José Rafael Abinader, padre del actual presidente de la República Dominicana, Luis Rodolfo Abinader Corona, fue un hombre de corazón noble y auténticos valores morales, que, entre otras cosas, le permitieron orientar sus actitudes conductuales por los senderos correctos de una moral práctica y ejemplar filosofía de vida, que además de limpia y transparente fuese impecable y completamente opuesta a los desafueros perniciosos de la corrupción administrativa, la cual habría de rechazar con firmeza inquebrantable. De ahí que hiciese varias afirmaciones inolvidables como memorables en una interesante e histórica conferencia que dictó en la prestigiosa Universidad de Harvard:

1- “En su sentido social y legal, la corrupción es la acción humanan que viola las normas legales y los principios de la ética”.

2- “(…) La corrupción administrativa sería entonces el concepto genérico de los delitos que se comenten en el ejercicio de un cargo público”.

3- “La corrupción administrativa pone en peligro la seguridad ciudadana y atenta contra la salud de la nación y naturalmente afecta a la propia seguridad nacional”.

4- “Estoy inscrito definitivamente en el grupo que considera a la corrupción como perniciosa y elemente desintegrante de la sociedad.

Esas y otras declaraciones suyas sobre el grave flagelo de la corrupción tuvieron razón de ser, más o menos, en su sólida y profunda concepción ética, arraigada en su moral teórico-práctica. Habría de ser así y no de otro modo, porque José Rafael Abinader estuvo convencido de que la política mantiene estrechas relaciones con la ética y la moral. De ahí que sea bien supremo no sólo de las artes, sino de las ciencias.

En el descurso de su fructífera carrera, el doctor José Rafael Abinader llegaría a ocupar importantes cargos públicos. Verbigracia: viceministro de Finanzas, secretario de Finanzas; senador por la provincia de Santiago; Contralor General de la República, Cónsul, Director General de Presupuesto, vicerrector administrativo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); fundador y rector de la Universidad Dominicana O & M.

Cada uno de esos cargos lo desempeñó con eficiencia, pulcritud y honestidad. Estuvo al frente de ellos, siempre guiado por la reciedumbre de su fuerte convicciones éticas y morales. Las mismas les proporcionaron el coraje necesario para rechazar la corrupción y los caprichos desvaídos que habrían de conducir la razón por derroteros fútiles.

José Rafael Abinader, justo sería decirlo, no comulgó con lo mal hecho y, en cambio, prefirió forjar una filosofía de vida propia, genuina y enaltecedora de los mejores valores humanos, la cual tuviese articulada, por tanto, con los preceptos fundamentales de la moral práctica, de modo tal, que le permitiese desarrollar, con certitud, los presupuestos teóricos-prácticos de la política y demás ámbito del saber.

El escritor y periodista Lipe Collado, quien falleciera hace algunos años, declararía sobre el doctor José Rafael Abinader lo siguiente:

“Sin proponérselo, quizás, mi antiguo profesor de economía, doctor Rafael Abinader al dictar esta charla en Harvard sobre la corrupción administrativa, diagnosticó con precisión de buen cubero los síntomas inequívocos de un Sida Económico en el gobierno; que habría de contagiar al cuerpo social dominicano y habría de imponer la Cultura de Corrupción con su inequívoca sintomatología, fácilmente perceptible”.

De su lado, Manuel Mora Serrano, Premio Nacional de Literatura 2021, sobre el doctor Rafael Abinader habría dicho, con propiedad incuestionable, estas valiosas palabras:

“El doctor José Rafael Abinader es un demócrata convicto y confeso; de una praxis militante real, y es, sin duda alguna, una de las reservas morales del País (…)”.

Eso, ciertamente, es así y no de otro modo, ya que José Rafael Abinader fue amante genuino del régimen democrático, el cual reflejaría en su filosofía de vida justa, auténtica y admirable. Por eso, justamente, rechazó el autoritarismo, los sofismas, la falta de libertad y malas intenciones de los sujetos obsesionados con el poder y los estragos nefastos que su ejercicio irracional entraña.