En una generación que parece renunciar a comprenderse como ente del conocimiento, se hace visible una crisis profunda en la relación entre el ser y su capacidad de conocer. Edickson Minaya (2023) interpreta y amplía la propuesta de Andrés Ortiz-Osés y explica que la especie humana se programa dentro de unas condiciones «biológicamente» determinadas, pero estas no deben entenderse de manera mecanicista, sino como parte de un proceso evolutivo en el que lo biológico y lo simbólico están interconectados. Desde esta perspectiva, el conocimiento humano no puede separarse de la estructura simbólica que lo constituye, ya que el ser humano no solo evoluciona físicamente, sino también en su forma de dar significado y representación al mundo.

Al retomar la intención de Ortiz-Osés, Minaya busca esclarecer el origen de la voluntad de conocer la realidad, situándola en el marco del simbolismo que estructura toda experiencia. Según esta interpretación, la realidad no se presenta de manera inmediata, sino como una construcción mediada por los símbolos, los lenguajes y las formas culturales que le otorgan sentido. Así, comprender la realidad implica reconocer que esta se «traspuesta» simbólicamente y se capta a través de las formas humanas de significación. De este modo, Minaya no solo coincide con Ortiz-Osés, sino que profundiza en su pensamiento al mostrar cómo la evolución biológica y la evolución simbólica convergen en la formación del sujeto cognoscente o ser humano que se piensa y se comprende dentro del mundo (Minaya, 2023, p. 274).

En la medida en que el ser simbólico conecta con un sinnúmero de factores que componen su desarrollo como ente simbolizado, antes de alcanzar un estado de comprensión, cabe considerar que «la hermenéutica simbólica profundiza en el condicionamiento de todo acto de conocer y elaborar un concepto de cultura, de ser humano, de conocimiento y de realidad, en el que el espacio del símbolo, del signo y del lenguaje son elementos primordiales en su constitución» (Minaya, 2023, p. 274). Es en este mismo escenario en el que Minaya se implica para subrayar la importancia de la hermenéutica al proponer la necesidad de establecer «el símbolo en la estructura universal de la persona o la manera en que el símbolo se hace manifiesto no solo en la comunicación y el lenguaje, sino también en la praxis cotidiana» (Minaya, 2023, pp. 274-275).

En otras palabras: Minaya nos invita a pensar en la experiencia humana como una trama simbólica previa a cualquier enunciado teórico. Si la hermenéutica simbólica condiciona «todo acto de conocer», entonces el conocimiento no solo es un proceso epistemológico, sino también una operación ontológica: los símbolos constituyen las propias modalidades en las que el mundo se revela y se organiza para nosotros. El énfasis en el «espacio del símbolo, del signo y del lenguaje» remarca que la cultura, la conciencia y la realidad se co-configuran; no hay un sujeto cognoscente neutro que aprehenda una realidad dada, sino un sujeto que ya viene tejido por sistemas de significación. Finalmente, al hablar del símbolo como presente en la «praxis cotidiana», Minaya desplaza la discusión desde lo meramente representacional hacia lo práctico: los símbolos no solo significan, también orientan acciones, hábitos y maneras de habitar el mundo; por tanto, la hermenéutica simbólica es clave para entender cómo se produce y se transforma el individuo y el tejido social (Minaya, 2023, pp. 274-275).

El conocimiento humano es una construcción simbólica que evoluciona junto con la cultura y el lenguaje.

De ahí la importancia de realizar una aproximación antropológica del conocimiento y la realidad, así como de considerar lo simbólico en la construcción de la cultura, de acompañante clave del proceso de organización/interpretación de nuestro mundo (…) (Minaya, 2023, p.275).

En esta parte se hace evidente la intención de comprender cómo el ser, en tanto que ser antropológico, forma parte de un universo simbólico que otorga sentido y dirección a la estructura que compone la realidad cultural. Minaya percibe este universo simbólico como un «acompañante clave», y este acompañamiento se manifiesta en dos dimensiones esenciales del ser: «organización/interpretación», entendidas como los conceptos elementales que permiten explicar y conectar nuestra experiencia con el mundo. En este mismo sentido, Minaya (2023) concibe el conocimiento como un atributo honorífico del ser humano, un reconocimiento de su capacidad reflexiva. Según él, este conocimiento es «valor», pero no en el sentido de la mera acumulación de saberes, sino como un acto de conciencia que busca la aceptación y comprensión de las cosas que constituyen el mundo.

