En la República Dominicana se habla cada vez más de la llamada Generación de Cristal, esos niños, niñas y adolescentes que parecen quebrarse ante la más mínima exigencia, incapaces de tolerar la frustración y convencidos de que todo se les debe servir en bandeja de plata. Sin embargo, el verdadero problema no está solo en ellos, sino en la sociedad que los ha criado y en las estructuras que han alimentado esta fragilidad.

Nos hemos convertido en un país donde padres y madres han delegado su papel educativo al docente. La educación empieza en la casa, con el ejemplo, con los valores, con el respeto a la autoridad y con la responsabilidad. Pero hoy, muchos hogares se han convertido en criaderos de caprichos, donde los hijos e hijas crecen sin límites, sin disciplina y sin la noción más básica de esfuerzo.

Y cuando estos niños y niñas, sobreprotegidos y malcriados, fracasan en la escuela, ¿a quién culpan? Al docente. Sí, al mismo maestro o maestra que trabaja con aulas sobrepobladas, sin recursos y bajo un sistema educativo que les exige resultados milagrosos, pero les ata las manos con burocracia y currículos desconectados de la realidad. Es fácil señalar al docente como culpable de la “baja calidad educativa”, mientras el sistema tiene sus propias problemáticas y la familia ha abandonado su responsabilidad primaria.

Vivimos en una época en que el docente ya no puede corregir sin que un padre lo amenace con (ir al distrito educativo), en que cualquier frustración del estudiante se interpreta como un “abuso” y en que la exigencia académica es vista como crueldad. Se ha confundido la empatía con la permisividad, y el derecho con el libertinaje. Así, vamos criando generaciones de adultos incapaces de competir, resolver problemas o asumir responsabilidades.

La educación dominicana no solo sufre por falta de recursos y estructuras, sino por una sociedad que ha olvidado cuáles eran sus fundamentos: respeto, esfuerzo, disciplina y colaboración entre escuela y familia. Mientras sigamos criando hijos de cristal y padres de papel, que rompen su compromiso en cuanto se les pide esfuerzo, seguiremos condenando al país a la mediocridad y a la dependencia intelectual.

El docente no es enemigo, es aliado. Pero en este país, pareciera que la educación es el único campo donde todos opinan, todos critican y nadie asume su parte. Si no cambiamos esa mentalidad, el futuro que estamos fabricando será aún más frágil que el presente.

EN ESTA NOTA

Gerson Adrián Cordero

Escritor

Gerson Adrián Cordero (Luperón, Puerto Plata, República Dominicana, 03/04/1991) es licenciado en Educación con mención en Letras, con diplomados en literatura, historia y cultura dominicana. Escritor, editor y promotor cultural, ha publicado novelas, poesía y cuentos. Es colaborador habitual de los medios digitales Acento.com y Alasunto.com. Además, dirige el Círculo Literario César Nicolás Penson y coordina el grupo Literatura Universal. Ha sido galardonado con el Premio Uneviano Nacional de Cuentos 2019 y fue reconocido como Joven Escritor del Año 2024 por el Taller Literario Virgilio Díaz Grullón de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.

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