Ante la presunción de algunos personajes de presentarse como candidatos a ocupar una curul en el Congreso Nacional, a pesar de tener antecedentes penales relacionados con violación sexual a niñas o adolescentes, con asuntos pendientes con la justicia o que exhiben fortunas sin poder justificarla, la senadora Faride Raful, desde su curul en el Senado de la República, ha hecho una admonición que atañe no solo a los partidos políticos, sino a las instituciones religiosas, familiares, de comunicación y a la sociedad toda. Ha sido, esa admonición, una pieza oratoria de una brillantez, una pertinencia y un acto de valentía que ha impactado profundamente en importantes sectores de la sociedad y que pone sobre el tapete el tema del Congreso que tenemos y el que deberíamos tener si verdaderamente queremos cambiar este país.

Dice Faride, refiriéndose a sus colegas: “vemos los titulares en los periódicos: una niña tenía relaciones con fulano, como si los niños tienen relación con nadie, como si hay consentimiento entre un menor y nosotros, que hacemos las leyes, siempre hemos dicho que eso es violación sexual, una y otra vez y se ha permitido que a este Congreso lleguen violadores sexuales”. (..) y “lavadores corruptos”. Agrega, que esta circunstancia se ha hecho tan frecuente, se ha sido tan permisivo legal y socialmente que se ha “normalizado” a tal punto que constituye una vergüenza nacional, sin que se haya producido una contundente repulsa en los partidos y, yo diría, tampoco en aquellos sectores eclesiales tan activos en la “defensa” de la familia, entre otras mojigaterías.

A ese propósito afirma: “los mismos partidos políticos son los mismos que se van a dar tres golpes en el pecho a la iglesia y a decir que creen, ¿qué van a creer en Dios ni en la iglesia si protegen a violadores sexuales en contra de niños? El que afecta a un niño a una niña, a un anciano, a una mujer desprotegida no puede creer en Dios, ni en la iglesia ni en nada”. Nada más cierto, es esa doble moral que nos lastra como sociedad, porque esta no es solo de esos partidos, ni de altos dignatarios de varias iglesias, sobre todo las de mayor feligresía, que intervienen en política para imponer sus dogmas, sino de una población permisiva y envilecida por ese clientelismo partidario que, como dice Faride, es lo que tiene el Congreso Nacional plagado de gente de la más baja estofa.

De esa gente que, con la complicidad y laxitud de los partidos del sistema, hace de esa institución una retranca para la institucionalización del país. Y lo peor, es que muchos de ese tipo de gente que están en el Congreso, como en los poderes locales, cuando ven que no pueden ser reelegido por sus partidos “renuncian” a ellos y se inscriben en el que en ese momento es mayoría o se perfila como tal en la fecha electoral que se avecine. El partido de turno en el gobierno se convierte de esa manera una lavadora de estafadores, de tahúres de toda laya. La razón es obvia, esos tahúres aportan recursos para las campañas. Es lo que importa. Es la lógica perversa que impulsa este sistema, es el camino para ganar. Gana el partido, pero pierde el país porque con elegidos de esa catadura, ni el Congreso Nacional ni los gobiernos locales defenderán a los débiles.

Una sociedad, en gran medida es lo que son sus instituciones y entre estas los partidos son determinantes, porque son ellos quienes seleccionan los miembros que integran todas las instituciones del sistema político: el judicial, el legislativo, el electoral, los organismos descentralizados del Estado etc. Por consiguiente, un partido que se nutra de impresentables para presentárselos al país como candidatos a puestos de conducción del país y que, como dice Faride, que lleve o que permita aspirantes “con expedientes (…) abiertos de violación sexual que han logrado impunidad”, no puede ser agente de cambio en esta ni en ninguna sociedad.  La Raful, se refiere al caso específico de un aspirante/virtual candidato a un partido de oposición, pero asume la responsabilidad de denunciar la laxitud del suyo con relación a otros casos.

La cuestión es que, hasta ahora, ningún sistema puede prescindir de la existencia de una forma de organización colectiva de ciudadanos para la participación política, y ese papel lo desempeñan los partidos. En caso nuestro, hasta en los peores se encuentra gente decente y bien intencionada, pero si desvían sus miradas ante tantas inconsecuencias y no se ven el espejo de la indignidad en que discurre el actual Congreso Nacional seguiremos integrando esa y otras instituciones claves del país con gente sin solvencia de ningún tipo. Seguiremos construyendo una democracia sustentada en elegidos que, en su generalidad, logran sus puestos de poder porque pueden gastar millones de pesos sin que importe su procedencia, y ensamblando esa que Raffaele Simone llama “democracia despótica”.

En esencia, entiendo que la inapelable admonición de Faride es contra la lógica que conduce a ese tipo de democracia, proponiendo desde su curul una que proteja la niñez, la mujer, los envejecientes y los pobres. No propone lo imposible.