Con gran tino indica José Ortega Gasset que “sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual”. Lo extraño llama la atención, es decir, convoca nuestra atención en una dirección, desde donde nos llama. La vida del intelectual se caracteriza por explorar aquello que resulta raro, incluso si le resulta normal al resto de los mortales. Destaco que el ejercicio intelectual no es patrimonio exclusivo de quienes son llamados intelectuales, tampoco es un rasgo común de toda la especie humana. En sentido general la lucidez es patrimonio de nuestra especie en cada uno de los individuos que no tengan algún tipo de patología que lesione profundamente las funciones cerebrales, pero ese don en la inmensa mayoría de los casos se utiliza exclusivamente para resolver las cuestiones inmediatas, los problemas cotidianos. A eso llama Husserl la actitud natural.

Conocer siempre es una apertura lúcida a lo que hay, a lo que acontece, a lo que nos afecta. En la historia de nuestra especie hay varios testimonios de cómo entender lo real y la construcción de explicaciones que tengan algún tipo de “sentido” a lo que percibimos y hemos desarrollado modos con los que intentamos afectar lo real para diversos propósitos. En el primer caso tenemos sistemas religiosos, propuestas filosóficas y por supuesto científicas. En el segundo caso tenemos desde la magia y los conjuros, pasando por los conocimientos prácticos hasta llegar a la moderna tecnología. Coexisten todas en las diversas culturas con diversos niveles de énfasis.

La ciencia es una forma específica y limitada para explicar lo real y en el caso de las ciencias naturales para poder predecir el comportamiento de los entes a partir de la determinación de las llamadas leyes de la naturaleza. El conocimiento científico no es el punto de partida, ni históricamente, ni como experiencia personal o grupal, además la ciencia acota un determinado campo de lo real que puede ser medible, sin eso no es ciencia.

Cuando Heidegger, indudablemente siguiendo la fenomenología, desarrolla una analítica existencial, que es la base de Ser y Tiempo, está buscando el fundamento mismo de la experiencia humana de la apertura a lo real. Uno de los sesgos más relevantes de la metodología fenomenología, producto del quehacer filosófico de Husserl, va a impactar poderosamente en Heidegger. Husserl asume que el sentido verdadero de la realidad humana demanda una reflexión que permita contemplar la vida humana más allá de lo útil y lo práctico, por supuesto sin negar que estamos obligados a operar en el mundo que reclama respuestas útiles y prácticas. Si nos agotamos en lo práctico -la mayoría así lo hace- quedamos atrapados en vivir dentro de las estructuras de control económico, político y social de las culturas humanas.

Para evitar esa situación, que es mayoritaria entre los hombres y mujeres, la fenomenología propone lo que se llama la reducción fenomenológica. La manera en que los seres humanos surgen a la lucidez conduce a lo que Husserl llama la actitud natural, donde lo útil y lo práctico domina.  Afirma García Baró que: “La reducción fenomenológica no pierde nada, sino que gana, trasciende. No pierde, ni siquiera, de vista la actitud natural; sólo que, al reinterpretarla, la ha modificado ya en su misma esencia. Una actitud natural objetivada, conscientemente tal hasta el final, está ya rebasada, está ya contemplada desde fuera de ella misma”

Por supuesto el riesgo de transitar hacia formas idealistas de interpretar la realidad es tan pernicioso como el hecho de agotar lo real en la actitud natural. La fenomenología parte de un supuesto realista. Las cosas se aparecen tal como son. La llamada intencionalidad de la conciencia rompe la distinción artificiosa entre sujeto y objeto, pero reconoce los dos polos objetivo y subjetivo. Sokolowski lo explica de manera más directa: “El modo como las cosas aparecen es parte del ser de las cosas; las cosas aparecen como son, y son como aparecen. (…) Las cosas no sólo existen; también se manifiestan ellas mismas como lo que son”. La fenomenología, siguiendo este autor, puede definirse como «el estudio de la experiencia humana y de los modos en que las cosas se nos presentan ellas mismas en y a través de dicha experiencia”

El modo particular de la experiencia humana frente a las cosas que se nos presentan es lo que terminará formulando Heidegger como la naturaleza misma del ser humano (Dasein) que pregunta por el ser, pero a la vez es el mismo ser humano el único que puede contestar a la pregunta. Todo esto, como fundamento, es anterior a la ciencia, tal como la conocemos, y a su vez es el fundamento de la misma como espacio delimitado de lo real y modo particular de preguntar por lo real.

Con lo argumentado hasta ahora no pretendo negar la validez de muchos de los aspectos de la crítica de Bunge a los fenomenólogos y existencialistas, sobre todo a Heidegger, pero no creo que sea el autor argentino quien dirimió correctamente este punto, ya que dogmatizar la ciencia como única manera de abordar lo real efectivamente nos conduce a la actitud natural que con tino criticó Husserl. Lo real no se agota en lo medible, ni en lo útil, ni en lo práctico, va mucho más allá y mucho más acá, porque reducir la manifestación de las cosas a nuestra “cinta métrica” es ideológicamente tan alienante como negar la importancia de la ciencia en nuestras construcciones sociales.

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

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