Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de la kakistocracia. La kakistocracia (del griego kàkistos, “el peor”, y kratos, “gobierno”), entendida como “el gobierno de los peores”, es decir de las personas más ineptas, incompetentes y cínicas, se había entendido hasta hace muy poco como un fenómeno propio de países en vías de desarrollo gobernados por regímenes populistas autoritarios, como es el caso de Venezuela, como bien demuestra el maestro Allan R. Brewer-Carías en su rompedora obra Kakistocracia depredadora e inhabilitaciones políticas: el falso Estado de derecho en Venezuela, con un magnífico estudio preliminar de Jaime Santofimio Gamboa, que presenta este tipo de gobierno como una degeneración y un falseamiento de la democracia y del Estado de derecho.

Pero lo cierto es que el modo de gobierno kakistocrático se ha extendido a naciones de larga historia democrática e institucional, como es el caso de México, con su estrambótica reforma judicial conducente al gobierno de la plebe judicial controlada por políticos, mafias y corporaciones, y, lo que es más llamativo, a países como Estados Unidos que, desde su independencia, se habían convertido en modelo de democracia constitucional. ¿Qué explica esta súbita expansión de las prácticas políticas kakistocráticas?

La respuesta a esta interrogante la encontramos en los Estados Unidos de Donald Trump. La gran nación norteamericana es una prueba más de que un líder populista, como es el caso de Trump, puede conducir a una nación a ser gobernada por los peores y que un gobierno de los peores, a su vez, fomenta el populismo, en un terrible círculo vicioso que si no es enfrentado puede conducir al colapso de la democracia. La cuestión, sin embargo, es otra: ¿por qué puede asentarse una kakistocracia en una democracia establecida como la estadounidense?

Como bien apunta Santofimio Gamboa, en el sendero de Byung-Chul Han, la kakistocracia surge porque las democracias han degenerado en “infocracias”, donde el discurso racional propio de la deliberación democrática ha sido sustituido por el reino de las fake news, la mentira, la emotividad, la vulgaridad, el escándalo y la posverdad, esgrimidos por el nuevo animal político que vive en la burbuja del “enjambre digital”.

Ya lo explica Richard Hanania: “En su mejor expresión, la democracia funciona proporcionando retroalimentación a los líderes. El gobierno adopta una política irracional, el mercado reacciona y, con suerte, los funcionarios tienen en cuenta esa información. Si un político se presenta con una plataforma anticorrupción, pero luego resulta ser más corrupto que sus predecesores, eso debería desacreditarlo y costarle apoyo. Sin embargo, todo este proceso requiere que los votantes estén conectados con la realidad. Si se encuentran en una burbuja de noticias falsas, incluso los fracasos más evidentes quedarán impunes”.

Lo anterior permite comprender por qué “los políticos con una base menos educada pueden tomar malas decisiones y sufrir menos consecuencias por ellas”. Por eso la desastrosa política económica de Trump, aunque es obvia para cualquier persona medianamente informada, no lo es para la base electoral de Trump, que “tiene menor capacidad cognitiva y menos interés en la política, por lo que es menos probable que la realidad empírica los saque de su estupor partidista”.

En fin, solo una ciudadanía educada, como quería Eugenio María de Hostos, podrá evitar la degeneración de las democracias constitucionales en kakistocracias.

Eduardo Jorge Prats

Abogado constitucionalista

Licenciado en Derecho, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM, 1987), Master en Relaciones Internacionales, New School for Social Research (1991). Profesor de Derecho Constitucional PUCMM. Director de la Maestría en Derecho Constitucional PUCMM / Castilla La Mancha. Director General de la firma Jorge Prats Abogados & Consultores. Presidente del Instituto Dominicano de Derecho Constitucional.

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