirnos seguro? Posiblemente no, pero si el que nos quita, aparentemente no lo necesita, es posible que eso sea lo que nos dé la paz del que se siente agradecido engañándose a sí mismo, porque lo hizo el que no lo necesita, pues su “seguridad” se alimenta de nuestra inseguridad.
Seamos agradecidos con que el que tiene y le sobra todo y se preocupa por uno, por los que nos sentimos inseguros, en cualquier orden a ponderar. Agradecidos de que quien se preocupe por uno lo haga “desinteresadamente”, porque es el tiempo o la hora. Que no nos engañe cualquier macachicle; que lo haga el que siempre tiene la seguridad en su desplazarse de buscarlo todo, tenerlo todo, conseguido a como dé lugar. Se acabó el creerle a quien proporcione seguridad y no le genere beneficio; hay que creerle al que se la ha arrebatado a cualquiera que se ponga en el medio en su desplazarse de patana sin freno. Confiemos, ojo avizor, en el que promete y lo haya demostrado en su vida de siete vidas como los gatos, de atropellar desde una hormiga hasta un elefante. Es el tiempo de la era de los nuevos mesías que ofrecen seguridad teniendo en cuenta sus intereses disfrazados de bien público o buen samaritano. Si la mitad más uno les cree, hablar sobra.
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