En ocasión del inicio esta semana del Sínodo de la sinodalidad, reproduzco una versión levemente adaptada de la ponencia que presenté en la CÁTEDRA VIRTUAL JUSTICIA Y GÉNERO de la UNED, Costa Rica el pasado 3 de octubre.
Los escándalos de abusos sexuales sacerdotales y encubrimiento de obispos católicos son incesantes, tanto los casos nuevos como los de años anteriores que siguen saliendo a la luz. El enfoque mediático, el activismo de las víctimas y las acciones judiciales han girado casi exclusivamente en torno al abuso de menores, sobre todo niños y adolescentes varones (que representan entre el 60 porciento y el 80 porciento de los casos denunciados, según el país), en tanto los abusos de niñas y mujeres han sido mayormente ignorados. Como nos dice Angulo (2021):
“En relación a las víctimas, la atención se ha focalizado casi de modo exclusivo en el caso de los menores de edad y, en concreto, en los varones. El hecho de que las mujeres menores víctimas de abuso lo sean en un porcentaje más bajo las ha invisibilizado. Algo semejante sucede en el caso de los abusos sexuales perpetrados contra mujeres adultas, pues en los ámbitos eclesiales se tienden a interpretar como relaciones consentidas o provocadas por ellas mismas”.
Sin embargo, en los últimos años han empezado a divulgarse algunas denuncias sobre el abuso sexual de monjas católicas, casi siempre a manos de sacerdotes, si bien ni los medios de comunicación ni el Vaticano han mostrado interés en investigar y enfrentar el fenómeno. Estas investigaciones sugieren que el problema de abuso sexual de mujeres adultas, tanto monjas como laicas, es muchísimo más frecuente de lo que se piensa. Diversos factores -de índole ideológica, institucional y estructural -contribuyen a invisibilizar y silenciar este fenómeno.
El objetivo de esta presentación es explorar algunos de los factores que propician la violencia sexual contra mujeres tanto laicas como consagradas dentro de la Iglesia católica, en interés de contribuir al posicionamiento público de un problema que no ha recibido la atención que merece.
Dinámicas comunes a otras religiones
Es bien conocido que el abuso sexual de mujeres (y menores) en espacios religiosos es frecuente en todas las religiones y denominaciones encabezadas por hombres y en los últimos años ha sido documentado entre cristianos evangélicos, judíos ortodoxos, Testigos de Jehová, mormones, musulmanes, budistas y otras religiones, así como multitud de sectas que van desde la mexicana Luz del Mundo hasta NXIVM en EEUU y Sai Baba en la India, entre muchos otros.
Aunque cada uno de estos espacios religiosos tiene especifidades propias, muchos de los elementos de análisis que abordaré sugieren la existencia de dinámicas comunes asociadas al manejo del poder por parte de los hombres sobre las mujeres, así como a la presencia de elementos ideológicos patriarcales que refuerzan la subordinación de las mujeres -y por ende, facilitan su explotación sexual por parte de los clérigos.
En el caso particular que nos atañe, cabe destacar que el sexismo y patriarcalismo son características definitorias de las iglesias cristianas, que desde muy temprano en su historia excluyeron a las mujeres de sus sistemas de autoridad y las subordinaron a los varones. Por eso veremos que los 3 elementos que en mayor medida facilitan el abuso sexual contra mujeres/monjas en la Iglesia católica son: el clericalismo, el sexismo y el autorismo.
Monjas y laicas
El abuso sexual de monjas católicas se empezó a documentar con investigaciones hacia mediados de la década de 1990. Varios de estos estudios fueron encargados por órdenes religiosas y publicados en revistas académicas con afiliación religiosa; todos muestran que el abuso sexual de monjas alrededor del mundo es un problema muy extendido dentro de la Iglesia. Esto significa que las autoridades eclesiásticas conocen la gravedad del problema desde hace décadas, pero no han tomado medidas para enfrentarlo:
“La encuesta nacional de monjas católicas estadounidenses realizada por Chibnall et al. (1998) estimó que tres de cada diez (30 por ciento) monjas encuestadas experimentó trauma sexual en la vida religiosa, y más de una de cada diez (11,1 por ciento) sufrió explotación o coerción sexual. El estudio muestra que ‘el agresor más común era un sacerdote… muchas veces su director espiritual’.
