Conforme los datos oficiales la delincuencia común ha experimentado en los últimos años una disminución importante en el porciento de delitos ocurridos en el país, sobre todo los crímenes cometidos contra las personas y en contra de la propiedad. Cuando hablamos de crímenes y delitos contra las personas debemos entenderlo como una referencia a las acciones delictivas que atentan con la integridad física; ya sean golpes y heridas, homicidios o asesinatos. En cambio, cuando nos referimos a los crímenes y delitos contra la propiedad, apuntamos a un tipo de infracción que afecta los bienes materiales de una persona, como los robos y robos calificados. De acuerdo con las estadísticas, estos hechos han experimentado un descenso importante en comparación a años anteriores, siendo el 2024 el año en que la tasa de homicidios llegó a su mínimo histórico, con tan solo 7.76 por cada 100,000 habitantes.
Paradójicamente, la percepción de inseguridad en la República Dominicana es distinta, ya que se percibe un ambiente poco seguro y de altos índices de criminalidad, convirtiéndose el tema de la seguridad ciudadana en una de las principales preocupaciones de la población civil. Es un hecho cierto la diferencia existente entre la percepción de inseguridad y la realidad social vivida por los dominicanos, pero también es cierto que dicha percepción se alimenta de una fuerte influencia proveniente de medios de comunicación alternativos y, en algunos casos, de medios convencionales de información.
Todo lo que se difunde por aquellos medios pobremente regulados se concibe en un mal mayor; en una problemática social que podemos catalogarla de subterránea, esto es la subcultura de la delincuencia. Para muchos jóvenes provenientes de sectores vulnerables, la delincuencia se ha convertido en un camino fácil al éxito personal, un éxito que responde a una lógica muy singular: La de garantizar lo que para muchos no es más que el sustento diario, ropa, diversión y drogas. Para que la delincuencia adquiriera la categoría de subcultura ha tenido que ocurrir un complejo proceso de descomposición social caracterizado por la inversión de valores y la desarticulación de la familia como la principal institución dominicana. Ha tenido que perderse, necesariamente, los valores convencionales entre las conductas y vicios aprendidos de otros países, y un profundo proceso de transculturación que trasciende lo puramente gubernamental, para transferirse a algo más cotidiano y silente.
Hoy en día los actos delictivos más estruendosos se posicionan como un comportamiento modélico para muchos jóvenes con carencias familiares, que buscando destacarse, optan por recurrir a la delincuencia. Un ejemplo de ello es lo que ha ocurrido recientemente con el caso de Ángel de los Santos, alias Chukito, un adolescente de 15 años que arrastraba un prontuario delictivo de muertes y asaltos, así como una cantidad indeterminada de fechorías. Chukito, por sus acciones, se había convertido en un blanco para la Policía Nacional, estaba siendo buscado por múltiples actos que lo convertían en un delincuente sin causa. De acuerdo con algunas versiones, el joven Ángel fue localizado por las autoridades en un apartamento de la ciudad, cercado y liquidado en lo que pareció ser un enfrentamiento, luego que éste trató de huir por unas de las ventanas desde el cuarto piso. Después de su muerte, Chukito se ha convertido en una especie de referente para muchos jóvenes marginados que sorprendentemente lo admiran y respetan su memoria. Las frases de su autoría, aquellas que decía al momento de la comisión de sus crímenes, son repetidas por otros jóvenes como un argot distintivo e incluidas en varias canciones urbanas.
Chukito no fue más que el producto de una sociedad que se descompone sistemáticamente, que margina y discrimina, y que no encuentra en las autoridades un paliativo efectivo a la problemática. Esa juventud, que prolifera y se expande en cantidad de individuos desahuciados, se aglomera en rededor de antivalores expresados en comportamientos cada vez más desajustados, forjando poco a poco una cultura delictiva. Esa cultura se hace cada vez más fuerte, encuentra consecutivamente más adeptos y se manifiesta a través de expresiones “artísticas” a los que los jóvenes llaman dembow. Lo que se está viviendo en los barrios dominicanos es sencillamente deplorable, se trata de la normalización del crimen y de un estado de cosas preocupante.
Para responder positivamente al fenómeno, necesitamos reenfocar un plan estratégico de reeducación social, basado en concentrar los esfuerzos a la reestructuración de la familia, priorizar la educación integral, la creación de espacios deportivos y artísticos, incluir sectores como la iglesia y las comunidades, y crear en definitiva un país de mejores oportunidades para la juventud.
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