El Democracy Index 2024 de The Economist Intelligence Unit (EIU) no es solo un informe; es un grito de alarma. Con un puntaje global promedio que se desploma a 5.17 (de 10), el más bajo en años, el mensaje es claro: la democracia está en terapia intensiva. En 2024, un año donde más de la mitad de la humanidad acudió a las urnas, el resultado no fue una revitalización democrática, sino un veredicto sombrío: sólo el 45% del mundo vive en algún tipo de democracia, mientras que un escalofriante 39.2%—más de 3,200 millones de personas—soporta el yugo de regímenes autoritarios. La confianza se desmorona, los gobiernos se atrincheran y los ciudadanos, hartos de promesas vacías, se debaten entre la apatía y el populismo. Pero en este paisaje de sombras, 25 naciones emergen como titanes de la "democracia plena", un recordatorio feroz de que el ideal sigue vivo—si tan solo estuviéramos dispuestos a luchar por él.
Los 25 gigantes de la libertad
En un mundo donde la democracia retrocede, 25 países resisten como baluartes inquebrantables, todos con puntajes superiores a 8.0. Noruega lidera con un casi perfecto 9.81, un país donde la participación ciudadana (10.00) y las libertades civiles (9.41) son sagradas. Le siguen Nueva Zelanda (9.61), con su gobierno funcional (9.29), y Suecia (9.39), un bastión de cultura política (10.00). Europa Occidental acapara la lista: Islandia (9.38), Suiza (9.32), Finlandia (9.30), Dinamarca (9.28), Irlanda (9.19), Países Bajos (9.00), Luxemburgo (8.88), Alemania (8.73), Reino Unido (8.34), Austria (8.28), España (8.13), Estonia (8.13), República Checa (8.08), Portugal (8.08) y Grecia (8.07) demuestran que la estabilidad no es un mito. Australia (8.85) y Taiwán (8.78) brillan en Asia-Pacífico, junto a Japón (8.48). Canadá (8.69) ondea la bandera norteamericana, mientras que Uruguay (8.67) y Costa Rica (8.29) destacan en América Latina, y Mauricio (8.23) desafía estereotipos en África. Estos no son solo números; son pruebas vivas de que elecciones libres, gobiernos efectivos y derechos garantizados pueden coexistir—pero solo donde hay voluntad.
América: tres luces en la oscuridad
En el continente americano, la democracia plena es un lujo raro, reservado para tres naciones excepcionales: Canadá (8.69, puesto 14), Uruguay (8.67, puesto 15) y Costa Rica (8.29, puesto 18). Canadá sobresale con una participación política de 8.89, reflejo de un pueblo que no se rinde. Uruguay, con un proceso electoral perfecto (10.00), encarna una tradición de inclusión que resiste el paso del tiempo. Costa Rica, con libertades civiles de 9.71, sigue siendo un oasis de paz en una región turbulenta. En contraste, gigantes como Estados Unidos (7.85) languidecen como "democracia imperfecta", lastrados por desconfianza y polarización. Más al sur, el auge de figuras como Nayib Bukele en El Salvador (4.61) muestra cómo la seguridad se negocia a costa de la libertad. Estas tres democracias plenas son faros en un hemisferio donde la mayoría lucha entre regímenes híbridos y autoritarismo puro.
La caída de Estados Unidos: una democracia en crisis
Estados Unidos, alguna vez un símbolo global de la democracia, sigue estancado como "democracia imperfecta" con un puntaje de 7.85, lejos del umbral de 8.0 que define a las plenas. Su descenso, iniciado en 2016 antes de la era Trump, se debe a fallas estructurales profundas: un funcionamiento del gobierno de solo 6.43 —el más bajo entre las democracias desarrolladas— refleja un sistema paralizado por el gridlock institucional y la influencia desmedida de lobbistas y multimillonarios. La confianza en las instituciones y los medios se desploma, con una cultura política (6.25) erosionada por desigualdades sociales y una falta de consenso sobre valores básicos. Aunque su participación política (8.89) sigue fuerte y las elecciones de 2024 transcurrieron sin caos, las libertades civiles (8.53) enfrentan amenazas crecientes, desde restricciones al voto hasta ataques a la prensa. Esta superpotencia, que predica la democracia al mundo, no logra encarnarla plenamente en casa.
República Dominicana: entre el progreso y el precipicio
La República Dominicana, con un puntaje de 6.62, se aferra al estatus de "democracia imperfecta", ubicándose en el puesto 52 global y séptimo en América Latina, detrás de Uruguay, Costa Rica, Chile (7.83), Panamá (6.84), Surinam (6.79) y Jamaica (6.74). Sus elecciones robustas (9.17) y una participación política vibrante (7.22) son logros tangibles, impulsados por una ciudadanía que exige ser escuchada. Sin embargo, el país tropieza con un funcionamiento del gobierno mediocre (5.00)—plagado de corrupción y burocracia—y una cultura política débil (4.38), donde el clientelismo sigue reinando. Las libertades civiles (7.35) también muestran grietas, con prensa bajo presión y justicia vulnerable. Para escalar a "democracia plena", la nación debe desmantelar las redes de poder opaco, blindar su independencia judicial y transformar una cultura de favores en una de responsabilidad. Está cerca, pero el salto exige coraje.
Una alerta que no podemos ignorar
El *Democracy Index 2024* no es un diagnóstico pasivo; es un ultimátum. Desde 2008, las libertades civiles han caído un devastador -1.00 y los procesos electorales un -0.66, mientras el funcionamiento del gobierno (4.53 global) se hunde en la mediocridad. En 2024, 83 países empeoraron, 47 se estancaron y solo 37 mejoraron cifras que gritan disfunción. Los 25 países de democracia plena no son un club elitista; son un desafío, un espejo que nos muestra lo que podríamos ser. Para la República Dominicana, Estados Unidos y el mundo, el reloj avanza: o reformamos nuestras democracias con transparencia, inclusión y poder real para el pueblo o cedemos ante los 60 regímenes autoritarios que ya dominan a más de un tercio de la humanidad. Este no es un análisis para archivar; es un llamado a despertar antes de que sea demasiado tarde. ¿Seguirá América Latina atrapada entre populismos y promesas rotas? ¿Podrá la República Dominicana romper las cadenas del clientelismo y reclamar su lugar entre las democracias plenas? ¿O estamos todos condenados a ver cómo el silencio autoritario ahoga nuestras voces? El futuro no está escrito aún, pero creo firmemente que podemos avanzar a una democracia plena.
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