“A pesar de la gravedad de los hallazgos, los abusos de mujeres religiosas han sido continuamente silenciados. [Ninguno de los informes de investigación] fue siquiera comentado por el Vaticano… [hasta que] en el 2019, el Papa Francisco se vio obligado a abordar el tema tras las quejas públicas al respecto por parte de periodistas católicas en Roma” (traducción propia).
Los medios de comunicación han mostrado mucho menor interés por los abusos sexuales de monjas y laicas en espacios católicos, en comparación con los casos de pederastia masculina -donde pueden sensacionalizar la minoría de edad de las víctimas y la supuesta homosexualidad de los agresores-. En consecuencia, y no obstante lo generalizado del problema, las mujeres víctimas no suelen reconocerse como parte de un fenómeno más amplio, sino como casos aislados y poco frecuentes, aún siendo todo lo contrario, como señala Angulo (2021): “…no se trata de casos aislados, sino de un problema estructural y sistémico con repercusiones teológicas que atañen –entre otras cosas– al modo de gestionar el poder”.
Los abusos de mujeres laicas están aún menos documentados que los de consagradas y han recibido poquísima atención tanto de parte de las autoridades de la Iglesia como de los medios de comunicación. Lo poco que se sabe es igualmente preocupante: por ejemplo, una encuesta realizada en EEUU con mujeres católicas que asistían a la iglesia al menos una vez a la semana, encontró que el 3.1 porciento había sufrido alguna forma de abuso sexual por parte de un líder religioso en su vida adulta. Esta cifra probablemente subestima la incidencia real del fenómeno, dado que los abusos sexuales de adultos en la iglesia suelen ser vistos como pecado pero no como crimen.
En efecto, no fue hasta la reforma del Código Penal vaticano del 2021 que la definición de abuso sexual se amplió para incluir a personas mayores de 18 años victimizadas por clérigos y otros funcionarios de la Iglesia. Al igual que en todas las relaciones donde existe un importante elemento de desigualdad, la disparidad de poder entre sacerdotes y feligresas puede inducir a la mujer a acceder a actos sexuales no deseados, lo que disfraza la coerción con la apariencia de consentimiento. A pesar de esta realidad, y de la existencia documentada de abusos con violencia física directa, la mayoría de personas tanto dentro como fuera de la Iglesia sigue creyendo que el abuso sexual solo afecta a los menores de edad. Como veremos a continuación, esta perspectiva se vincula a ideologías misóginas en torno a la mujer y la sexualidad así como a factores institucionales que aumentan la vulnerabilidad a las agresiones, al tiempo que contribuyen a su invisibilización y silenciamiento.
Esbozo de factores institucionales
–Cultura del silencio y el secretismo dentro de la jerarquía; existencia de normas que ordenan mantener las denuncias al interior de la organización. En el caso de las laicas, opera la presión para no avergonzar públicamente a la Iglesia;
-El carácter autoritario de la institución, que enseña a los feligreses -sobre todo a las mujeres- a obedecer a los superiores y a confiar en ellos. En el caso de las monjas esto se agrava por el voto de obediencia, que las mantiene permanentemente sujetas a la autoridad clerical masculina;
-De igual manera, el voto de pobreza de las monjas las deja sin acceso a recursos económicos propios para procurar asistencia legal e iniciar procesos judiciales. Quedan a merced de las autoridades de sus órdenes religiosas para llevar adelante estos procesos, que aún en el caso de estár en disposición de hacerlo, están sujetas a la autoridad de la jerarquía masculina cuyo interés ha sido el silenciamiento sistemático;
-La estructura cerrada y autoritaria de la Iglesia también se apoya en el secreto del confesionario, que garantiza a los curas criminales el perdón de sus pecados junto a la seguridad de que nunca serán denunciados por el confesor. Esto funciona además como mecanismo silenciador de las víctimas, que pueden ser coaccionadas a guardar silencio y a procurar soluciones”espirituales” a su problema.
