El esfuerzo en Ser y Tiempo, utilizando como herramienta la fenomenología de Husserl, conduce a una analítica existencial, y es desde la misma que podemos hablar del surgimiento del existencialismo como filosofía, ya que los aportes de Kierkegaard, Nietzsche, Kafka e incluso Unamuno, no alcanzaron el rigor técnico de Heidegger. Para muchos lo que hizo el pensador alemán fue sistematizar, iluminar, lo que era ya una suerte de “sentir” cultural en Europa por las expresiones autoritarias, las desigualdades sociales, el culto al belicismo y las apelaciones al irracionalismo como fuerza vital.

Su inquietud como punto de partida, el olvido por la pregunta por el ser, es precisamente una declaración firme de que la Europa que él conoció carecía de un fundamento racional. El que tenían bajo la luz de Hegel había sido desbancado. El interés de Heidegger es buscar el sentido del ser, no precisamente definir el ser. Y eso ocurre porque su punto de partida es que el ser humano tiene la tarea de preguntar por el ser y responder lo que significa el ser. Ahí radica precisamente el núcleo duro del existencialismo. Si en lugar de preguntar por el sentido del ser, intentara definir el ser al margen del ser humano, su filosofía seguiría un derrotero muy diferente, construyendo posiblemente una metafísica para la ciencia. ¡Por eso la crítica de Bunge!

El sentido del ser en clave heideggeriana no puede menos que reconocer al ser humano como ser-en-el-mundo, lo que él con precisión denomina en alemán Dasein. No hay otra forma de existir en cuanto seres humanos sino en el mundo, que antecede a nuestras existencias individuales y sobrevivirá a nuestra existencia, es decir, más allá de nuestra muerte (en cuanto individuos) el mundo seguirá. Lo humano en concreto, en la existencia concreta, de cada individuo, es ser-en-el-mundo.

En este punto si me permiten quiero releer lo planteado por Heidegger en categorías antropológicas. Uno de los errores más comunes en los debates sobre el origen de la vida humana es reducirlo a la biología del ADN. Eso es válido en todas las demás formas de vida, pero es reduccionista a la hora de hablar de la especie humana. Nosotros, los seres humanos, nos “hacemos” en la medida que otros seres humanos nos cuidan, nos crían, nos forman. Cada uno al nacer biológicamente lo hace en el contexto de un patrón cultural (puede ser de más de uno), pero siempre surgimos y nos vamos constituyendo en la medida que nos integran en patrones culturales. Lengua, creencias, relaciones, formas de vestir, de comer, de interpretar el entorno, etc. La individualización va ocurriendo lentamente, pero siempre en el contexto de una cultura, de un grupo. Eso es ser-en-el-mundo.

Esto nos ayuda a entender porque Heidegger al desplegar su analítica existencial considera que pensar y la actividad reflexiva son un resultado y no el origen de la existencia misma. Es el existir mismo el que nos constituye, o dicho como afirmé en el párrafo anterior, la manera en que nos integran los otros en lo que llamamos la cultura. Las actividades cognoscitivas son secundarias en su analítica. Resulta en este sentido ingenua la pretensión cartesiana de que por pensar existo. Esto se podría reformular de que porque existo llego a pensar. Pero ese es un problema con muchos aspectos que no discutiremos ahora.

No es solo secundaria la cognición frente a la existencia, sino también la voluntad, por eso Heidegger además de indicar que somos ser-en-el-mundo, también enfatiza que somos arrojados al mundo. Nadie pidió existir, ni como existir, ni en que contexto. Nuestra existencia es un hecho absolutamente fortuito. Teníamos más posibilidades de no-existir que, de existir, si no cuenten los espermatozoides.

La situación de ser arrojados a la existencia y constituirnos como ser-en-el-mundo, tiene un aspecto dramático en su limitación en el tiempo. Estamos condenados a morir, nadie sale vivo de la existencia. El sentido del ser que buscamos al preguntar por el mismo deberá integrar los tres aspectos mencionados: ser arrojados a la existencia, ser en el mundo y el destino de la muerte. Y los tres marcados por la temporalidad, eje íntimo de la existencia (por eso el título del libro Ser y Tiempo). El sentido implica el alcance y límite del ser humano en su naturaleza temporal. La lucidez y la libertad han de entenderse en ese contexto.

Es la conciencia de la patencia de ese hecho lo que lleva a la angustia o la autenticidad. La angustia por la terrible limitación de nuestra existencia en el tiempo que conduce a formas alienantes de existir como la estulticia, la codicia, el afán de poder, el fanatismo, las adicciones, el consumismo, entre otras maneras de evadir la realidad, de conjurar falsamente la muerte. La otra opción es la autenticidad, en cuanto el acto más humano posible, que reconociendo su existir limitado lo vive en plenitud, ejerciendo su libertad responsablemente, lo que algunos llamamos el amor.

Heidegger nos brindó lúcidamente ese fundamento del análisis existencial. Posteriormente otros autores, sobresaliendo Jean Paul Sartre, ahondarán en las consecuencias de ese resultado. Al finalizar el siglo XX un sacerdote catalán llamado Alfredo Rubio de Castarlenas formuló una propuesta que se conoce como Realismo Existencial, a partir del próximo viernes exploraré esa propuesta.

David Álvarez Martín

Filósofo

Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM). Especialista en filosofía política, ética y filosofía latinoamericana.

Ver más