La filosofía de vida de José Rafael Abinader se caracterizó, principalmente, por ser justa, moralizante, realista y opuesta a los vestigios del dogmatismo, la coerción y los esquemas rígidos y decadentes de la cultura universal, así como de malos hábitos, la insolencia y la corrupción. Muy distante de ello, dicha filosofía de vida refleja en toda su esencialidad la frescura tierna del vivir justo, sano y moralizante. Y lo más importante: nunca danzó la melodía fúnebre de los quejidos agónicos de las imaginación temblorosa y enfermiza, ofuscada en los pasadizos más recónditos del templo engañoso y las tragedias enrarecidas, que atormentan la carne con el desaliento y las punzadas permanentes del dolor zahiriente, que, de más en más, oscurecería la razón y deformaría sus representaciones atiborradas de sin sentidos y entumecida por el entendimiento desentendido.

Consciente de eso, el doctor José Rafael Abinader hizo suya, con voluntad enérgica, la filosofía de la buena vida, la cual cultivó y desarrolló a la luz de su práctica moral eficiente y dadora de satisfacción duradera. Por tales motivos, en su conciencia no hubo espacio para la pesadumbre, las malas intenciones, ni el desasosiego.

Dado que José Rafael Abinader logró, no sin ingentes esfuerzos, el dominio de varios saberes (Políticas, Contabilidad, Administración, Economía, Finanzas, Educación y Derecho) pudo elaborar una visión de totalidad sobre el ser y los vaivenes de la vida, así como de constantes cambios y contradicciones que la dinamizan y le dan sentido. Puesto que esa concepción heraclitiana sobre el cambio le pudiese haber servido de inspiración en sus reflexiones sobre el vivir, el doctor Abinader pudo desentrañar los más diversos sentidos del movimiento de la existencia humana.

El gran pensador Lucio Anneo Séneca conceptualiza, con precisión y claridad, el sentimiento de la ira. Por tal razón, llegaría a pensar que la ira es, más o menos, expresión de violencia exacerbada, capaz de estimular impulsos desenfrenados que, probablemente, podrían llevar al sujeto a cometer graves errores, de los cuales, tal vez, pudiese arrepentirse con el paso de los años.

El doctor José Rafael Abinader, quien fuera dueño de sí, aún en medio de circunstancias engorrosa, no se dejó arredrar ni arrastrar por la fuerza irracional de la ira. Al contrario: tuvo la madures necesaria para mantener la serenidad y lucidez mental en todo momento.

En uno de los diálogos de Platón titulado ‘Carmides o de la templanza’, Sócrates responde a Critas con palabras, no menos importantes, sobre lo que habría de pensar en su fuero interno:

“(…) sólo el sabio se conocerá a sí mismo y estará en posición de juzgar de lo que sabe. En igual forma, sólo el sabio es capaz de reconocer, respecto a los demás, lo que cada uno sabe creyendo saberlo, como igualmente lo que cada uno cree saber, no sabiéndolo. Ningún otro puede hacer otro tanto. En una palabra, ser sabio, la sabiduría, el conocimiento de sí mismo, todo se reduce a saber lo que se sabe y lo que no se sabe…”

Lo comentado por Sócrate es así. Ni más ni menos, en tanto cuanto revela la esencia medular de lo que es en sí y para sí un auténtico sabio. Bajo ningún concepto y punto de mira, José Rafael Abinader, siquiera por asomo, supuso lo contrario. La razón: fue un ser pensante con libertad de elección, que escuchó pacientemente el llamado de la sabiduría y la voz de la moral. Lo hizo, no sin asombro y siempre atento a los dictámenes de su conciencia.

En la década de los ochenta tuve el privilegio de escuchar al doctor José Rafael Abinader, primeramente, en un lugar, no muy lejano, del histórico local conocido como Zona P, el cual estaba ubicado casi al final de la C/ Seis Norte, del Ensanche Capotillo. En otra ocasión, pude compartir con él, junto a otras personas, en un encuentro político realizado en una fincha de su propiedad, en Santiago de los Caballeros.

En ese acogedor lugar, el doctor Abinader pronunció sabias palabras sobre la realidad nacional de aquel entonces. Todos los allí presentes prestamos solemne atención a lo que él decía. En esa histórica y memorable actividad, organizada por el Partido Alianza Social Demócrata (ASD), el doctor Abinader me regaló una obra de su autoría: ‘Ideas económicas y sociales’. La misma (firmada de su puño y letra) leí y releí con sumo cuidado.

A partir de ése significativo momento, quedaría más que convencido de que el doctor José Rafael Abinader era demócrata a carta cabal y que, gracia a su constante relámpago de lucidez mental, criticó duramente la corrupción administrativa y desarrolló, con asombrosa claridad conceptual, una práctica política y moral, sabiamente combinada con su certera filosofía de vida, la cual, sin duda alguna, serviría de referente, tanto a la presente como futuras generaciones.

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