San Juan- Desde hace 50 años vinculo el día de la víspera de mi onomástico con la histórica y sorprendente Revolución de los Claveles, en Portugal, una que marcó mi derrotero por la búsqueda de la verdad y del periodismo internacional.

En 1974 hacía un hiato para estudiar en Ponce luego que cuatro años antes había iniciado en lides periodísticas conjuntamente a mi desempeño académico en mi querido Recinto Universitario de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras.

Poco tardé en entender que el surco jurídico no era mi camino. No servía para ser árbitro de los egoísmos ajenos. Quería un camino más retante y al cabo de 50 años confirmo no me equivoqué ya que he seguido el estricto código de respetar acontecimientos y verdad en que descansa el buen periodismo.

Para esas fechas Rafael Hernández Colón iniciaba su segundo año en su primera jornada gubernatorial en un mundo convulso por los incrementos en precios del petróleo decretado por la Organización Mundial de Países Exportadores de Petróleo (Opep) al tiempo que Vietnam del Norte marchaba a la unificación del país y con ello el fin en 1975 de una guerra que involucró a Francia y a Estados Unidos y cuya conflagración marcó a mi generación incluyendo una derrota militar para EEUU.

El golpe militar comenzó al filo de la media noche del 24 de abril de 1974, luego que una emisora de radio nacional comenzara a transmitir la conocida canción «E depois do Adeus» (Y después del Adiós) de Paulo de Carvalho, quien había representado a Portugal en el Festival de Eurovisión.

Esa fue la señal acordada para que el inicio golpe de estado de los militares izquierdistas comenzaran a manifestarse contra el gobierno el 25 de abril de 1974 en Portugal, y que en cuya fecha permitió el fin de una dictadura llamada "régimen del Estado Nuevo", el cual no convocaba elecciones democráticas desde 1925.

En el año de 1974 todavía las comunicaciones de prensa internacional caminaban a paso lento. Eso era un escollo para la celeridad con la cual un joven periodista pedía a gritos mayor celeridad en actualizaciones de lo que acontecía en Lisboa.

No era fácil, de inmediato, entender cómo un ejército se lanzaba a las calles a procurar justicia y con ello el fin al colonialismo portugués.

Poco a poco se fue despejando la verdad del golpe y que puso fin a una larga dictadura de 48 años. La revuelta militar tuvo como fin restaurar la democracia casi cincuenta años después de una dura dictadura.

Ni pensar la forma de vida que obligaba este gobierno al pueblo luso. Hasta los niños eran obligados a vestir uniformes militares en las escuelas.

Como resultado de esta revolución fue posible que todas las provincias portuguesas no europeas —excepto Madeira y Macao— lograran su independencia antes de concluir 1975. Macao fue devuelta a China. Madeira, mayormente portuguesa, quedó unificada a la nación.

Tras una época violenta en lo que hoy son Guinea Bisáu, Cabo Verde, Angola, Mozambique y Timor Oriental, Portugal concedió la independencia a esos cinco países y la metrópolis se convirtió en un Estado democrático y de derecho, un nuevo país. Aquellas jurisdicciones se habían levantado protestando por políticas nacionalistas y libertarias contra el colonialismo portugués que respondía con abusos imperiales.

Fue precisamente la guerra en Angola la que levantó la chispa de los militares contra el gobierno metropolitano. La violenta conflagración cobró muchas vidas de soldados portugueses que ya veían que no podían ganar esta guerra y decidieron levantarse en armas contra el gobierno de António de Oliveira Salazar, quien quedó impedido por un accidente doméstico, que le provocó un hematoma cerebral. Salazar fue invitado por sus ministros a abandonar el Gobierno, y falleció en 1970. Le sustituyó Marcelo Caetano en la dirección política del país. Empero cualquier intento de reforma política fue abortado, debido a la propia inercia del gobierno y al poder de la rama de la policía portuguesa encargada de los asuntos políticos.

La Revolución de los Claveles cobró el nombre cuando las mujeres portuguesas, en estado de alegría nacional y admiración, colgaban claveles en las bocas de los fusiles de los soldados en desfiles celebrando la victoria en una revolución militar pacífica, aun cuando dejó un saldo de cuatro muertes de civiles.

El resultado fue la instauración de una denominada “Junta de Salvación Nacional”, un gobierno provisional presidido por el general Antonio de Spínola y con ello se puso fin a una dictadura. La revolución dio paso a un gobierno civil en un cambio provocado por tal vez una de las pocas revoluciones militares en la historia contemporánea que desembocan en una democracia parlamentaria.

Con ello la prensa occidental volcó su atención a Portugal y a mi, entonces comenzando en las lides periodísticas, me obligó a procurar la paciencia y la responsabilidad hacia la verdad de lo acontecido. Me vi motivado a ello porque a pesar de tiempos más o menos modernos, las notas del desarrollo de lo acontecido no se reconciliaban con mi entusiasmo por conocer la verdad de la noticia. Hoy día sigo ese camino hacia el respeto por la verdad en la noticia.

Portugal sigue siendo uno de los países de Europa Occidental que intenta auparse en desarrollo económico y que recién celebra elecciones parlamentarias. Pero sin duda un lugar para visitar, tanto como para vivir.

En estas elecciones la coalición de centroderecha Alianza Democrática (AD) ganó las parlamentarias el pasado 10 de marzo con un resultado muy ajustado frente al Partido Socialista (PS) y su líder, Luís Montenegro, buscará formar Gobierno.

Sin duda, Portugal viró a la derecha en estos comicios tras más de ocho años en el poder de António Costa, pero buena parte de los votos fueron a parar al partido de ultraderecha Chega, que cuadriplicó los escaños frente a los que obtuvo en 2022.
En mis visitas recientes al país luso he conocido y comparado experiencias con varios veteranos de la Revolución de los Claveles, muchos de ellos me expresaron el “Nunca Jamais”, no en repudio hacia aquella histórica revolución pero sí a las dictaduras, al imperialismo y al colonialismo.