A partir de esta valoración del ser cognitivo, resulta fundamental considerar los tres momentos esenciales del proceso de conocimiento que Minaya (2023) retoma de la explicación de Ángel Amor Ruibal, quien distingue las dimensiones «prelógica, lógica y psicológica». Aplicadas a la hermenéutica simbólica, estas etapas se interpretan como el momento de la precomprensión, que incluye todos los elementos impuestos por la tradición, el lenguaje y la historia. En este marco, el momento más decisivo, en el que realmente se posibilita la «interpretación» —o, en sus palabras, en el que se desarrolla el despliegue de la interpretación—, se ve atravesado por una condición «antropológica», entendida como el factor que impulsa y da forma a la experiencia interpretativa. No obstante, antes de llegar a este punto, Minaya subraya la importancia de la dimensión psicológica o «estructura psíquica», como el ámbito desde el que profundizamos en la búsqueda de sentido, donde el sujeto intenta conectar con el significado expresado «en un texto, autor o una cultura». (Minaya, 2023, p. 275)

Presuntamente, todo esto busca mostrar que existe una conciencia recuperada, activa y partícipe de manera intrínseca en la interpretación de la realidad. Dicha conciencia se halla inmersa en un proceso continuo de significación, cargado de intenciones hermenéuticas. Por ello, Minaya (2023) le otorga la categoría de «conciencia hermenéutica-simbólica», que, según él, puede definirse como «conocimiento, interpretación y acción unida a la comprensión de un sistema de simbolización». En este sentido, esta conciencia no solo interpreta, sino que también transforma, ya que participa de una «condición del lenguaje y la producción del sentido junto a la necesidad de hacer una crítica a la estructura psicosocial del patriarcado». Se trata de una esfera que debe ser revisada críticamente, ya que, como señala Minaya, se requiere una «crítica que elimina la cosificación de los componentes matriarcales de nuestra cultura».

En definitiva, la hermenéutica simbólica, tal y como la concibe Minaya, trasciende las visiones parciales del patriarcado y el matriarcado para constituirse en una crítica más profunda: una crítica «a la crisis de la racionalidad patriarcal como crisis de la fundamentación del conocimiento absoluto de la realidad y del carácter puramente formalizador que conlleva toda descripción pura» (Minaya, 2023, p. 276). Así, su propuesta no se limita al análisis de las estructuras sociales, sino que se orienta hacia la reevaluación de la forma en que el conocimiento se produce, se legitima y se simboliza dentro de los marcos culturales que determinan la comprensión del mundo.

Hay una historicidad que promueve su evolución y cambio constante. Para Ortiz-Oses, todo conocimiento es relacional. El conocimiento no es un FACTUM, sino una construcción hecha constantemente: lo que es un «hecho» es el devenir, la vida en constante fluir como el agua. Se formulan los caracteres circulares y de retroalimentación del conocimiento y la experiencia humana. (Minaya, 2023, p. 277)

Esta idea subraya que el conocimiento no es una entidad fija ni un producto acabado, sino un proceso dinámico y relacional en constante evolución. Ortiz-Osés, interpretado por Minaya (2023), propone una visión del saber como algo vivo, inseparable del devenir histórico y de la experiencia humana. Al afirmar que el conocimiento no es un factum —es decir, un hecho cerrado—, sino una construcción en curso, se enfatiza su carácter fluido, semejante al movimiento del agua: nunca es el mismo y, sin embargo, mantiene la continuidad. Esta metáfora del fluir subraya los rasgos circulares y de retroalimentación que caracterizan tanto al conocimiento como a la existencia misma: el saber surge de la experiencia, la transforma y, a su vez, vuelve sobre ella, generando nuevas formas de comprensión. En esta espiral constante se manifiesta la historicidad del pensamiento, que siempre está abierto al cambio y en diálogo con la vida.

Edickson Minaya propone que la conciencia hermenéutica-simbólica es el motor que transforma la interpretación en acción dentro de la experiencia humana. (Archivos del autor).

Como experiencia personal, es preciso destacar que, tal y como plantea Minaya, el símbolo representa la expresión más sólida de la conexión entre «lo innato» y «lo adquirido». Según su planteamiento, el desarrollo de las condiciones cerebrales se produce en función de las representaciones simbólicas que la mente humana genera a partir de su interacción con el entorno y que se expresan como «la capacidad de adquirir nuevas habilidades que luego se incorporan a la actividad de la imaginación» (Minaya, 2023, p. 280). Para Minaya, es evidente que nuestra relación con la realidad ha mantenido una continuidad simbólica desde épocas remotas, conservando múltiples elementos que acompañaron el proceso evolutivo del ser humano. De ahí que el filósofo reafirme la tesis según la cual «el símbolo y el simbolismo humano conservan informaciones sobre nuestros sentimientos y vivencias primitivas más profundas, huellas de experiencias de los primeros grupos humanos que compartieron un mismo universo de valores» (Minaya, 2023, p. 280). En esta espiral constante se manifiesta la historicidad del pensamiento, que siempre está abierto al cambio y en diálogo con la vida.

