En el año 2013, en la entrevista realizada por Nayibe Tavarez Abel, Raúl Pérez Peña -Bacho-, estudiante de Ingeniería civil tal como identifica su tarjeta de presentación, señaló que en la Universidad “antes de matar a Trujillo, nadie lo desafiaba abiertamente” y que, por ende, “había poca actividad subversiva” aunque afirmó haber visto frases antitrujillistas “en los baños de los recintos, facultades y planteles escolares”. Según narra, durante la dictadura todo “era muy duro; habían mucho “calieses”. Recordó el nombre de un calié, “Valentín Meriño, así se llamaba”. Nos cuenta que los calieses, por lo regular, eran “bedeles”. Entonces, nos dice “uno tenía que actuar muy discretamente. Un día yo le dije a un amigo mío: “¿Y tú eres trujillista?”, el tigre dijo: “¿Yo?” Coño… No volví tampoco mencionárselo, porque el tipo se asustó demasiado. Pero no era porque yo tenía miedo, sino porque fue muy fuerte…”.
Años después, Bacho reiteró su testimonio en un escrito que buscaba rememorar su paso por la Universidad: “Ingresar a la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la Universidad de Santo Domingo entre 1959 o 1960 abría una creciente expectativa para un estudiante de provincia o capitalino, aún estuviera poco enterado sobre el acontecer nacional”. Agrega que “procedentes de liceos públicos o colegios privados, los nuevos estudiantes universitarios debían mantenerse atentos y con extrema prudencia al tocar ciertos temas, para evitar la delación como conspirador antitrujillista por un “calié” o simple chivato, de los destacados en el recinto con alguna función como la de “bedel” (para el registro por aula)”.
No obstante, en la referida entrevista con Nayibita, solía llamarle a la socióloga y politóloga Nayibe Tavárez Abel, Bacho subrayó algunos cambios que se fueron produciendo cuando “empezaron a acentuarse las cosas desde que descubren el movimiento. Uno se entera: “Coño, se llevaron a fulano; se llevaron a Sutano; se llevaron al otro… No preguntes”. Ya uno ahí sí sabía que Trujillo no era unánime”. En ese sentido, se resalta el testimonio de otro importante fragüero, Cayetano Rodríguez del Prado, quien nos cuenta en su libro “Notas autobiográficas: recuerdos de la legión olvidada que “La gran mayoría de los hombres del MPD que se atrevieron a luchar de frente contra Trujillo, fueron asesinados tras crueles torturas en La Cuarenta, en la Policía, en La Victoria y en la Isla Beata. Solo un puñado pudo salir con vida de los centros de tortura de Trujillo, entre ellos Máximo López Molina, Andrés Ramos Peguero, Ernesto López Molina, Rafael Rivera (Riverita), César Rojas, José Ramírez Ferreira (Condesito), Eligio Mella y Cayetano Rodríguez del Prado, los dos últimos de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la UASD”.
Por el valor y la importancia de su testimonio, reproducimos aquí la experiencia que vivió Rodríguez del Prado, estudiante universitario, al entrar en La 40:
“Aquel día observé un espectáculo estremecedor. Al llegar al patio de La Cuarenta el doctor Clarence Charles Dunlop, oficial del ejército e integrante del grupo de los médicos que atendía a los prisioneros, uno de los caliés señaló en dirección al pabellón donde estaba mi celda, hablaron algo que yo no pude escuchar, pero a los pocos segundos el calié se acercó a la puerta escoltando a un prisionero de unos treinta y pico de años, de color blanco, mediana estatura y contextura ni muy fornido ni tampoco muy flaco. Aparentemente el calié quería que el médico le diera un vistazo”.
