La meta de la izquierda en República Dominicana nunca ha sido obtener un “nombramiento’ en el gobierno. Desde su nacimiento estuvo conformada por un segmento de la elite de la intelectualidad, consagrados dirigentes sindicales y una pequeña burguesía formada en el estudio de las ideas revolucionarias. Todos estos grupos, que tenían las posibilidades de trabajar en entidades estatales, evitaron ingresar a la nómina pública, con excepción de las propuestas venenosas de la dictadura trujillista.
Incluso en los doce años de los gobiernos (1966-1978) sangrientos presididos por el doctor Joaquín Balaguer, discípulo aventajado de la dictadura de Trujillo, la generalidad de los revolucionarios rechazó los ofrecimientos para ocupar cargos públicos. Sin embargo, un sector minoritario aceptó colaborar con el gobierno, por entender que las leyes agrarias de 1972 eran beneficiosas para los trabajadores del campo y para frenar la injusta tenencia de tierra.
Históricamente, la izquierda ha mantenido sus reservas respecto a la democracia representativa, su gobierno y, especialmente, las elecciones nacionales y locales. Formada en términos ideológicos y políticos para emplear la violencia revolucionaria en la toma del poder político, sin considerar las circunstancias “objetivas y subjetivas” de la realidad, y subestimando la vía pacífica para avanzar y llegar a gobernar. Se ha hecho muy difícil asimilar el cambio de táctica coyuntural y someterse al trabajo arduo, consciente y organizado en materia electoral.
Con el ascenso, en el 1978, a la presidencia de la República de don Antonio Guzmán Fernández y el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y la derrota electoral del doctor Joaquín Balaguer, se inició una nueva época política que permitió, una vez más, abrir la puerta a la democracia representativa. Un nuevo espacio desconocido por la izquierda y que no pudo aprovechar, como hasta ahora, para fortalecer sus instituciones, vincularse con la población y estimular avanzar la revolución.
En lo que queda de la izquierda tradicional, después de recibir demoledores ataques, persisten los resquemores y distorsiones sobre la democracia representativa y un sector ha optado por echar mano de los cargos públicos en franca competencia con las bisagras políticas de partidos y movimientos de la derecha. Algo insólito e inaceptable. Ante la ausencia de un Proyecto de Nación que se corresponda con la etapa histórica de la sociedad, surgen las ansias desmedidas de una pequeña burguesía que no pierde tiempo en procurar, muy bien disimulado, su ascenso político, económico y social.
No lograron entender la victoria electoral de don Antonio y el PRD frente a Balaguer y el PRSC. La burguesía liberal, corrupta y dependiente, llegó al poder con una algarabía de libertades y respeto a los derechos humanos que una parte considerable de los principales dirigentes y militantes fueron absorbidos por el PRD y el gobierno perredeísta. Su fidelidad y amor desbordados por “el buey que más jala” son transferidos, en la división del PRD, al PRM de Hipólito y Abinader. Y aquí es verdad que dejaron ver el refajo a legua.
Involucrarse en regímenes ineficientes, corruptos y dependientes no es el comportamiento apropiado de los revolucionarios. Es un ejemplo equivocado que altera su naturaleza en la etapa democrática y, por ende, compromete responsabilidades de imagen y credibilidad ante la población y los trabajadores. Denunciar las irregularidades y formar parte de la administración estatal es una “doble moral” que nadie se la traga como si nada. Un asunto es el “compromiso partidario” y otra, muy diferente, cuando un profesional e intelectual es contratado por sus servicios profesionales. Urge de inmediato adecentar el ejercicio de la actividad política para evitar que sea demasiado tarde.
Es adecuado involucrarse en la democracia durante la etapa democrática, rechazando la dictadura. En ese trayecto histórico es indiscutible pactar y alcanzar acuerdos con otras fuerzas políticas cuando se ponen en juego los destinos de la nación. El camino a seguir radica en comenzar el proceso de creación de un instrumento político y electoral, amplio y diverso, para avanzar con autonomía e identidad propia a otros contextos favorables y dar el gran salto hacia una nueva sociedad.
En la competencia de corrupción, dentro del capitalismo, la izquierda lleva la peor parte por la sencilla razón de que nunca se ha vendido como corrupta; es una especialidad de la derecha. En estos tiempos de “desintegración moral”, hay que conservar la apariencia y el fondo. A los revolucionarios no les luce “hacer política por un empleo”. Le queda feo y deprimente ese papel en la democracia. Todavía hay tiempo para rechazar ese personaje en la obra mentada.
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