Llegué como reportero. Me acogieron en aquella casa llena de mexicanos y de muchos otros países. En la madrugada, como un sonámbulo, me hicieron bajar por una escalera de unos veinte metros. Con muchos otros nos llevaron por un túnel de más de doscientos metros, todo el tiempo en silencio. Subimos por aquella otra escalera hasta un taller de herrería, donde nos recibían unos chicanos. ¡Y, por dinero para los vigilantes fronterizos, ya estábamos en San Diego, California, dejando atrás a Tijuana, México, ciudades vecinas en la frontera mejor vigilada y más rentable del mundo!…(A la que hoy no tenemos nada qué envidiar).