Por eso hay que entender el desarrollo del simbolismo en el contexto del «esquema de la hominización», que sintéticamente podría presentarse de este modo: «enderezamiento anatómico-desarrollo tecnológico-liberación craneana» (Ibid., p.64. Cit. por Minaya, 2023, p.281), produciéndose, gracias a este importante cambio, la dialéctica «pie-mano-cerebro» que constituye al despliegue posterior de la cognición. (…) (Minaya, 2023, p. 281)

La referencia al «esquema de la hominización» complementa y refuerza esta visión, ya que sitúa el desarrollo del simbolismo dentro del proceso evolutivo que articula lo biológico, lo técnico y lo cognitivo. El «enderezamiento anatómico-desarrollo tecnológico-liberación craneana» (Ibid., p. 64, cit. por Minaya, 2023, p. 281) constituye, en términos hermenéuticos, el punto de inflexión en el que la materialidad corporal se integra con la simbolización, generando la dialéctica «pie-mano-cerebro». Este vínculo orgánico entre acción, herramienta y pensamiento revela que el símbolo no surge como una abstracción posterior al desarrollo humano, sino como su compañero esencial, un mediador que traduce la experiencia en sentido, la técnica en cultura y la biología en conciencia.

En conclusión, es imperativo resaltar este aspecto de suma relevancia.

Los símbolos son religados en un doble aspecto: por un lado, reconvierten la realidad vivida en esferas místicas y estéticas; por otro, aportan a esa misma realidad una dimensión representativa. En tal dinámica, se descubre lo numeroso y lo bello. En este sentido, estamos de acuerdo con Ortiz-Osés cuando plantea que «el símbolo ofrece una primaria mediación humanizadora de lo numinoso como fascinante y tremendo a la vez, al realizar una conciencia de lo inconsciente capaz de exorcizar, templar y filtrar (defensa apotropaica) lo divino-demoníaco» (Ibid., p.64, cit. por Minaya, 2023, p.285). Por lo tanto, el símbolo es capaz de integrar lo sacro y lo profano; también integra la expresión plástica, la imaginación y las vivencias. Así queda la experiencia de lo real ligada a lo simbólico, formándose una compleja malla de relaciones, cual urdimbre o red de sentido. (Minaya, 2023, p. 285).

El estudio del símbolo alcanza en este punto una de sus dimensiones más profundas y reveladoras. Minaya (2023), siguiendo a Ortiz-Osés, considera que el símbolo no es solo una forma estética o un artificio del pensamiento, sino una fuerza mediadora entre el ser humano y su experiencia de la realidad. Gracias al símbolo, la conciencia humana puede unir lo visible y lo invisible, lo racional y lo misterioso, lo que permite que la realidad adquiera una densidad espiritual y estética que la razón no puede captar por sí sola. Así, «los símbolos se religan en un doble aspecto: por un lado, reconvierten la realidad vivida en esferas místicas y estéticas, y por otro, le aportan una dimensión representativa». En esta dinámica se descubre lo numeroso y lo bello. En este sentido, estamos de acuerdo con Ortiz-Osés cuando plantea que «el símbolo ofrece una mediación humanizadora primaria de lo numinoso, al realizar una conciencia de lo inconsciente capaz de exorcizar, templar y filtrar (defensa apotropaica) lo divino-demoníaco» (Ibid., p. 64, citado por Minaya, 2023, p. 285).

Esta afirmación sitúa al símbolo como una herramienta de equilibrio entre las fuerzas opuestas que habitan en la experiencia humana. En su función mediadora, el símbolo traduce lo inefable a formas comprensibles sin despojarlo de su misterio. Ortiz-Osés, interpretado por Minaya, considera esta mediación como un proceso humanizador que «exorciza» lo desbordante de lo sagrado y lo demoníaco, canalizando su potencia hacia el terreno de la comprensión. El símbolo, por tanto, no solo representa la realidad, sino que también la transforma, la purifica y la vuelve accesible, actuando como defensa espiritual ante lo incontrolable del inconsciente colectivo. En este sentido, el acto simbólico es tanto una forma de conocimiento como de protección, una manera de templar el caos mediante la creación de sentido.

