A raíz de una tragedia como la del colapso de Jet Set, en Santo Domingo, el pasado martes, la estampida de Halloween de Seúl en 2022 o la del incendio del club social Happy Land, en el Bronx, hace 35 años, surgen múltiples y diversas reflexiones.  Es natural.  Las tragedias, esos asaltos fulminantes de la muerte que arrasan con un colectivo desprevenido y desafortunado, nos devuelven a la conciencia el sentido de nuestra fragilidad compartida, especialmente si ese colectivo se trata de tus conciudadanos.

El colapso fatal del edificio donde estaba la popular discoteca Jet Set nos sumergió en una tristeza desorientadora.  Alteró nuestras actividades profesionales y cotidianas.  Por otro lado, esa tristeza que sentimos es específica.  Se trata de nuestra frustración ante la muerte sin sentido.  Los hechos preliminares apuntan a que el menoscabo estructural del edificio era un hecho sabido por los propietarios del local.  Entonces, hay que señalar que, para los empresarios y las autoridades dominicanas, la vida (del otro) no vale nada.

Como muchos dominicanos en la isla y en la diáspora, me dediqué al consumo de las noticias y las imágenes más impactantes que salían en torno a los escombros y después me puse a celebrar un poco la memoria del cantante Rubby Pérez, escuchado sus merengues.

Naturalmente, también me ha asediado las reflexiones retrovisoras.  Algo curioso.  Mirando las imágenes y los videos aleatorios, uno cae en cuenta en una cosa: en lo esencial que todavía son las tarimas musicales y las pistas de baile para los y las dominicanas.  Es enternecedor ver que la relación cuerpo-goce-música-baile no es solo significativo para la muchachada dominicana, que los mayores de 40 y 50 años de diferentes clases sociales aún mantienen la práctica regular de salir a bailar a las discotecas.  En la sociedad dominicana, el deleitarse con la música y el baile es el derecho político más importante. ¿Cómo va uno a desaprovechar la única oportunidad de imponer la voluntad propia o compartir un goce con el prójimo en absoluta sincronía?

Es tan infeccioso el merengue dominicano.  Volviendo a ver las antiguas presentaciones de Rubby Pérez a través de YouTube, se aprecia tantos atributos de ese don dominicano y de sus máximos representantes.  La nitidez del merengue reside en esa perfecta pero efímera síntesis de la dulce melodía y el sabroso ritmo que se componía magistralmente en una voz como la de Rubby Pérez o, también, en esas geniales coreografías o bailecitos con que, por un tiempo, Wilfrido Vargas puso a bailar a toda Latinoamérica.  Como buen merenguero y dominicano al fin, me resulta difícil llevarle la contraria a Wilfrido Vargas cuando dice que el merengue es “la música más alegre y de mejor consumo del mundo hispanoparlante”.

Antropológicamente, las discotecas son espacios interesantes por como allí se producen los espejismos de progreso social y económico que creen disfrutar las y los bailadores.  La lógica discotequera responde a la urgencia de obliterar las inquietudes de la vida social, aprovechando los efectos analgésicos y estimulantes de la descarga acústica o la sensación de armonía mediante la transferencia de energía de cuerpo a cuerpo.  O, como decía quizás el más improbable éxito musical de la historia: “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena.  Que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosa buena.”  La promesa de la vida plena nos impulsa.

En efecto, la gente acude a los centros de diversión buscando postergar o ignorar por completo las más duras exigencias de la vida.  O sea, buscamos olvidar el afán interminable de tener que ganarnos la vida, desgastando nuestros cuerpos en el trabajo, cuyas condiciones empeoran en vez de mejorar.  En el escape de la matriz o la búsqueda del ocio redentor, hacemos muchos cálculos, pero quizás nunca se considera el costo, el riesgo de sucumbir ante cualquier desbarajuste de energía natural o un fatal fallo estructural, o sea, ante cualquier desastre.  La distracción también nos cuesta, porque mientras nos distraemos, otros traman, conspiran, ganan o se hacen el chivo loco ante su responsabilidad social.

Juan Valdez

Académico

Profesor, investigador y autor del libro "En busca de la identidad: la obra de Pedro Henríquez Ureña" (2015, Katatay)

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