Esbozo de factores ideológicos/teológicos
-La ideología religiosa de la mujer pecadora/tentadora en cuya palabra no se puede confiar. Este estereotipo de la Eva engañosa y seductora contribuye al prejuicio machista común de que las mujeres consienten y/o provocan las violaciones que sufren;
-El factor anterior se agrava cuando la mujer (laica o monja) es presionada pero no violentada físicamente por el sacerdote, que utiliza su autoridad institucional y espiritual para crear la ficción del consentimiento, lo que -perversamente- convierte a la mujer en supuesta cómplice y culpable de su propio abuso;
-La tradicional desconfianza religiosa en la agencia moral de las mujeres, que por el contrario deben ser tuteladas por los hombres -sobre todo maridos y sacerdotes-, particularmente en materia de sexualidad y reproducción;
-La visión del sexo como tabú, tema que averguenza, lo que dificulta que las víctimas se atrevan a hablar de sus experiencias;
-En la tradición cristiana se impone a la mujer una moral de subordinación, que Tamayo (2018) resume en siete verbos: obedecer, someterse, aguantar, soportar, sacrificarse por, cuidar de y perdonar. Este discurso sigue siendo común entre clérigos en otros ámbitos sociales, como el de la violencia de pareja, cuando sacerdotes y pastores aconsejan a la mujer a sacrificarse por los hijos, perdonar al marido, confiar en la voluntad divina, etc.).
El clericalismo
Denunciado por teólogos liberales y por el propio Papa Francisco, el clericalismo combina elementos ideológicos e institucionales que propician los abusos sexuales al interior de la Iglesia, al tiempo que garantizan el silenciamiento de los crímenes y la impunidad de los agresores. A pesar de su insistencia en los peligros del clericalismo, Francisco se ha negado a tomar medidas concretas para reducir su influencia.
Antes que nada, veamos qué es el clericalismo: la RAE lo define como la “marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices”, así como “intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide el ejercicio de los derechos de otros miembros de ella”, es decir, de mujeres y hombres laicos. “Lo primero se refiere a la creencia mágico-religiosa en la superioridad espiritual del sacerdote, que en virtud de la ordenación sacerdotal adquiere una esencia pseudodivina que lo diferencia de los mortales comunes. Lo segundo se refiere a la superioridad y dominio del clero sobre los laicos, que establece un ejercicio marcadamente jerárquico de la autoridad sacerdotal, donde el sacerdote se considera elegido de Dios, ‘mediador entre Dios y los hombres’, ‘sacerdote por la eternidad’, ‘mil veces superior a los ángeles’” (Para una discusión más amplia del clericalismo y sus efectos, ver mi artículo anterior en Acento, “El cataclismo moral de la Iglesia”).
La autoridad espiritual y la posición de superioridad y dominio que el clericalismo otorga al sacerdote es particularmente nocivo en relación a las mujeres, en tanto las ideologías misóginas de la Iglesia refuerzan aún más la subordinación femenina a la autoridad sacerdotal. Como señala un teólogo y exsacerdote, “la masculinidad y la misoginia son inseparables de la estructura misma de la Iglesia. El fundamento conceptual del clericalismo es muy simple: las mujeres están subordinadas a los varones y los laicos están subordinados a los sacerdotes, considerados ‘ontológicamente’ superiores en virtud de su ordenación”.
En los últimos años el papa Francisco ha condenado reiteradamente el clericalismo, al que califica como “una enfermedad de la Iglesia”, afirmando que el mismo “genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males [de abuso sexual] que hoy denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo”. De ahí que resulte tan paradójica su reticencia a tomar medidas para enfrentar el problema, sobre todo considerando los amplios poderes que, como Sumo Pontífice de una monarquía absoluta, podría ejercer para impulsar estas reformas.