La conciencia hermenéutica-simbólica transforma la interpretación en acción dentro de la vida cotidiana.

Por último, Minaya subraya que esta capacidad integradora del símbolo no se limita al ámbito religioso o metafísico, sino que abarca todas las dimensiones de la existencia humana. El símbolo une lo sagrado y lo profano, entreteje la expresión plástica, la imaginación y la experiencia vital, y los convierte en una red compleja donde cada elemento se sostiene mutuamente. Así, la realidad misma se vuelve simbólica, una urdimbre de significados en constante diálogo donde la vida se revela como un tejido de correspondencias entre el cuerpo, el pensamiento y el mundo. En ese entramado, conocer y vivir son actos inseparables, ya que el símbolo no solo expresa la realidad, sino que también la hace posible (Minaya, 2023, p. 285).

Conclusión: El símbolo como fundamento de la comprensión humana

En el entramado de las reflexiones de Minaya (2023) y Ortiz-Osés se revela que el ser humano no puede pensarse fuera del símbolo, ya que es en lo simbólico donde se entrelazan el conocimiento, la cultura y la realidad. La hermenéutica simbólica, más que una corriente interpretativa, se presenta como una ontología de la comprensión, ya que muestra que el proceso de conocimiento no es lineal ni puramente racional, sino un tejido vivo en el que se fusionan la biología, la historia y la imaginación para dar forma a la experiencia. En este sentido, el símbolo es la raíz invisible del pensamiento, lo que posibilita que el ser humano organice su mundo, lo interprete y lo habite con sentido.

A lo largo del desarrollo presentado, se observa que Minaya hace converger la evolución biológica y la evolución simbólica, integrando la dialéctica entre naturaleza y cultura, cuerpo y lenguaje, conocimiento y acción. Su lectura de Ortiz-Osés conduce a una comprensión dinámica de la realidad, en la que el conocimiento se presenta como un flujo constante, un devenir en el que el sujeto y el mundo se co-constituyen. El símbolo actúa entonces como mediador entre lo inconsciente y lo consciente, entre lo divino y lo humano, exorcizando los extremos y templando las tensiones que atraviesan la experiencia vital.

En última instancia, el símbolo no es solo una herramienta de interpretación, sino el mismo espacio en el que el ser humano se constituye. Es el puente que une lo innato con lo adquirido, la razón con la emoción y la materia con el espíritu. Desde la perspectiva de Minaya, comprender al ser humano implica reconocerlo como un ser simbólico, un creador de mundos de sentido que, al interpretar, también transforma. Por tanto, la hermenéutica simbólica no solo interpreta la realidad, sino que también la construye, la humaniza y la mantiene viva, recordándonos que el acto de conocer es, en el fondo, un acto poético de reconciliación con lo real.

Referencia

Minaya, E. (2023). SIMBOLISMO E IMPLICACIÓN. Contribuciones a la hermenéutica simbólica de Andrés Ortiz-Osés (1.ª ed.). Aula. (Basado en un análisis al tema: El conocimiento humano como actividad simbolizadora) (Págs.: 274-285)

Pedro Cruz

Pedro Alexander Cruz, nacido en 1987 en Santiago de los Caballeros. Es un destacado filósofo y escritor. Su trayectoria literaria incluye títulos como La utopía filosófica como faro de la justicia, El hombre y su profunda agonía por el saber y La maravillosa significancia inicial del libro de Lucas. Manual práctico de introducción a la lógica formal. (Epítome): Manual. La filosofía y la construcción del ser: Manuela de filosofía para niños. Política y Ciudadanía. : Intención de transformación. Estas obras reflejan su interés por temas filosóficos, teológicos y sociales, destacándose por su profundidad analítica. Además de su faceta como autor, Cruz es un apasionado de la enseñanza. Actualmente imparte las asignaturas de Filosofía y Pensamiento Social, así como Ciudadanía y Democracia Participativa, en el Colegio La Salle de Santiago. Su enfoque pedagógico busca formar ciudadanos críticos y conscientes de su rol en la sociedad. Su formación académica incluye estudios en Teología en el Seminario Bíblico de la Gracia y actualmente estudia Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), con cursos realizados en la misma Universidad como: Proética. Tutor Virtual. Taller de verano de Filosofía. Neuroética entre otros. Esta sólida base académica le ha permitido combinar su interés por la filosofía con una comprensión profunda de la espiritualidad y la cultura. Actualmente, Cruz sigue residiendo en Santiago de los Caballeros, donde continúa su labor como docente y escritor, contribuyendo al desarrollo del pensamiento crítico en su comunidad.

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