Los nuevos tecnocrátas de Sillicon Valley aspiran a la desregulación total de las redes. La ausencia de límites contribuye a sus ganancias a pesar de que propicia el discurso de odio, la desinformación y otros males que socaban la democracia. Esta nueva generación de innovadores no son compromisarios de una sociedad democrática y la desregulación les permite sacar partido en la batalla cultural, el conflicto ideológico que la extrema derecha lleva a cabo contra las corrientes democráticas a escala internacional.
Dentro de esta batalla cultural, el discurso de la extrema derecha lleva a cabo una batalla semántica donde modifica los significados usuales de la cotidianidad y de las ciencias sociales (resignificación) estigmatizando el objeto del discurso, deshumanizádolo para ejercer contra el mismo violencia simbólica como preámbulo a la violencia física y psicológica.
Algunas de las páginas más crueles de la historia, como el holocausto nazi o el genocidio de Ruanda, se iniciaron con procesos de resignificación donde las víctimas fueron cosificadas desde el punto de vista lingüístico antes de ser “despojadas de su humanidad” para justificar el agravio a su integridad.
Por este motivo, resulta preocupante cuando al inmigrante se le resignifica como delincuente, a USAID se le resignifica como organizacion criminal o al límite informativo se le resignifica como censura.
A estos cambios semánticos se agregan lo que el periodista Iker Seisdedos llama “omisiones semánticas”. Constituyen silenciamientos del habla que terminan conformando lo que George Orwell denominó una “neolengua”. (https://elpais.com/internacional/2025-02-13/trump-20-una-presidencia-en-directo-247.html).
Esta neolengua es una especie de nuevo dialecto construido desde la “gramática del poder” y que suprime términos del discurso social que le permiten a segmentos poblacionales socialmente excluidos reconocerse y comprender sus propias experiencias sociales de marginación (injusticia hermenéutica).
De este modo, van desapareciendo de los discursos oficiales y con ello, de las agendas de políticas públicas, términos como diversidad o racismo estructural. Se va dañando lo que el filósofo José Medina llama “la gramática de la escucha” (el conjunto de los principios y criterios que posibilitan el diálogo).
Por tanto, se requiere un activismo epistémico que permita regular las redes sociales y contrarrestar las distorsiones interpretativas, las omisiones semánticas, en fin, las distintas expresiones de la injusticia hermenéutica que desde las instancias de poder socaban los fundamentos mismos de la sociedad democrática.
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