La maestra María Esther Camacho me invitó la semana pasada para que les dijera algunas palabras de motivación a sus estudiantes y cumplí con su deseo.
En la vieja tradición de los charlistas, éstos tienen una tendencia a hacer grandes discursos al auditorio, sin que los participantes expresen sus pareceres con relación a la temática tratada.
En mi caso, por razones que los lectores de Acento podrían conocer perfectamente, soy freiriano de corazón y alumno de Pedro Mir e Ivelisse Prats, prefiero provocar a los participantes y convertir el salón o auditorio en un laboratorio de sociología y pedagogía social. Y eso fue lo que hicimos en el encuentro con los estudiantes de la querida maestra.
Inicié el encuentro, como era de esperarse, provocándolos y preguntándoles -a las alumnas-, pues eran casi todas mujeres, a excepción de un solo hombre, que cómo veían al mundo de hoy, de cara al futuro.
Les confieso que ese encuentro ha sido una de mis mejores actividades trabajando con jóvenes, y de las que he tenido durante mis cincuenta años de docencia.
Parecería ser, pero no lo es, que era un grupo seleccionado, previamente, por el alto nivel académico. Su piel los delata como clase media.
Los resultados de aquel encuentro se pueden expresar estadísticamente, como indicadores de una muestra no representativa de un universo llamado juventud dominicana, sin embargo, si les sumo a éstos mi diálogo diario y permanente con los jóvenes de la UASD y del país, nos aproximaríamos más en la validación de lo que piensan nuestros muchachos.
Puedo concluir diciendo, que el resultado del encuentro con María Esther y sus alumnos, así como con mis propios alumnos y los otros jóvenes a quienes he provocado, me dice que la inmensa mayoría de ellos cree que su panorama es incierto. Están llenos de incertidumbre cuando miran los problemas políticos a nivel mundial. Bajo el espanto que producen estos tiempos, unos pocos de ellos buscan la solución de manera individual y no en una mejor sociedad.
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