A finales de la década de 1980, cuando ya empezaba a percibirse el desenfreno que caracterizaría al siglo XXI, el destacado pensador y filosofo del derecho, Norberto Bobbio, reaccionó con su ‘Elogio a la templanza’, como un llamado de atención sobre la amenaza de los excesos y su perjudicial impacto en la política.
El Diccionario de la Real Academia Española define la templanza como moderación, sobriedad y continencia, mientras que para el cristianismo constituye una de las cuatro virtudes cardinales, que consiste en moderar los apetitos y el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón.
Para el referido maestro y pensador político la templanza es una virtud que sustenta la supervivencia misma de la democracia, mucho más en la era de los excesos en que vivimos, dejando claro que la templanza no debe confundirse con tibieza, ya que es una forma de dominio de los límites.
Fiel al pensamiento de Aristóteles y Tomás de Aquino, Bobbio considera la idea de virtud como una justa medida entre extremos. Sin embargo, avanza con esta noción hacia la modernidad pluralista. Para él se debe reconocer la pluralidad de perspectivas y contener la tentación de absolutizar la propia, dejando claro que la templanza exige autocontrol individual y autolimitación institucional, evitando que la pasión política se transforme en fanatismo.
Refiriéndose a la relación entre ética y política, el autor plantea que “el problema de las relaciones entre ética y política es más grave porque la experiencia histórica ha mostrado, al menos desde la antítesis que opuso a Antígona y Creonte, y el sentido común parece haber aceptado, pacíficamente, que el hombre político puede comportarse de un modo diferente de la moral común”.
Más adelante se pregunta: “Es sometible la acción política al juicio moral? De inmediato la interrogante queda respondida de la siguiente manera: “A diferencia de los otros ámbitos de la conducta humana, en la esfera de la política el problema que se ha planteado tradicionalmente no se refiere tanto a cuáles son las acciones moralmente lícitas y cuales ilícitas, sino si tiene algún sentido plantearse el problema de la licitud o ilicitud moral de las acciones políticas”.
A propósito de esto, Bobbio sostiene que la democracia descansa sobre el principio de falibilidad, por lo que ninguna persona, partido o iglesia posee la verdad definitiva. Por tal razón, la templanza opera como un antídoto contra el dogmatismo, obligando a revisar argumentos, a sospechar de las certezas irrebatibles y a abrir espacios de deliberación, de lo que se deriva su crítica a las vanguardias revolucionarias que claman monopolizar el sentido de la historia, lo mismo que los tecnócratas que reducen la política a cálculo, lo que cancela, en consecuencia, la templanza.
La templanza, sostiene el jurista turinés, abraza los tiempos lentos de la persuasión y el compromiso. Su coste es la frustración de los impacientes; su ganancia, la durabilidad del consenso. Para Bobbio, una democracia que olvida esa ganancia está condenada a alternar parálisis y estallidos.
Nunca como ahora, en tiempos de la posverdad, la crisis climática, la desigualdad y el populismo digital, la templanza bobbiana fue tan necesaria para proteger la democracia de la impaciencia y la furia.
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