El liderazgo constituye una fuerza esencial que determina significativamente el clima organizacional, el bienestar emocional de los colaboradores y, en última instancia, el desempeño global de la institución. En este contexto, resulta imprescindible analizar y reflexionar sobre los efectos diferenciados que generan dos estilos contrastantes: el liderazgo tóxico y el liderazgo empoderador. Esto lo hago desde mi formación académica, mi experiencia tanto en el sector privado como ahora en el público y desde los roles de dirigir y ser “dirigida”.
Los jefes tóxicos suelen ejercer su liderazgo desde una perspectiva basada en la inseguridad personal, la imposición autoritaria y el temor constante a perder control y relevancia dentro de la organización. Estos “líderes” tienden a manifestar comportamientos sutilmente dañinos, como la desestimación sistemática de iniciativas, la falta de reconocimiento al esfuerzo, la retroalimentación negativa permanente, incluso sobre errores imaginarios, la falta de visibilidad que dan a los que tienen talento así como el no proveerles herramientas para hacer su trabajo. Tal actitud genera en los colaboradores una profunda desmotivación, afectando no solo su rendimiento profesional, sino también su equilibrio emocional y tal vez su autoestima. Este proceso se conoce en la literatura especializada como "despido silencioso" o "quiet firing", una situación en la que el colaborador es indirectamente forzado a abandonar emocional o físicamente su posición laboral, debilitando progresivamente la estructura interna del equipo ya que lo obligan a tener que buscar otras opciones de trabajo y renunciar.
En contraste, el liderazgo empoderador se caracteriza por promover una cultura organizacional orientada hacia el desarrollo integral del individuo. Estos líderes (los verdaderos), identifican, potencian y valoran el talento humano, fomentando la autonomía, la innovación y la creatividad dentro del equipo. A través de una comunicación abierta y efectiva, proporcionan retroalimentación constructiva y reconocen abiertamente los logros alcanzados, estimulando así un ambiente basado en la confianza y el respeto mutuo. Este enfoque empoderador genera en los colaboradores un fuerte sentido de pertenencia y motivación intrínseca, facilitando el crecimiento personal y profesional, además de elevar considerablemente la productividad organizacional.
Desde una perspectiva reflexiva y académica, es crucial que las organizaciones reconozcan y evalúen continuamente el impacto que estos estilos de liderazgo ejercen sobre sus miembros y procesos internos. El liderazgo tóxico (el del jefe) no solo limita la capacidad de los individuos, sino que también disminuye la eficiencia organizacional y genera un clima laboral adverso y poco sostenible. Por otro lado, el liderazgo empoderador impulsa la excelencia, mejora la cohesión del equipo y fortalece la resiliencia organizacional frente a desafíos internos y externos.
Las organizaciones modernas deben asumir un compromiso consciente y estratégico hacia la promoción y fortalecimiento del liderazgo empoderador, reconociendo su capacidad para cultivar un entorno laboral saludable, inclusivo y orientado hacia la excelencia continua. Este compromiso implica también identificar y mitigar las prácticas asociadas al liderazgo tóxico, pues su persistencia supone un grave obstáculo para el desarrollo sostenible y el bienestar integral de las personas dentro de cualquier organización. Así, un liderazgo responsable es una obligación ética y humana indispensable para el crecimiento auténtico y sostenido de cualquier institución.
En muchas organizaciones, el talento no se va… se le empuja a irse. Y lo más grave, muchas veces, sin que nadie lo note o le haga caso hasta que ya es tarde. Y tú, ¿eres un jefe que teme al brillo de los demás y les apagas el alma, o eres un líder que empodera, reconoce y hace crecer a los demás?
Los jefes destruyen, los líderes construyen.
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