La primera vez que Ulises Heureaux, Lilís, llegó al poder fue en 1882, y gracias al respaldo del prócer Gregorio Luperón. Lo sustituyó en 1884 el civilista Francisco Gregorio Billini. Pero le tocaría volver, otra vez apoyado por Luperón, en 1886, y ésta vez hasta el 26 de julio de 1899, cuando fue asesinado en una calle de Moca por Ramón Cáceres y Jacobito de Lara.

Para entonces, el prestigio de Ulises Heureaux era notable, a causa de haber vencido a todo el que se enfrentó a los azules, y sobre todo, a Cesáreo Guillermo, cuya pesadilla siempre fue el moreno puertoplateño. Lilís era la espada invencible de los azules. Era él quién se fajaba a tiros y machetazos en los campos de batallas, y siempre que se enfrentaba a un temible adversario, como Cesáreo Guillermo, se la ingeniaba para vencerlo. Había derrotado, en campo abierto, a todas las rebeliones contra los gobiernos azules.

Así, llegada la fecha de elegir un nuevo candidato presidencial de los azules en 1886, Lilís presentó su candidatura. Quiénes dudaron que la presentaría eran unos ilusos, que no conocían la mente diabólica del moreno que se había propuesto terciarse la ñoña por siempre.

Una importante franja de generales y líderes políticos del Partido Azul le propusieron a Gregorio Luperón encabezar la boleta, pero el prócer restaurador, una vez más, declinó. Buscó a Pedro Francisco Bonó, y éste se negó. Al prominente sociólogo francomacorisano nunca le interesó la Presidencia de la República. No quería verse enredado en las intrigas del poder. Lo que movía su alma eran las letras, los ensayos sociológicos, y a eso fue leal mientras respiró. El poder era para los hombres capaces de mover cielos y tierras para conseguirlo, y él no era de esos, como tampoco lo era el propio Gregorio Luperón, que aunque era general de mil batallas, la pasión del poder no mortificaba su alma.

Entonces fijó su mirada hacia José María Glass, un santiaguero rico, reconocido como probo y amigo suyo. Pero, como Bonó, declinó la oferta. Surgió entonces la candidatura del general Casimiro Nemesio De Moya y muchas de las fuerzas vivas del Cibao y del país la apoyaron. Pero Luperón, resentido por los ataques que este sector había levantado en su contra a raíz de las elecciones pasadas ganadas por Francisco Gregorio Billiní, no apoyó a Casimiro, y tal vez en contra de su deseo íntimo, prefirió una vez más a su delfín, Ulises Heureaux.

Pero Lilís ya no era delfín de Gregorio Luperón ni de nadie. El moreno tenía sus propios intereses, que eran llegar al poder y perpetuarse en él. Eso sí, era prudente, y sabía moverse con cautela e inteligencia. Nunca se adelantaba a los hechos y así mantenía a muchos, entre ellos al propio Luperón, engañados respecto a su persona y a su real propósito, con lo que evitaba generar inconformidades a destiempo.

II

El Partido Azul quedó dividido en dos mitades. Los moyistas por un lado y los lilisitas por el otro, y así divididos, de forma irreconciliable, como siempre ocurre cuando se trata de guerrear por el poder, fueron a las elecciones. La batalla fue dura. Los moyistas pudieron presentar un combate en forma. Es más, la mayoría prefería a Casimiro, que llevaba como candidato a la Vicepresidencia nada menos que al ex presidente Francisco Gregorio Billini, que gozaba de amplio respaldo en la juventud liberal y en los intelectuales.

Pero el proceso electoral se caracterizó por el terror y la corrupción. El gobierno sacó las garras y recurrió a diversas maniobras para favorecer a Lilís, que además, era su Ministro de Guerra y Marina. Todo el gobierno marchó con su candidato, con lo que eso significa en un país sin ninguna institucionalidad, donde desde el poder se hace lo que sea, sin rendir cuentas de nada. Contados los votos, Lilís resultó ganador, aunque para la mayoría quedó el amargo sabor de que se trató de una victoria fraudulenta que no debía ser legitimada. El propio Gregorio Luperón, posteriormente, en sus memorias, admitió que Casimiro De Moya contaba con la mayoría.

El ambiente estaba propicio para la revolución. De Moya no aceptó los resultados y llamó a la rebelión. Al fin y al cabo, eran tiempos de montoneras y de generales alzados. Preocupado por lo que veía sería una insurrección de funestas consecuencias, el presidente Alejandro Woss y Gil viajó al Cibao para convencer a Casimiro a desistir de la rebelión, proponiéndole varios ministerios en el nuevo gabinete, pero no pudo convencerlo. Gregorio Luperón también hizo gestiones en ese sentido, que resultaron infructuosas.

El 21 de julio de 1886 De Moya proclamó oficialmente la rebelión, que sería conocida como "La Revolución de los Moya". Al frente de los moyistas marchó el prominente restaurador, general Benito Monción. Lilís lo hizo al frente de sus tropas, pese a que Luperón era Delegado del gobierno en el Cibao. Esa era su costumbre y así sería siempre. Lilís no mandaba, él iba al campo de batalla. No fue rezando, sino en guerras abiertas, que su atlético cuerpo se enfrentó a siete heridas del arma blanco y a dos tiros de armas de fuego. Quien quiera vencer al ex colmadero debe saber que tiene que vérselas con él de frente, en el campo de batalla, porque él no se acobarda ni huye, como Cesáreo Guillermo, ni entrega el mando a otro, como hizo Pedro Santana cuando anexó el país a los españoles, ni se va al exilio, como hizo varias veces Buenaventura Baéz.

La lucha fue sangrienta y prolongada. Los moyistas encontraron mucho respaldo en muchas localidades del Cibao Central y pudieron ponérselas difícil a Lilís y a Luperón. Hubo muchos muertos y heridos. Y si al final, Lilís pudo derrotar a Los Moya y salirse una vez más con la suya, se debió, más que a los tiros y a su reconocida pericia militar, a las fuerzas de las papeletas. En esta ocasión, Lilís recurrió a algunos amigos suyos poderosos que le hicieron varios préstamos a altas tasas de interés, y con ese dinero pudo comprar varios generales y oficiales medios de las fuerzas contrarias.

Las fuerzas moyistas quedaron desmoralizadas y desarticuladas. Reconociendo esa dificultad, Casimiro De Moya y Benito Monción, pusieron fin a la rebelión y se retiraron junto a pocos seguidores hacia Haití. ¿Qué otra cosa podían hacer? Así, la guerra que Lilís no pudo ganar con plomo la ganó con papeletas, muchas papeletas.

El camino estaba allanado para su segunda juramentación. El 6 de enero de 1887, en base a su talento, astucia, bravura, firmeza y don de mando, se terció por segunda vez la banda presidencial, pero esta vez, amigos y enemigos tendrían que saber que el ex restaurador, hijo de doña Fefa, llegaba para no apearse más. Estaba decidido a no apearse viví del caballo de la nación. Se iniciaba así la dictadura del pintoresco y sangriento Lilís.