Mi amistad con Leopoldo Maler es vieja, pero ha sido de afecto lejano y no de trato continuo. Él, itinerante inalcanzable, y nosotros ausentes. Siempre han sido de gran alegría los breves encuentros que, a través del tiempo, hemos tenido; en ellos lamentamos no habernos reunido con frecuencia.

Cuando mi esposa y yo supimos que pondría a circular su biografía, “Desprendimiento de rutina”, decidimos de inmediato asistir al evento; además, presentaría el libro otro amigo, Alfonso Quiñones. Al llegar, el público presente anunciaba una agradable velada.

El titulo hacia sospechar otra excepcional creación de Leopoldo, a quien los años no le quitan ni genio ni figura. Al ver la carátula no tuve duda de que presentarían un Maler original: en ella el autor abraza su premiada instalación “Homenaje” (una máquina de escribir donde el fuego sustituye al papel).

No hubo decepción. La presentación de Alfonso, como tiene acostumbrado, resultó impecable. La introducción de Leopoldo, amena y cautivadora, ofreció pinceladas del contenido con preciso sentido del humor. Finalizando, entrecruzaron emotivos testimonios de amor él y su hijo David. Una vez más sedujo y quisimos leer de inmediato su biografía. La he terminado en estos días.

Ni soy crítico literario ni voy a debutar como tal; pero si viejo lector, capaz de externar mis opiniones sean estas acertadas o desacertadas. La valoración del libro leído, compartida o privada, es derecho absoluto del lector y, por supuesto, de reflexionar sobre el contenido.

“Desprendimiento de rutina” es adentrarse en la insospechada vida de un artista inusual y de relevancia internacional, cuyo existir es tan único como su obra. Quizás algunos no lo saben, pero gigantescas esculturas de Leopoldo complementan el paisaje de importantes ciudades, incluyendo Madrid y Seúl.

La biografía de Leopoldo Maler

La biografía es tan original e inesperada como quien la escribió. Sorprenden detalles de esa vida que Leopoldo ha tenido la suerte de seguir viviendo; impulsada por una amorosa y destacada familia judía, y bendecida por un dios impreciso.  Pero también, como Machado, haciendo camino al andar, paso a paso… A base de talento, estudio y laburo (como llaman los argentinos al trabajo).

Conocer su itinerancia, amores, amistades- y su relación personal y profesional con las principales figuras de las bellas artes y la literatura del siglo veinte- impiden cerrar el libro.  El argentino – londinense- neoyorquino- parisino-dominicano, echó raíces en la desembocadura del rio Chavón. Allí esculpió en carne viva a un destacado director de cine. Recorrer esa singular existencia provoca admiración, envidia y solidaridad.

Sin duda, es una lectura aleccionadora, entretenida, culta, sorpresiva y, sobre todo, bien escrita y reflexiva. Sin embargo, deja al lector descontento esperando detalles sobre el romance con Sofia; deseando que el próximo libro sea de amores y otras pasiones. Mientras tanto, lo importante es que Leopoldo continue con sus botas puestas, melena y mostacho blanco.

Ahora, paso a tres preguntas provocadas por el libro:

¿Por qué tan solo contamos en el país con dos esculturas de este universal y genial artista? (Ubicadas, con retraimiento, en el lobby de un edificio de oficinas y en un recodo del Museo de Arte Moderno).

¿Cuántas conferencias, cursos, clases magistrales, o asesorías ofrece Maler en nuestro mundo académico y cultural? Tengo entendido que pocas.

Me hice una tercera pregunta: ¿Qué espera la billonaria empresa turística y azucarera que reina en La Romana para convertir la ensenada del rio Chavón-donde reside el inusual creativo bonaerense- en atractivo cultural y turístico ¿

Todo indica que lo hemos desperdiciado. No es raro: andamos escasos de conciencia cultural; recordemos que el debate principal de la última bienal quedo acaparado por una palmera en ciernes. Que no hayamos podido aprovechar toda la excelencia artística del maestro Leopoldo Maler, autor de “Desprendimiento de rutina”, no es sorpresa.

Segundo Imbert Brugal

Médico psiquiatra

Psiquiatra, observador socio- político, opinador. Aficionado a las artes y disciplinas intrascendentes de trascendencia intelectual.

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