En tiempo donde la política se presenta como una batalla de narrativas y no como un espacio de construcción colectiva, el pensamiento crítico —esa capacidad para cuestionar, analizar y discernir— parece estar en peligro. Su deterioro no es casual ni espontáneo: responde a dinámicas cuidadosamente estructuradas que buscan suprimir la reflexión en favor de la obediencia, la emoción o la reacción impulsiva. Este proceso involutivo del pensamiento crítico, cuando ocurre en el plano político, tiene consecuencias devastadoras para la tolerancia, la participación ciudadana y la libertad individual.

El pensamiento crítico como amenaza para el poder

Desde siempre, el pensamiento crítico ha sido incómodo para el poder. Los ciudadanos que piensan cuestionan, se informan y exigen explicaciones representan un obstáculo para cualquier intento de manipulación. Por eso, no es raro que, históricamente, muchos regímenes autoritarios hayan invertido grandes recursos en suprimir el pensamiento crítico mediante propaganda, censura, simplificación del discurso o educación adoctrinadora.

En “democracias formales”, sin embargo, la estrategia ha mutado: no se prohíbe pensar, pero se vuelve innecesario o incluso ridículo. Las narrativas dominantes promueven la emoción por encima del análisis, la fidelidad partidista sobre la autonomía intelectual, y la reacción instantánea sobre la deliberación informada.

Mecanismos de involución en el pensamiento político

  1. Simplificación del discurso

 Los discursos políticos actuales tienden a reducir la complejidad de los problemas a frases vacías o soluciones milagrosas. El eslogan reemplaza al argumento. Se prefiere un “con nosotros todo, con ellos nada”, antes que el debate con matices. Esta simplificación apaga el pensamiento crítico y promueve el seguidismo.

  1. Polarización y tribalismo ideológico

En un entorno político cada vez más polarizado, el adversario ya no es alguien que piensa diferente, sino un enemigo a destruir. Esta lógica binaria impide el análisis de puntos intermedios, sofoca el disenso dentro de los propios bandos y convierte el pensamiento crítico en una traición.

  1. Desinformación y manipulación mediática 

La proliferación de noticias falsas, campañas de desinformación y algoritmos que alimentan burbujas ideológicas ha generado un entorno donde la verdad es relativa. En este escenario, el pensamiento crítico —que requiere contrastar fuentes, verificar datos y mantener la mente abierta— se ve desplazado por la creencia ciega y la desconfianza estructural.

  1. Clientelismo y dependencia emocional

Muchos actores políticos fomentan una relación emocional con su base de apoyo: no se construye ciudadanía crítica, sino dependencia afectiva. El líder es “salvador”, “padre” o “víctima”, y sus errores se justifican con la misma pasión con la que se condena al adversario. La emoción sustituye al juicio.

  1. Educación política deficiente

La falta de formación política crítica en las escuelas y universidades deja a la ciudadanía sin herramientas para analizar discursos, interpretar decisiones gubernamentales o participar activamente en la vida pública. Sin esta base, es fácil caer en el fanatismo o la apatía.

Consecuencias: democracias vacías, ciudadanías pasivas

Cuando el pensamiento crítico se debilita en la esfera política, lo que se erosiona no es solo la calidad del debate público, sino la misma sustancia de la democracia. Se construyen sociedades donde se vota, pero no se elige; donde se opina, pero no se reflexiona; donde se vive en libertad, pero no se ejerce. Los ciudadanos se transforman en consumidores de política, no en protagonistas.

Esto abre la puerta a líderes autoritarios, decisiones arbitrarias y narrativas manipuladoras que apelan al miedo, al odio o al nacionalismo como forma de control. La ciudadanía pasiva es el terreno fértil para la consolidación del poder sin contrapesos.

¿Cómo revertir el proceso?

Recuperar el pensamiento crítico en la política implica transformar el modo en que nos relacionamos con la información, con el otro y con el poder:

  • Promover la educación política crítica desde la infancia, no como adoctrinamiento, sino como formación en la duda, el análisis y el diálogo.
  • Fomentar espacios de deliberación colectiva y participación real, más allá de las urnas.
  • Exigir a los medios y a los políticos transparencia, profundidad y responsabilidad en el discurso.
  • Recuperar el valor de la escucha y el disenso como prácticas democráticas.

Reflexión Final

El pensamiento crítico no es un lujo intelectual ni una postura elitista: es una herramienta de supervivencia democrática. Su involución en el ámbito político no es sólo un problema cultural o educativo, sino una estrategia funcional para el mantenimiento del poder sin control. Recuperarlo es, por lo tanto, un acto de resistencia y de construcción de lo que Félix Méndez (Junio)llamaba ciudadanía. Porque una sociedad que no piensa, tarde o temprano, deja de ser libre.

Julio Disla

Estudió Comunicación Social en Universidad de La Habana, con un posgrado sobre Prensa Internacional en el Instituto Internacional José Martí, en Cuba. También estudió Pedagogía Mención Ciencias Sociales en el Centro Regional Universitario del Noroeste (CURNO), extensión de la UASD. Laboró como periodista en el Nuevo Diario, El Hoy y El Nacional de Ahora. También para los noticieros radia Noti tiempo, Radio Comercial, Acción Informativa, Radio Acción, Santiago y Disco 106, en la capital. Fue director de prensa de la Agrupación Médica del Seguro Social. Ha escrito varios libros; entre ellos De Pueblos y Héroes, Onelio Espaillat, ejemplo de firmeza y Agenda de la Libertad. Reside en Estados Unidos.

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