¡Qué nadie se espante por este título, ya que no es de mi autoría!. Trata de un enfoque de Friedrich Nietzsche de que la muerte de Dios conducirá, no solo al rechazo de la creencia en un orden cósmico o físico, sino también al rechazo de los valores absolutos.

La muerte de Dios

Cabe decir en principio que, además de ser una de las frases más famosa en la filosofía expresada por este filósofo alemán, además, lo que más existe a su alrededor es su interpretación de lo que realmente significa. A partir de la filósofa Elisabet Jordá Bello, en un artículo publicado el 27 de enero del 2024, encontramos que, para entender lo que hace referencia la muerte de Dios de Nietzsche, hay que situarse en sus concepciones de que producto de los cambios que había sufrido la cultura occidental debido a la existencia de un tiempo de agitación social a causa de la ilustración y la propia revolución industrial del siglo XIX, pues esta inestabilidad cultural acabó cambiando la forma de pensar de la sociedad en su conjunto (https:muyinteresante.okdiario.com).

Sintetiza la fuente que, la influencia de la ilustración fue tan impactante que llegó a interiorizar que la razón y el conocimiento científico eran más que suficiente para que el ser humano pudiera comprender su entorno sin la necesidad  de recurrir a explicaciones divinas, o sea, un franco desafío a la autoridad de la religión en la sociedad europea. Todo lo cual transformó el pensamiento social hacia la idea economicista del mundo en que ha primado la visión centrada en el progreso material o la eficiencia y, en cambio debilitó profundamente el papel de la religión como pilar central de la vida cotidiana, abriendo paso a nuevas forma de pensar y vivir, baso en una mentalidad más pragmática y menos dependiente de lo trascendental, y por efecto, la religión comenzó a ser vista como un sistema de creencias que ya no podía ofrecer respuestas satisfactorias a la inquietudes del hombre moderno, cada vez más centrado en el aquí y el ahora (Ibídem)

De lo planteado más arriba, se recalca que este cambio de paradigma no solo afectó a la religión, sino que se extendió a la filosofía y la moral que generó una adaptación a una realidad donde lo absoluto y lo eterno parecían haber perdido su lugar. Entonces, la noción de la divinidad y los valores que habían sustentado la moralidad y el orden social durante siglos, recibieron una involución tal, que, la idea que Dios que era la fuente ultima de toda justicia y moralidad, se vio cuestionada, y con ello también se cercenó el criterio universal de que la sustentación del mundo estaba basada en orden y en principios divinos. En efecto, a partir de este nuevo esquema del pensamiento, se derivó la búsqueda de unos nuevos refugios en nuevas ideologías políticas o movimientos espirituales alternativos, mientras otros, abrazaron el escepticismo y la duda como formas legitimas de enfrentar el mundo. Ante todos estos razonamientos, la afirmación de Nietzsche sobre la muerte de Dios, significó una especie de llamado a la humanidad sobre el futuro de esta sin tener un guía trascendental.

Y en efecto, este desparpajo, desde la óptica de este filólogo, al pensar que sin sentido claro de propósito, las personas podrían sucumbir, y por tanto, instó a que cada individuo se convirtiera en artífice de su propia vida encontrando en su interior la fuerza para superar el vacío dejado por la “muerte de Dios”, según sus concepciones de cambios entre lo espiritual y lo material. Sí que, donde este pensador asume radicalmente, la muerte de Dios, y lo da como un hecho es donde refiere la exhortación a los individuos que ante esa realidad, procure asumir la responsabilidad de construir un mundo donde los valores sean el resultado de la acción consciente y deliberada, es decir, ante la muerte de Dios-sujeto a los cambios estructurales de la humanidad y segregación de los individuos a la espiritualidad, dando incluso, nivel de que lo sagrado es como una búsqueda interna de la autenticidad y creatividad, e invita a la humanidad a explorar nuevas formas de espiritualidad que no dependen de dogmas establecidos, sino de la conexión genuina con el propio ser y con el mundo.

Ya como resultado de la profundidad de estos planteamientos a partir del concepto de Nietzsche-de la muerte de Dios-, ya es latente la pérdida de sentido del valor en la vida.  Y se sustenta en que cuando esto sucede, producto de la desaparición de un sistema de valores basado en la religión, aparece el nihilismo, que según la fuente implica la perdida de sentido y valor en la vida y surge cuando las personas ya no encuentra un propósito trascendental que guie sus acciones, lo que sin un marco común de referencia la existencia puede parecer que ya la vida no tiene significado y, lo que puede llevar a la desesperación y la apatía.

En efecto, entonces, el paso siguiente es el nihilismo que es una amenaza para la cohesión social y la apertura al culto al bienestar individual. También ausencia de valores compartidos, donde las personas pueden experimentar una sensación de aislamiento y desconexión, lo que puede resultar en una sociedad fragmentada y sin rumbo. Y en efecto, se califica que la sociedad puede caer-y ya lo estamos viviendo-, en un estado de indiferencia y superficialidad, donde el entretenimiento y la distracción se convierten en sustitutos de la verdadera realización  personal. Ahora, no cabe duda que nuestro gran pensador deja por sentado que ante esta “realidad” -no incontrovertible, pero muy parecido-, los individuos tienen la tarea -si es que quieren salir de ese marasmo- de crear sus propios valores y encontrar un propósito que permita conectar con su propia naturaleza, que les conduzca hacia una vida verdaderamente significativa.

Y ya como colofón, aunque al principio me impactó y me llenó de rechazo lo que pudiera ser una profanación plantear la muerte de Dios, pero, ya en la quietud de razonabilidad, con la degradación de la conducta social, la clara evidencia social, la destrucción del hombre por hombre, la ruptura de la familia, la profunda hipocresía social donde cada quien anda detrás de los suyos, donde no existe padres para hijos y ni hijos para los padres, detrás de una carrera desorbitada caracterizada por el individualismo y toda una distorsión de los valores morales, no nos queda otra alternativa, que si no es verdad la muerte de Dios, estamos en un estadio de la vida de profundas irreverencias por los cultos, cierto oportunismo de la falacia dogmática y, sin lugar a identificarme con Nietzsche, sería prudente y razonable chequear la desviación del mundo y preguntarnos, ¿será verdad que hemos matado a Dios y nos damos cuenta para ni siquiera guardar luto por su inexistencia, solamente por sentirnos verdugos de su muerte?. Bueno, mis propias reflexiones redundan en la idea irreverente de preguntar, por qué existen tantas profanaciones en las conductas de los individuos, que en verdad, no haga pensar que nosotros mismos hemos matado a Dios, por lo menos desde muy adentro de nuestros corazones y, por lo tanto impera el mundo de las aberraciones y la macha acelerada hacia la era de nihilismo. O sea, la vida de cada quien contra la existencia de todos, que finalmente expresa que Dios pudiera estar vivo aún y, que el fatalismo de Nietzsche, solo sea una teoría de la conspiración contra la fe

José Lino Martínez Reyes

Abogado

José Lino Martínez, es suplente en la Junta Central Electoral, abogado, especialista en derecho electoral.

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