
¿Un desnudo pintado en España en el siglo XVII? Cómo es posible, diría uno, cuando todavía casi dos siglos después Francisco de Goya fue citado por el Tribunal de la Inquisición por atreverse a pintar La Maja desnuda. La representación de la desnudez femenina en arte no religioso era censurada durante siglos en la España católica. Tal vez por eso La Venus del espejo, una de las obras más enigmáticas y controvertidas de Diego Velázquez, no tiene firma de su autor. Este desnudo con curvas tan sensuales encaja muy poco con la mayoría de sus creaciones, protagonizadas por reyes, infantas, nobles y enanos con cuerpos rígidos, ocultos bajo trajes semejantes a corazas. ¿Quién se esconde tras los rasgos indefinidos reflejados en el espejo? ¿Para quién realizó tan "intrépido" encargo? Ni siquiera sabemos la fecha exacta de su realización. Es más, la obra se mantuvo prácticamente en secreto a lo largo de más de dos siglos y en 1906 fue expuesta públicamente por primera vez causando una gran sensación.
Sí no fuera por Cupido, que en vez de sus típicos arco y flecha sostiene el espejo, sería difícil adivinar que se trata de Venus, la diosa romana del amor y la belleza. Velázquez la representa de manera totalmente inusual, con cabello oscuro, sin nada que tape, aunque sea parcialmente, su desnudez, recostada de espaldas en una cama. No hay paisaje, ni decorados, sólo una pared gris y una cortina roja. Las curvas, presentes tanto en las telas como en el cuerpo de la diosa, crean una atmósfera llena de sensualidad. El efecto de profundidad se consigue a través de capas de color aplicadas con unas pinceladas excepcionalmente sueltas y el espejo que juega un papel crucial en la composición. Así Velázquez trasciende lo plano del lienzo y lo dota de un aspecto casi tridimensional. Un recurso que anticipa su obra maestra, Las Meninas, en la que el reflejo de los reyes en el espejo colocado en la parde del fondo parece introducir al espectador en la habitación.

El rostro de Venus es borroso e impreciso y resulta contradictorio, puesto que la belleza de la diosa no se distingue bien. Es el esbozo de un rostro que ni siquiera podemos calificar de hermoso. Podría ser un indicio de que en realidad Venus no está interesada en sí misma, ciertamente, la inclinación del espejo insinúa que está observando a quien la mira. O quizás Velázquez quería asegurarse de que Venus, la personificación de la belleza femenina, no fuera una persona identificable y debemos completar sus rasgos con la imaginación. El resultado de esta combinación de mitología y cotidianidad, según la prensa inglesa en 1906, es una figura femenina "maravillosamente grácil, absolutamente natural y absolutamente pura (…) No es Afrodita sino más bien la feminidad en el momento en que pasa del capullo a la flor". Esta indefinición hace que el cuadro se preste a múltiples interpretaciones, desde la apología de la belleza y la sensualidad hasta una reflexión sobre el deseo, o incluso una crítica de la vanidad.

No se sabe con certeza quién fue la modelo del cuadro. Para algunos podría haber sido la pintora Flaminia Triunfi que Velázquez conoció durante una de las visitas a Italia, para otros es una figura idealizada más que una mujer real.
La obra cambió de dueño varias veces. Después de su primera mención en el inventario del pintor Domingo Guerra Coronel bajo el nombre de “Mujer desnuda” fue adquirida en 1652 por el séptimo Marqués de Carpio Gaspar de Haro y Guzmán. En 1688 el cuadro pasó a ser propiedad de la Casa de Alba. En 1802, por la insistencia de Carlos IV fue vendida a su favorito, el primer ministro Manuel Godoy, para que formara parte de su colección de pinturas "impúdicas" acompañando las célebres Maja desnuda y Maja vestida de Goya. En 1813, durante la Guerra de la Independencia, las autoridades de la ocupación francesa vendieron varias obras, entre ellas La Venus del espejo, a un marchante inglés. Ya en Inglaterra fue adquirida por el coleccionista John Morritt y a partir de 1906 entró en la colección de la National Gallery de Londres, donde se encuentra actualmente.
El 10 de marzo de 1914, Mary Richardson, una sufragista militante británica de origen canadiense, atacó La Venus del espejo con un hacha de carnicero rompiendo el cristal protector y dejando siete cortes en el área de la espalda y las caderas. Así expresó su protesta contra el arresto de la compañera del movimiento Emmeline Pankhurst el día anterior.
Fue sentenciada a seis meses de prisión, pena máxima por la destrucción de una obra de arte. En una declaración que hizo poco después, Richardson explicó la razón de su ataque: “He intentado destruir la pintura de la más bella mujer en la historia de la mitología como una protesta contra el Gobierno por destruir a la Sra. Pankhurst, quien es la persona más hermosa de la historia moderna.” Años más tarde, en una entrevista del 1952, añadió que además “no le gustaba la manera en que los visitantes masculinos la miraban boquiabiertos todo el día.”
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Richardson (con traje claro) sale de la sala del tribunal después de la sentencia de seis meses de prisión
Afortunadamente, los daños pudieron ser reparados, aunque todavía hoy día son visibles las “cicatrices” en forma de finas líneas de tonalidad ligeramente diferente a los colores originales.
Ciento nueve años después, el 6 de noviembre de 2023, la pintura fue atacada de nuevo, a martillazos en esta ocasión, por dos activistas de la organización Just Stop Oil para exigir el fin de las nuevas licencias de petróleo y gas en el Reino Unido. Por suerte, sólo dañaron el cristal protector y un mes después la obra volvió a su sitio habitual.
Y allí sigue, atrayendo miles de miradas todos los días, inspirando infinidad de artistas, como si el tiempo no pasara por ella. Porque mientras el mundo saturado de imágenes cambia aceleradamente, Venus permanece serena, un eco del tiempo, un suspiro detenido en la eternidad de su espejo recordándonos que la verdadera belleza no necesita explicación.
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