Como señalaba en mi artículo anterior, tanto el nuevo Código Penal vaticano del 2019 como la reforma de las leyes canónicas de 2021 son ejemplos de las contradicciones de Francisco en torno al clericalismo, habiendo desaprovechado ambas oportunidades para reducir el secretismo clerical y las complicidades institucionales que desde tiempos inmemoriales han rodeado -y perpetuado- los abusos sexuales. Es así como la reforma del 2021, aunque dice tener el propósito de facilitar el castigo a los curas criminales, no establece mecanismos para que los superiores jerárquicos acudan a las autoridades civiles, sino que mantiene la investigación y el castigo de los violadores en manos de los obispos, donde la pena máxima que éstos pueden aplicar es la separación del sacerdocio. Resulta casi una burla que se atribuya a los mismos obispos que durante décadas han sido encubridores y cómplices de los abusos la responsabilidad de resolver el problema, en lugar de imponerles la obligación de denunciar los hechos ante las autoridades policiales y judiciales.
Otro ejemplo de las contradicciones de Francisco fue su decisión de no proceder con las recomendaciones emanadas del Sínodo de la Amazonía (2019), a pesar del claro mandato que recibió de los obispos, de los que el 82% votó a favor de la ordenación de mujeres al diaconado y el 76% a favor de la ordenación sacerdotal de varones casados. Esto debe considerarse a la luz de los señalamientos de teólogos liberales en el sentido de que los dos pilares principales sobre los que descansa el clericalismo son la exclusión de las mujeres del sacerdocio y el celibato sacerdotal obligatorio, prácticas que refuerzan la supuesta excepcionalidad del varón ordenado y por tanto las rigideces jeráquicas que garantizan su supremacía sobre las mujeres y los laicos.
Francisco ha condenado la obsesión de los defensores del clericalismo con el celibato sacerdotal y ha recalcado la importancia de las mujeres en la Iglesia, como muestra su decisión de incluir 54 mujeres con derecho al voto entre los 464 participantes en el Sínodo de la sinodalidad, una proporción que, aunque pequeña, resulta sumamente novedosa para la Iglesia y ha suscitado airadas protestas de los jerarcas conservadores. Al mismo tiempo el papa se ha mantenido firme en su oposición al sacerdocio femenino, afirmando que “esa puerta está cerrada” porque “dogmáticamente no va”. Recordemos que al día de hoy, las leyes canónicas castigan con la excomunión automática o latae sententiae a todos los participantes en la ordenación sacerdotal de una mujer (igual que a todos los participantes en un aborto), pero no aplica la misma pena a los que violan niños y mujeres amparados en su investidura sacerdotal.
La solucion del problema de los abusos sexuales sacerdotales pasa por (aunque no se limita a) reducir y regular la autoridad de los clérigos y a promover relaciones más egalitarias entre hombres y mujeres al interior de la Iglesia. Esto es solo parte de la solución, vista la necesidad de alcanzar transformaciones ideológicas profundas en relación a las mujeres/la feminidad, los hombres/la masculinidad y la sexualidad, sobre todo la sexualidad concebida y ejercida como mecanismo de poder patriarcal.
El Sínodo de la sinodalidad convocado por Francisco tiene entre sus temas centrales el celibato sacerdotal y la ordenación de hombres casados, así como la ordenación de mujeres al diaconado (que no al sacerdocio). Igualmente significativo es que por primera vez tendrán derecho al voto algunos laicos (hombres y mujeres) y no solo los obispos.
Ojalá el papa Francisco aproveche esta coyuntura para tomar las decisiones necesarias respecto a las mujeres y los laicos, y no repita lo ocurrido en el Sínodo de la Amazonía, cuando no se atrevió a aprovechar el mandato de los obispos en relación a estos aspectos.
De su decisión esta vez dependerá en gran medida la solución definitiva a la explotación sexual de mujeres y menores en la Iglesia, así como un ejercicio religioso más digno y egalitario para los laicos, sobre todo para las mujeres.