En su obra Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo, Lenin plantea una advertencia que continúa resonando con fuerza:

“Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase”.

Este pasaje sintetiza uno de los principios centrales del pensamiento marxista: la necesidad de desenmascarar las ideologías que encubren las verdaderas estructuras de poder. Para Lenin, como para Marx, la política no puede entenderse desde la apariencia, sino desde los intereses de clase que subyacen a todo discurso, institución o promesa.

En este artículo se propone una reflexión sobre el papel de la conciencia crítica en la transformación social, a partir de la lectura de Lenin, y se argumenta que identificar las fuerzas sociales capaces de destruir lo viejo y construir lo nuevo es una tarea urgente para cualquier proyecto emancipador.

  1. La ideología como instrumento de dominación

Lenin denuncia que la mayoría de las personas son víctimas de discursos que aparentan neutralidad o moralidad, cuando en realidad responden a intereses muy concretos. Las frases políticas, las promesas de progreso o las declaraciones morales no son inocentes: están cargadas de ideología. En el pensamiento marxista, la ideología es una forma de dominación simbólica, un conjunto de ideas que legitima el poder de una clase sobre otra, haciéndolo parecer natural, inevitable o justo.

Por eso, quienes luchan por reformas sociales suelen ser engañados si no identifican los verdaderos mecanismos que sostienen el orden establecido. No basta con pedir mejoras; es necesario entender por qué las cosas son como son, quién se beneficia de que sigan así, y quién tiene el poder real para impedir o permitir el cambio.

  1. El poder de las clases dominantes

Lenin advierte que ninguna institución, por retrógrada o decadente que parezca, se mantiene por azar. Toda estructura, ya sea el Estado, la Iglesia, la propiedad privada o el sistema educativo, está sostenida materialmente por clases que tienen interés en su continuidad. Esta es una crítica directa al reformismo ingenuo: pensar que basta con “corregir” el sistema sin alterar la base de poder es desconocer cómo funciona realmente el dominio de clase.

Las clases dominantes no ceden poder voluntariamente. Históricamente, lo viejo se ha mantenido no solo por la fuerza represiva, sino también por la capacidad de moldear la conciencia social: hacer creer que no hay alternativa, que el cambio es peligroso o que todo intento de transformación radical es utópico.

  1. ¿Dónde están las fuerzas del cambio?

Frente a este escenario, Lenin plantea un camino claro: buscar dentro de la sociedad las fuerzas capaces de transformar el orden existente. No se trata de esperar a un líder mesiánico ni de confiar en promesas institucionales vacías. Se trata de identificar, en las condiciones materiales del presente, a los sujetos sociales que por su situación objetiva tienen interés y necesidad de un nuevo orden.

Para el marxismo clásico, esa fuerza es la clase trabajadora, pero en el siglo XXI este sujeto puede (y debe) ampliarse: trabajadores precarizados, movimientos feministas, luchas indígenas, juventudes organizadas, movimientos ambientalistas y muchas otras formas de resistencia popular. Todos ellos son parte de las fuerzas vivas que no solo sufren el sistema, sino que tienen potencial para construir otro.

  1. Educación política y conciencia de clase

El último componente clave en el análisis de Lenin es el papel de la educación política. No basta con tener el potencial objetivo para el cambio; es necesario desarrollar la conciencia crítica, es decir, la capacidad de entender el mundo desde la lógica de las clases y no desde la ideología dominante. Educar políticamente es despertar esa conciencia, generar organización, y construir poder colectivo.

Esto implica un doble desafío: desenmascarar las falsas promesas del poder y al mismo tiempo fortalecer las capacidades organizativas, discursivas y estratégicas de los sectores populares. Sin esa educación crítica, las fuerzas del cambio pueden quedar dispersas, fragmentadas o incluso cooptadas por el mismo sistema que intentan enfrentar.

Reflexión final

Lenin nos recuerda que las transformaciones profundas no nacen de la buena voluntad de los poderosos, sino de la organización consciente de las clases oprimidas. Mientras no aprendamos a ver más allá del discurso, seguiremos siendo víctimas del engaño. Hoy, en un mundo atravesado por crisis ecológicas, desigualdades extremas y nuevas formas de control, su llamado sigue vigente: hay que identificar a quienes pueden y deben cambiar el mundo, y trabajar colectivamente para crear lo nuevo.

Julio Disla

Estudió Comunicación Social en Universidad de La Habana, con un posgrado sobre Prensa Internacional en el Instituto Internacional José Martí, en Cuba. También estudió Pedagogía Mención Ciencias Sociales en el Centro Regional Universitario del Noroeste (CURNO), extensión de la UASD. Laboró como periodista en el Nuevo Diario, El Hoy y El Nacional de Ahora. También para los noticieros radia Noti tiempo, Radio Comercial, Acción Informativa, Radio Acción, Santiago y Disco 106, en la capital. Fue director de prensa de la Agrupación Médica del Seguro Social. Ha escrito varios libros; entre ellos De Pueblos y Héroes, Onelio Espaillat, ejemplo de firmeza y Agenda de la Libertad. Reside en Estados Unidos.

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