La migración se ha convertido en el movimiento poblacional más dinámico y desafiante a nivel mundial, un movimiento que demanda soluciones siempre nuevas de amplio sentido y racionalidad humana. Nunca los desafíos y flujos migratorios, en este mundo global, habían sido tan continuos ni habían mostrado tal tenacidad. El migrante se entrega, sin arredrarse, a todo tipo de obstáculos y peligros como el hambre, desiertos y selvas, muros y vallas que muestran a la vista objetos disuasorios lacerantes, un mar encrespado, frágiles embarcaciones, trenes de la muerte…
Los gobiernos actuales, por más que lo han intentado no han podido ni, seguramente, lograrán frenarlo. La política colonizadora llevada a cabo por los países más “exitosos” en esta actividad, no lograron prever que dicha práctica les pasaría factura algún día.
¿Pero quiénes son los inmigrantes de primera generación? Se denominan como tal las personas que nacieron en un país distinto a aquel en el que fijaron su lugar de residencia permanente, adquiriendo, en muchos casos, la ciudadanía de este último. Se consideran segunda generación a los hijos de todos aquellos que emigraron hacia un país extranjero. Estos llegaron a su nuevo destino, que con el tiempo considerarán su propia patria, por lo general a corta edad o bien nacerán en ella, viviendo en carne propia las vicisitudes del cambio y el período de adaptación de sus padres. Los niños y los jóvenes aprenden con facilidad el nuevo idioma y se integran a las demandas culturales del país de recepción con mejor suerte que sus progenitores y al mismo tiempo desarrollan estrategias que les permite ser más críticos ante diferentes tipos de discriminación, que sus padres toleraron de manera pasiva.
Esta segunda generación de inmigrantes no es tratada de igual forma según los diversos países en los que se establecen sus familias. En Japón, por ejemplo, un hijo de coreanos nunca llegará a ser considerado japonés. En Francia o en España, sin embargo, serán considerados franceses o españoles, como cualquier otro ciudadano, si han nacido en el país, proceda de donde proceda la primera generación. En los Estados Unidos los hijos de migrantes pueden sobrepasar con facilidad a sus padres a nivel educativo, cultural y económico y desempeñar trabajos más cualificados que ellos.
En nuestro país los hijos de inmigrantes legales pueden tener un desarrollo igual e incluso superior a los propios nacionales. Sin embargo, los niños que proceden de padres ilegales, como suele ser el caso de la inmigración haitiana, enfrentan situaciones tan difíciles que apenas sobreviven. Los hijos de personas con estatus de ilegalidad, que proceden del país vecino, son cada día más numerosos y ellos no son en ningún caso ni conscientes ni culpables de los problemas por los que muchos les condenan. La única realidad es que existe una situación de pobreza extrema que obliga a sus progenitores a tomar decisiones radicales y emigrar hacia Nonuestro país para sobrevivir. La oportunidad de obtener un puesto de trabajo ofrecido por el sector agrícola y la construcción contribuye a incrementar el flujo de gente al margen de un protocolo que el gobierno debería imponer con rigurosidad y que fuera de obligado cumplimiento para los empleadores.
Ésta ha de ser, en mi opinión, un preocupación seria y prioritaria para nuestro Gobierno, igual que debería preocuparse por establecer un protocolo y un trato riguroso y profesional ante el enorme número de niños que nacen diariamente de madres haitianas. Estos bebés que llegaran a ser adultos y muchos ya lo son, no están recibiendo los medios ni un adecuado manejo de opciones que permitan evitar una problemática social que puede con el tiempo sobrevenir.
En Europa y también en Estados Unidos, se han dado casos de hijos de primeros inmigrantes, que animados por un sentimiento de decepción y rebeldía, se han enrolado en grupos armados o han participado en actos terroristas en el mismo país que los acogió. Jóvenes que por diversos motivos se fueron sintiendo excluidos de un lugar que alguna vez creyeron propio y que finalmente consideran que les dio la espalda. Como a ellos, este problema puede llegar a afectarnos y no se está viendo en su dimensión real. Y es que no sólo es decir, llenos de falso orgullo, que somos dos países diferentes, con lenguas, cultura y religión diferentes. Hay más, mucho más que las diferencias y no estamos abordando este asunto con la importancia que amerita ni en su verdadera dimensión histórica. Cuando las autoridades deportan a padres ilegales haitianos y con ellos a su prole nacida en el país, algunos de estos menores han sido ya alfabetizados y educados entre nosotros y no están deportando a un nacional haitiano. Ese niño o esa niña, habla y se comporta como un dominicano auténtico, porque está viviendo y se ha formado en buena parte como tal.
Ahora nuestro Gobierno anuncia a bombo y platillo que cobrará los servicios hospitalarios a todos los inmigrantes ilegales, especialmente a las parturientas haitianas que acuden diariamente a los hospitales del país. Esta medida lleva implícita una enorme hipocresía. No solo es grandilocuente y efectista, sino que además contiene una enorme carga política que trata de acallar y silenciar otro problema diferente que han creado funcionarios y amigos del actual partido de Gobierno. Pero lo cierto es que el problema de la inmigración haitiana jamás ha sido tratado con criterios estrictamente profesionales y humanos por ningunos de los anteriores ejecutivos. Todos y cada uno de ellos han sido culpables de escenificar idéntica falta de interés por afrontarlo e intentar darle una solución auténtica. Se dan gritos, se hace mucho ruido y nos rasgamos las vestiduras cuando un haitiano hace una tropelía como conducir su vehículo de trabajo, un triciclo repleto de cocos o frutas, en dirección contraria o cuando a causa de su incultura comete un acto público inmoral como defecar a la vista de todos o lavarse los pies sobre las mercancías que vende, pero no reparamos en el origen de esos gestos que para algunos de ellos pueden ser cotidianos. Miramos y juzgamos como siempre otra cultura como inferior a la nuestra sin analizar nada más.
Solo cuando seamos capaces de enfocar y analizar el problema haitiano con otros ojos y más allá del dinero que les aportamos en medicina y educación, cuando entendamos que la situación laboral que tanto molesta a algunos es sostenida desde siempre por las clases altas haitianas tanto como por las nuestras, cuando logremos comprender que todos los Gobiernos dominicanos llevan años y años lavándose las manos, mientras las naciones del mundo nos miran de reojo desde lejos sin hacer nada, porque esta compleja problemática no la consideran propia, no avanzaremos en la búsqueda de auténticas soluciones que logren hacer de ambos pueblos un lugar de entendimiento.
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