“Yo nunca había visto a una persona tan totalmente destrozada en casi todo su cuerpo. Casi no se le veía piel en ninguna parte. Todavía ignoro qué suplicio le habían hecho en particular a este prisionero, pero pudo haber sido a latigazos, o arrastrándolo por el suelo con un vehículo, o quién sabe, pero lo que más me impresionó fue la infinita dignidad y gallardía con que se mantenía erguido frente a sus verdugos, sin dar muestras de dolor o cobardía a pesar de su terrible situación. Vi que Charles Dunlop, quien tuvo que haber presenciado espectáculos verdaderamente dantescos en este lugar, esta vez retrocedió estupefacto, quizás aterrorizado por la escena que tenía frente a sus ojos, luego avanzó hacia el hombre, intercambió algunas palabras con el custodio y retrocedió bruscamente, con un gesto que denotaba su impotencia para resolver la situación. Yo creo adivinar que Dunlop le dijo a los caliés que en las condiciones de ese prisionero era imposible darle ningún tipo de atención médica en la celda, que era imprescindible llevarlo al hospital”.

“El verdugo viró entonces y a estrellones regresó al hombre a su celda. Desde mi sitio, desnudo en el borde del “patiecito de las llaves”, pude oír el ruido de su cuerpo cuando iba chocando con el piso y las paredes. Me impresionaron y se grabaron firmemente en mi corazón dos cosas: la crueldad ilimitada de estos esbirros de la tiranía trujillista y el valor y gallardía infinitas de este héroe desconocido que convirtió esta casa de torturas en puerta de la inmortalidad. ¿Cuál sería su destino final? Por la forma tan atroz como lo retornaron a su celda estoy seguro de que no le prestaron la atención médica urgentemente requerida. Nunca supe cómo se llamaba, quién fue, ni que había hecho, pero probablemente fue asesinado”.
“En ese mismo pabellón casi agonizaban Manolo Tavárez, Pedrito González y Leandro Guzmán, esposos de las tres hermanas Mirabal asesinadas. En mi celda se encontraba también, y muy maltratado, Eligio Mella. En otro de los pabellones languidecía Telma Frías y el Comandante Delio Gómez Ochoa a quien le habían arrancado todas sus uñas, más de una vez”. De acuerdo con Chichi De Jesús Reyes en un artículo titulado La ira de Trujillo contra los jóvenes del 14J publicado por el periódico HOY, se indica que durante el proceso de amnistía “Trujillo, tras su primera reunión con los catorcistas, estalló de ira por la actitud desafiante del estudiante de ingeniería José Israel Cuello y de Asela Morel. En el encuentro también estaban los universitarios Jorge Pavón e Iván Tavárez Castellanos, acompañados por sus padres. Aunque llamó “sinvergüenza” a José Israel, admitió que lo había perdonado por respeto a su padre, Antonio Cuello quien, según Cesar Medina, era “propietario de Editorial Duarte, presidente de la Asociación Patronal, amigo del Clero, en particular de monseñor Pittini con quien fundó la Acción Católica”. Sostiene De Jesús Reyes, que Trujillo “frente a sus colaboradores (Álvarez Pina, De Moya, Balaguer, Peinag Cestero y Álvarez Sánchez), acusó a los jóvenes de terroristas y malagradecidos, y anunció el fin de cualquier indulgencia: ordenó una represión sin distinciones contra los conspiradores”.
A pesar de la brutal represión, Raúl Pérez Peña explicó que “de todos modos, de alguna manera salían a relucir expresiones de desprecio al régimen. Siempre aparecía alguien como Toñito Martínez, que no perdía la menor oportunidad para expresar con alguna ironía su antitrujillismo radical. Se producía una situación interesante ante la cual se manifestaban indefectiblemente las distintas inclinaciones”. Agrega que “en una situación de esas, se inició entre Amín y yo un proceso de acercamiento. Recuerdo que un día se me acercó para hacerme una advertencia que yo también quería hacerle: me advirtió que tuviera cuidado con dos bedeles, porque éstos pertenecían al SIM. Lo mismo me dijo un empleado que por cierto salió de la Universidad para la Aviación Militar”. Es así como llegamos a la justiciera noche del 30 de mayo 1961 cuando el “profesor de física (laboratorio) en la Universidad de Santo Domingo (hoy UASD), ingeniero Huáscar Tejeda Pimentel, igual que a los demás jóvenes involucrados en un sorpresivo acto de justicia al tirano Trujillo”.
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